MUSICA › LA BOMBA DE TIEMPO SE PRESENTA EN EL CENTRO CULTURAL KONEX
› Por Cristian Vitale
Lunes 8 de la noche. El Centro Cultural Konex es un galpón inmenso, que abriga ecos múltiples si alguien produce ruido. En este caso, retumban tambores hacia todos los wines. En el piso de arriba, de donde proviene el sonido, 14 percusionistas preparan a unas 400 personas para el rito más antiguo del mundo. Apenas tres lucecitas iluminan el inmenso galpón: el resto es oscuridad y humo. Santiago Vázquez, director del grupo, hace señas al resto y van mutando climas, gestos y ritmos. A veces –aunque parezca raro– los tambores inducen, hipnóticos, a la introspección; otras –lógico– al desparpajo de los cuerpos, a un frenesí rítmico-energético casi incontable. Todos entran en trance. Los toques pegan en el estómago y es imposible abstraerse: se transmiten de entraña a entraña. Centenares de argentos parecen transformarse en negros ruandeses, partícipes de una celebración lejana, primitiva. Cruda. “Lo tribal y corporal repercute en la gente, y la reciprocidad que se genera nos permite jugar con diferentes rítmicas y emociones”, dice Juampi Francisconi, uno de los percusionistas de esta iniciativa llamada La Bomba de Tiempo, que repite hoy y todos los lunes de junio en Sarmiento 3131. “La música es como un boomerang que llega a la gente y vuelve con una energía que se hace una con la nuestra. Es magia que acontece: un momento único donde todo lo que sucede se retroalimenta”, explica Alejandro Oliva, ejecutante de djembé.
El impulsor del ciclo es el inquietísimo Santiago Vázquez. Tras presentar su última producción discográfica, Mbirá y Pampa, el músico retomó una experiencia que había dejado “inconclusa” con su Colectivo Eterofónico, centrada en el sistema de señas creado por él. “En mi trabajo con grupos grandes fui inventando algunas señas-conceptos. Después vi un ensayo del grupo de Butch Morris, que utiliza un lenguaje similar para dirigir improvisaciones, y eso me inspiró: se me juntaron los conceptos que había acumulado con la posibilidad real de aplicarlos usando señas”, explica Vázquez, retomando los lineamientos del Colectivo, que duró tres años y dos discos. “Al final de esa experiencia –prosigue– empecé a enfocar más en los aspectos rítmicos que en los melódicos, armónicos o textuales, que eran el foco en el trabajo del Colectivo. Así surgió el disco Raamon, que es una especie de anticipo de La Bomba de Tiempo.”
La inspiración hizo todo lo demás. Vázquez comenzó a macerar la idea de formar un grupo grande de tambores que enfocara “solamente” en el ritmo y en el baile. “Durante varios meses, el grupo ensayó en mi cabeza –aún sin haber llamado a nadie– y en esos ensayos mentales iba escuchando y decidiendo la instrumentación, el tipo de ritmos e ideas que se podrían conjugar, el ámbito en el que deberíamos hacerlo, y en los músicos. También entendí que una música así le tiene que servir a la gente para bailar. El ritmo es una manera maravillosa de armonizar el adentro y el afuera, y unos con otros, a través del baile. Por lo tanto, este grupo debía ofrecer un servicio: ritmo. Y encontré el grupo de mis sueños, no puedo estar más agradecido.” Como en las escolas de samba o los blocos afro de Brasil, y los ensayos de murga en Uruguay –experiencias que Vázquez atravesó en el pasado– su grupo de tambores se da el lujo de ensayar y componer “en público”, mientras la gente se entrega al movimiento. Pablo Bendov, que toca el tambor batá iyá, subraya que “el concepto de lo cíclico siempre estuvo presente en las culturas primitivas. Esta cuestión suele generar un estado que muchas veces noslleva al trance, aunque muchos no sean conscientes de haberlo experimentado”.
Este dream team de la percusión criolla es completado por Abdoulaye Badiane en djembé; Mariano Cantero y Nacho Alvarez en tambor chico; Pablo Palleiro en tambor repique; Sergio Verdinelli –sí, el baterista de Spinetta– en tambor piano; Richard Nant en bombo legüero; Lucas Heleguero en quinto; Mario Gusso en tambor batá okónkolo; Luciano Larocca en guiro; Andrés Inchausti en semilla; Gabriel Spiller en maderas y Carto Brandán en campanas. “Todo sucede de manera muy orgánica, funcional, real: es una experiencia completa en sí misma. Si uno está en su centro y produce desde ese lugar, no hay necesidad de forzar nada, no necesitás agradar a nadie, simplemente la cosa sucede”, puntualiza Oliva, explicando por qué las partes contribuyen al todo. Y La Bomba de Tiempo, además de desnudar el momento de alza que atraviesa el género percusivo en la Argentina –como nunca en su historia–, es una innegable experiencia de placer colectivo.
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