MUSICA › GUILLERMO SACCOMANNO GANO EL PREMIO RODOLFO WALSH POR UN MAESTRO
El escritor argentino obtuvo la distinción a la mejor novela testimonial publicada en 2011, otorgada por la Semana Negra de Gijón. Se trata de una crónica íntima sobre un gran luchador neuquino, el maestro Orlando Balbo, el Nano.
› Por Silvina Friera
Un luminoso día de justicia vivió ayer el escritor Guillermo Saccomanno, ganador del Premio Rodolfo Walsh a la mejor novela testimonial publicada en 2011 que entrega la Semana Negra de Gijón por Un maestro, una crónica íntima y política sobre un gran luchador neuquino, el maestro Orlando Balbo, el Nano, hijo de un campesino que en 1962, cuando el peronismo estaba proscripto, sublevaba a la peonada en las estancias. “Perón nos abrió los ojos”, le contaba su padre. El Nano pronto se acercaría al Peronismo de Base y abrazaría los postulados pedagógicos de Paulo Freire. El 24 de marzo de 1976 fue secuestrado; logró sobrevivir a las torturas y a la cárcel de Rawson, pero quedó sordo. Se exilió en Roma y regresó en 1985 para meter las patas en el barro de una empresa descomunal: la alfabetización de la comunidad mapuche de Huncal, un paraje hostil perdido en la precordillera de la Patagonia. “Acá estoy, contentísimo”, dice Saccomanno desde Gijón, donde compartió el premio con la mexicana Sanjuana Martínez, autora de La frontera del narco.
Como se estila por los pagos asturianos, el anuncio de los premiados de la Semana Negra fue realizado en los sótanos del Hotel Don Manuel. El festival de novela policial más importante del mundo, que se celebra desde hace 25 años en Gijón, es una fiesta popular. La española Cristina Fallarás se convirtió en la primera mujer en ganar el Dashiell Hammett a la mejor novela negra publicada en castellano en el último año, con Las niñas perdidas. Hace tres años, en 2009, Saccomanno recibió el Hammett por 77. “Estoy emocionado no sólo por el premio, sino por el momento de gran convulsión a partir del ajuste terrible que está aplicando Rajoy. Hubo una manifestación multitudinaria en Madrid, en la que se calculó que asistió medio millón de personas, donde hubo represión, palos, sangre... lo que nosotros ya hemos vivido –compara el escritor sin que medie una esquirla de sarcasmo en su tono–. Cuando íbamos en el tren hacia Gijón, los mineros cortaron las vías y después las abrieron porque éramos nosotros. Y esto también me emociona; nos recibieron en la estación con sus canciones de lucha. Que éste sea el contexto en el que recibo el Walsh le otorga otro sentido al libro.”
Un maestro es la historia de una lucha y una lección de vida, la del Nano. Saccomanno compartió la colimba con Balbo en 1969, en un cuartel de la Patagonia. En los años de la dictadura, alguien le comentó al escritor que el maestro estaba desaparecido. Durante muchos años la memoria del escritor se aferró a esa información provisoria, sin ponerla en cuestión. Hasta que hace cuatro años, en una feria del libro de San Martín de los Andes, un maestro le acercó un mensaje. “Te mandon saludos el Nano Balbo”, le dijo. Saccomanno apenas atinó a balbucear: “Está vivo...” “Todavía no me pude contactar con el Nano, no sólo porque quedó sordo por la tortura, sino porque está dando clases en Chos Malal, en el norte de Neuquén, donde los caminos están bloqueados por la nieve –cuenta el escritor a Página/12–. El libro retoma el camino abierto por Walsh: no es mi voz la que cuenta, sino la voz de un educador que aplicó los lineamientos de Freire en condiciones muy adversas, porque después de haber sido detenido y torturado, más la cárcel que se comió en Rawson y el exilio, cuando volvió al país, a instancias de Jaime de Nevares y Noemí Labrune, fue a trabajar en una comunidad mapuche en la localidad de Huncal. Y allí puso todo su conocimiento al servicio de la comunidad para revertir lo que nosotros entendemos como civilización, como educación, como pedagogía. El otro tiene un saber, un conocimiento, una experiencia; y el docente tiene que entender este proceso educativo como una transacción de conocimiento recíproco.”
