MUSICA › QUEDO INAUGURADA LA MUESTRA MUSICA ARGENTINA, 200 AÑOS, EN LA CASA DEL BICENTENARIO
Desde las criollísimas guitarras de Gardel y Razzano hasta fotos de Sumo y Luis Alberto Spinetta; desde un canto selk’nam grabado en Tierra del Fuego en 1923 hasta la quena de Andrés Chazarreta: el recorrido es un paneo general de la música producida en el país.
› Por Cristian Vitale
Toda la vida tiene música, hoy. Y ayer. Doscientos años y un pico más en el caso de este trazo austral del mundo llamado Argentina, bastante menos que su existir como tal. Menos de lo que quienes idearon, fogonearon y concretaron la muestra Música Argentina, 200 Años consideraron en términos de bicentenario. Y mucho menos del origen al que fueron a parar para comenzar a contar el devenir de la historia sonora de estas pampas del Río de la Plata, al contemplar músicas que exceden el mojón 1810. Y el otro (1860) cuando el nombre Argentina –definitivamente, después de varios intentos– enmarcó en un solo vocablo su suelo, gentes, culturas y costumbres. De ahí que el tango, por caso, aparezca como un género joven en medio de un abarcador mundo de fotos, archivos sonoros, audiovisuales, instrumentos de museo, objetos varios, tapas de discos y viejas partituras. Que las criollísimas guitarras de Gardel y Razzano que se erigen tras un vidrio en el primer piso de la Casa del Bicentenario (Riobamba 985) representen un eslabón más de la larga cadena musical que acompaña la historia de la pre y pospatria y no el origen de algo puntual. Que la incunable tapa de El León (segundo vinilo de Manal) se revele como data moderna. O que un baile entre hombres durante la clausura del mercado de Lorea, en 1909 (la foto es un mural gigante), sea cosa de ayer nomás. Son los pasos a escala real que ocurren cuando el cruce entre tiempo y espacio –coordenada central de la historia– irrumpe.
E irrumpe con todo, porque la muestra –que quedó formalmente inaugurada anteayer con presentaciones breves de Peteco Carabajal, Bruno Arias, Javier Calamaro, Franco Luciani y Raúl Carnota, entre otros– se despliega no sólo como un paneo general enriquecedor para melómanos, sino también como una introducción multisensorial para recién avenidos. Un punto medio. O dos puntos extremos que se unen en un punto, sería la grafía en clave geométrica. “Esta muestra aspira a convertirse en un homenaje activo a los artistas que crearon, crean y defienden el arte musical argentino”, dirá formalmente José Luis Castiñeira de Dios, director de Artes de Cultura Nación e ideólogo de la muestra, minutos antes de que Peteco encare una versión personal de “Muchacha ojos de papel” y mientras el centenar de personas que abarrotaron la casa vayan de stand en stand. El primero, cronología al mando, concreta lo dicho: son los pueblos originarios que perviven y resisten a través de un canto selk’nam grabado por Martín Gusinde con un fonógrafo y un cilindro de cera en Tierra del Fuego ¡en 1923!, que se puede escuchar con auriculares. O de un shaman pilagá en pleno trance ritual; de una polaroid de locura poco ordinaria que muestra mapuches danzando longkomeo; o de un repositorio material con instrumentos autóctonos prehispánicos (sonajero de calabaza, guimbarda, nwiké –violín toba– o tambor de agua) casi inmunes al paso del tiempo. “No se puede hablar de música argentina sin referirse a los sonidos de la América originaria y a los procesos de mestizaje que se dieron a partir de la conquista”, señala la curadora de la Casa del Bicentenario, Valeria González, haciendo base en el origen.
Liturgia colonial mediante, el paseo sigue por la música en épocas de la Independencia –himno y partituras del baile pampeano y el minué montonero federal incluidos–; una sala color rojo punzó dedicada al candombe negroide de la época rosista; videos actuales con bailarines reproduciendo la media caña (la danza del partido federal por excelencia) y la irrupción y el desarrollo de la ópera como epílogo del calendario sonoro del siglo XIX. El XX, condensado en el primer piso de la casa, estalla en las expresiones que han contorneado sus extremos temporales: el folklore que no sólo muestra la caja y la quena de uno de sus padres (Andrés Chazarreta), parte del archivo de Carlos Vega, un enorme mural del primer Festival de Cosquín y la tapa original de Los Visconti, vestidos a lo gaucho al lado del Obelisco (del disco Tú y mi guitarra); pero también el reconocimiento del aporte de los Arco Iris (la lámina de “El niño, la libertad y las palomas” es casi un hallazgo) o un fragmento etílico de la señera Guerra gaucha, de Lucas Demare, en pantalla. El tango se deja ver a través de un universo simbólico objetivado por el bandoneón de Eduardo Arolas o la máquina de escribir de Homero Expósito, entre sonidos y recortes de películas, como la propia Tango!, la primera hablada del cine argentino. Y el rock, como un peldaño más dentro de la retrospectiva general, da lugar a colgarse con una sintomática foto de Sumo en el Stud Free Pub (1985) o la serie de retratos de Luis Alberto Spinetta, Charly García y el Indio Solari, sacados del archivo Aspix, de Carlos Giustino. “Esta zona de silencio, cerrada y en negro, es la dictadura del ’76”, indica González, sobre el espacio que antecede al glamour Aspix, dedicado al período dictatorial que sólo contempla la lista de canciones censuradas: todo un detalle.
La muestra, que permanecerá abierta al público de martes a domingo de 15 a 21, con entrada gratuita, contemplará cine y música en acto hasta el 6 de mayo. En cine, cada domingo a partir de las 19 se proyectarán películas y documentales sobre Martha Argerich, Sui Generis, Los Abuelos de la Nada y varias figuras de la música nacional en todos sus géneros. Y ofrecerá recitales segmentados por fines de semana. El primero, dedicado enteramente al tango, se expresará a través de Juan Carlos Godoy (hoy, a las 19), Hugo Marcel (sábado 28, a las 18) y el Sexteto Mayor (domingo 29, a las 18). Y el segundo, también de tango, pero con alguna pizca de folklore, presentará a Juan Namuncurá (jueves 3 de mayo, a las 19), Guillermo Fernández (viernes 4 de mayo, a las 19), Brian Chambouleyron (sábado 5, a las 18) y el Diego Schissi Quinteto, encargado de cerrar el ciclo el domingo 6, a las 18.
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