MUSICA › MASSACRE PRESENTO RINGO, SU SEPTIMO DISCO, EN EL TEATRO GRAN REX
El quinteto se propuso conquistar la calle Corrientes con un espectáculo integral que expandiera la percepción, pero el noble intento se quedó corto. Hubo ratos de elevación, pero entre el público sentado cundió el frío.
› Por Luis Paz
A Momentary Lapse of Reason, el disco que David Gilmour le “cedió” a Pink Floyd en 1987 y que fue su primero tras la partida de Roger Waters, no alcanzó la altura de sus otras producciones, pero aportó una definición conspicua. Ese “desliz momentáneo de la razón”, comprendiendo a la razón como algo opresivo y por lo tanto a sus fallas como algo liberador, quizá haya sido y aún sea el propio rock. Es decir, rock como una irrupción a un sistema de conducta, el occidental, que tiene en la razón a su matriz. El rock, movimiento también surgido del centro económico, social y político del Occidente de mediados del siglo pasado (Estados Unidos e Inglaterra), vino a limar (en todos sentidos) ese paradigma de lo racional. Y Massacre, rock mediante, intentó sumar a ese caos el suyo y extender ese lapsus con un concierto especial, anteanoche en el Gran Rex. Un espectáculo integral que expandiera la percepción fue la idea y el noble riesgo que tomó para sí el quinteto, también como presentación porteña de su reciente Ringo.
El título es por Bonavena y condensa características del séptimo disco de Massacre, álbum directo, golpeador, con cabeza y corazón... y puños (“vuela como mariposa, pica como abeja”). Uno que comprime historias de militancias (“Muerte al faraón”), humanos hipervinculados (“La web del siglo”), forajidos noise (“Tengo captura”), parejas sobrevivientes (“El deseo”) y astros del pugilismo (“La Virgen del KO”). Había algo en esos textos que volvía inquietante la idea de un Gran Rex de Massacre. ¿Cómo podían ser traducidos esa testosterona y ese pleito psicológico de superación y súper acción a ese teatro? A priori, detonando las butacas. A posteriori, meta discusión con los acomodadores, empeñados en mantener a la gente sentada con sus macabros punteros láser.
Bajo esa normativa, el Gran Rex permaneció frizado. No es una metáfora: los equipos de aire acondicionado atacaron con rigor. Entonces, un teatro a tope, todos sentaditos, para ver algo que no era ni Bob Dylan ni Lila Downs ni Abel Pintos: una banda cuyo nombre es Massacre, que sin embargo está formado por cuatro tipos divinos, además grossos músicos, y una diva surrealista como el cantante Walas. Massacre supo anticipadamente cuál era el riesgo de llevar su skate-rock-post-post-punk-psicodélico al Gran Rex, cuál era el entuerto de llevar a la calle Corrientes, “nuestra Broadway”, al grupo. Por eso planearon un show de interacción mental, de desapego de lo físico y de la física. Pero lamentablemente, el intento se quedó corto.
Viniendo de una banda propagadora de la psicodelia y las alternativas a la razón instrumental (12 nuevas patologías fue título de uno de sus CD), no fue contundente la presentación de un espectáculo musical montado en torno de juegos de luces, leds y láseres a cuentagotas, proyecciones harto lisérgicas pero de narrativas lineales a las canciones, y todo el cotillón surrealista habitual del grupo: muñecas rapadas y desnudas, megáfonos y caretas baratas. La imbricación, particularmente delirante, de contra y subculturas (psicodelia, killer rock, cine clase B, TOC), sólo cristalizó en la música, mientras en lo visual el relato quedó indefinido. Para más, el sonido del comienzo desarmó canciones de altura, como las del tándem “La epidemia”/“Resurrección”, que cerraba el indispensable El mamut; las novedades “Tengo captura” y “Celebrity” y el ya clásico “Try to Hide”.
A partir de “La virgen del KO” y hasta el pico de la sublime “El deseo”, se hilaron ratos de elevación del espectáculo central y del paralelo que montó el cantante. Walas entregó saludos recurrentes y links insólitos: de Mercedes Morán a Misfits y de Araceli González a Boom Boom Kid. Ese rato revivieron “Te leo al revés” y “El espejo”, reunieron “Clavos y globos” y se reescribió al amor como el Gran Hermano de “1984”. Massacre tiene altas aptitudes para presentar un concierto diferente a la norma; su música ya parte de un sitio distinto. Pero en varias tomas de este show, no alcanzó: el tejido de “Tres paredes”, “El alma en la barca” y “Te arrepiento” no llegó a ser un “segmento acústico”, fue apenas una guitarreada mansa.
Instantáneamente, todo recobró sus medidas y volvió el entretenimiento (el rock también lo es, por supuesto), de la mano de “Sofía, la súper vedette”, “El robot y la momia azteca”, derroteros metarrockeros como “La octava maravilla” y un rapto psicodélico como “La orquídea blanca”. La inclusión de “Lago en el cielo”, de Gustavo Cerati, y la interpretación de “Call Me”, de Blondie (que el grupo grabó para un bastante divertido y diverso compilado de la FM 100), le aportaron un par de puntos de fuga más a una tocata que llegó alterada, desde el lado opuesto de la conciencia.
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