MUSICA › LA PORTUGUESA MAFALDA ARNAUTH ACTUARá MAñANA EN BUENOS AIRES
Es una de las voces más notables del género, pero reconoce que llegó tarde a él. De todos modos, su background artístico la ayudó a mostrar una versión renovadora del fado. Sólo hay una cosa que no negocia: “Una canción debe tener emoción”, señala.
› Por Diego Fischerman
Es una de las voces más nuevas –y de las más impactantes– en un género viejo. En una clase de canciones cuyo nombre, dicen, viene de fatum, la palabra latina que designa al destino. Los fados son canciones portuarias. Son tristes. Y hay allí una melancolía que sólo puede compararse con la del tango, esa música nacida en otro puerto. Mafalda Arnauth es la más fiel heredera de esa raigambre. Y su fidelidad se expresa en un abanico que va desde los fados tradicionales, que canta como los dioses, a canciones propias o, incluso, a una versión notable de “Invierno porteño”, de Astor Piazzolla y con letra de Eladia Blázquez. “Invernal, como la realidad de quien se queda con su adiós final”, canta allí, justo en el final de su disco Fadas. Y nada hay en esa frase que no pudiera haberse pensado –y cantado– en Lisboa.
“Buscar un nuevo repertorio, y componer mis canciones, fue una consecuencia natural de ir buscando aquello que me iba bien”, dice Arnauth a Página/12. Mañana cantará nuevamente en Buenos Aires. Ya lo había hecho en 2004, y esta vez, en el Teatro Coliseo (Marcelo T. Alvear 1125), se presentará junto a un grupo de guitarras –españolas y portuguesas– integrado por Ramón Maschio, Hugo Alfonso, Nelson Aleixo y Fernando Judice. “Una canción debe tener emoción”, dice. “Para que yo quiera cantarla tiene que contar una historia de sentimientos. Y debo sentir que esa sería la canción que me hubiera gustado componer si fuera tan buena autora como para hacerlo. Y Fadas, en particular, es un disco que yo pensaba que alguna vez debería hacer, dedicado a las canciones de otros que admiro, y que cantaba desde antes de empezar a hacer un repertorio propio. Allí está Piazzolla, y también Vinicius, y también Amália Rodrigues, claro.”
Amália dijo una vez a este diario, poco antes de morir, que “en Lisboa se llora como sólo se llora en los puertos”. Y que eso era porque las mujeres crecían mirando el mar. “De allí llegaban las mejores noticias y también las peores”, decía. Arnauth es, obviamente, de otra generación. Comenzó cantando en Portugal, desde ya, pero al poco tiempo ya había grabado para EMI y a los 24 años ganó el Premio Blitz, otorgado por la Magazine Newcomer’s. Sus mares, en todo caso, bañan más de una orilla. “Cierta renovación en los arreglos, cierta apertura en la elección de lo que canto, tiene que ver, también, con el hecho de que llegué tarde al fado. Empecé a cantar después de haber entrado a la facultad, donde estudiaba veterinaria, y escuchaba de todo, no sólo fado. Naturalmente necesitaba un sonido un poco distinto del tradicional. Y lo necesitaba incluso en las canciones más tradicionales. Algo de lo que interesó fue cambiar un poco el papel de la guitarra clásica (lo que los portugueses llaman violâo, ya que para ellos la guitarra es el cittern renacentista, con cuerdas de metal, que, en el siglo XVII, llegaba desde Inglaterra mientras estaban en guerra con España). En nuestra música el papel más melódico es el de la guitarra portuguesa, y la clásica se limita a la marcación de los tiempos y al acompañamiento. Yo busco cambiar un poco ese esquema.”
Arnauth, en 2007, participó en un concierto especial en homenaje a Piazzolla, y allí cantó por primera vez “Adiós Nonino” y “Balada para un loco” y otros tangos como “Naranjo en flor”, de los hermanos Expósito. “La cuestión de la poesía es esencial. Las letras de Blázquez que canto son, para mí, ejemplo de cómo el sentimiento se puede adueñar de una canción. Hay allí una fatalidad y está eso que yo busco; no sólo palabras reales, sino que haya como un latido, una sombra y una resonancia detrás de esas palabras.” Arnauth cree, por otra parte, que el desarrollo del fado –o de la canción portuguesa– en los últimos años ha sido sorprendente. “Hace cinco años yo decía que habría que esperar veinticinco para encontrar las muestras de una nueva generación. Y hoy ya se la ve y se la oye. Hay un nuevo repertorio. Hay nuevos intérpretes. Y hay un nuevo público, que despertó para esta nueva generación. No se trata sólo de una moda, sino que hay verdadero talento. Pero, a diferencia de lo que sucedía en los tiempos de Amália, en que era ella la conocida y la que llevaba al fado detrás, en que cuando se escuchaba fado era porque lo cantaba ella, ahora sucede lo contrario. Lo conocido, lo poderoso es el fado. Es una música que se ha ganado un lugar en el mundo.” Arnauth reflexiona, además, sobre la naturalidad con que los cantantes portugueses se han apropiado de la música brasileña. “Está el idioma, por supuesto, y eso nos ha dado el pretexto para poder cantar esas canciones maravillosas. Pero a mí me atrae, más incluso que lo que nos aproxima, lo que nos distingue, que sigue siendo la forma de hablar nuestro idioma. El portugués de Brasil nos lleva a nosotros a un lugar de misterio, de nostalgia. La magia de esas canciones ya está en la manera de pronunciar.” Y cuenta una anécdota: “En una canción que había compuesto, la primera parte era un poema que ya estaba escrito, en español, y yo agregué una sección en portugués. Y me preguntaban quién era la cantante invitada. Y es que parecía dos intérpretes distintas. El idioma es un color, como un instrumento musical, y una, cuando cambia de instrumento, ya no es la misma”.
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