Saccomanno repasa los pergaminos de Balbo como educador, militante de agrupaciones docentes y compañero del maestro Carlos Fuentealba, asesinado por la espalda a quemarropa en 2007. “Nosotros esperábamos terminar el libro con Nano declarando en el juicio a los represores; pero quedó con un final abierto. Espero poder hacer una nueva edición que contenga el juicio. Yo ya cubrí para Radar la declaración del Nano ante el tribunal que está llevando adelante la causa de ‘La Escuelita’, que es la que está juzgando a los represores de Neuquén. Este premio me pone más contento que haber ganado antes el Hammett por este sentido ideológico-político que le da a la literatura otra dimensión”, confiesa el flamante ganador. “Después de la condena a Videla, la instancia que se abre con los juicios es llegar a la complicidad civil, porque no olvidemos que el golpe se dio con el aval, el respaldo y la instigación de sectores empresariales, sindicales y partidos políticos –recuerda el escritor–. Ahora tiene que ser investigado el equipo económico-político-ideológico que cooperó con la dictadura militar. Están los Zorreguieta, los Martínez de Hoz, los Klein; hay una serie de apellidos ‘ilustres’ del diario La Nación que deberían ser juzgados. No es sólo la responsabilidad del tipo que manejaba la picana, sino también la del médico que asistía al torturado para poder seguir torturándolo.”
Un maestro se ha convertido en bibliografía obligatoria en algunas carreras de educación y se está usando en institutos de formación docente. Como la primera y segunda edición se agotó en la Patagonia, el texto está circulando en fotocopias. “El libro cumple una función ilustrativa de lo que significa un luchador social –explica Saccomanno–. Hablar de la generación del ’70 es achicar el concepto de lucha social y ponerla en el lugar de la juventud. Es cierto que la juventud es idealista y etcétera, etcétera; pero hoy los chicos nacen y pasan de la cuna, si es que la tienen, a la calle. Ni siquiera pasan al sistema de explotación; por eso generación me parece un concepto burgués. Y creo que en los ’70 no se pensaba en una generación, sino que se planteaba un pueblo que luchaba por su liberación. Es lo que pasó acá con los indignados: mucho piercing, mucho tatuaje, muchos jovencitos movilizándose con motivo, por supuesto. Pero en cuanto los mineros entran en acción, que son la clase trabajadora, cambia radicalmente el sentido de la lucha.”
No es muy optimista sobre el futuro en la península ibérica. “Creo que se viene una difícil; ahora se está preparando un paro general. Más allá de que Gijón es una ciudad balnearia que tiene un clima más glamoroso, charlás con el taxista, con el camarero de un bar, con el hombre de la calle y te das cuenta de que los recortes han sido brutales. Y van a seguir –pronostica el autor de El buen dolor–. Hace dos años, cuando presenté El oficinista, me preguntaron cómo veía la situación española. ‘Miren, ustedes van a terminar comiendo del plato de lata del perro, como terminamos los argentinos’, les dije. Como terminan todos los países que han adherido con su política económica al FMI y han permitido la imposición de fuertes ajustes. No puedo dejar de recordar que mi abuela huyó de España, cagada de hambre, buscando un mendrugo de pan. Y fue a trabajar como sirvienta en un campo de la provincia de Buenos Aires. Ahora su nieto está recibiendo un premio, nada menos que el Walsh, en una España que está aterrada. El miedo a la caída social se respira a cada paso. Más allá de lo que significa Walsh para los escritores argentinos, este premio tiene una curiosa polisemia. El Walsh lo dan en la Semana Negra a un libro que está circulando fotocopiado en los lugares más remotos de la Patagonia.”
El pasado no es como un palimpsesto que se olvida apenas se pasa un par de páginas. Está siempre crujiendo en la cara. Aunque a veces no se lo quiera mirar de frente. Saccomanno advierte que Un maestro coloca la escritura y el arte en la dimensión política, “algo que creo que a los intelectuales les aterra”. “Como dice Peter Handke, si la literatura se fue al carajo, es responsabilidad de los escritores que están mirando para otro lado, mientras la realidad les pasa por encima. Estamos en un continente donde pasaron el franquismo y el nazismo y los escritores están en la pelotudez de ir a tocar y a escribir a barcitos con música ambient. ¿De qué carajo estamos hablando? ¡Terminemos con la pavada! Siguiendo a Lenin, creo que citado por Marshall Berman, más vale que te metas con la política antes que la política se meta con vos.”
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