Mar 22.01.2013
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MUSICA › MARINA FAGES, CANTAUTORA Y ARTISTA PLáSTICA

Variaciones estéticas de una cancionista

Lo suyo fue desde siempre la pintura, y las canciones llegaron después. Acaba de autoeditar su primer disco como solista, Madera metal, que presentará este jueves en el C. C. Matienzo.

› Por Sergio Sánchez

La crisis de la industria discográfica parece ser, a priori, un hecho devastador para la música. Sin embargo, si se hila más fino, la cosa no es así. La crisis de las grandes discográficas y disquerías trajo aparejadas la emergencia y la supervivencia de artistas –en su mayoría independientes– más preocupados por la honestidad de sus canciones. Antes que una restricción, es un desafío para los músicos. Si la obra es buena, no se necesitan productores o sellos de peso; alcanza con las posibilidades de difusión que permite Internet y el “boca en boca”. Un ejemplo de ello es el trabajo que viene haciendo la cancionista Marina Fages, quien acaba de autoeditar su primer disco como solista, Madera metal, aunque no se trata de su debut en la música. La compositora y artista plástica también integra el grupo de “punk folk” El Tronador, desde 2008, y explota su costado más experimental en R353 y Los Hermanos Turdera. “A las bandas independientes les sigue yendo bien. Por más que tengas contrato con una discográfica, la manera de poder generar ingresos es el vivo. Y a partir de que las discográficas ya no editan tanto, las bandas se editan a sí mismas. Al arte honesto no hay con que darle. Si hacés algo con ganas y sinceridad, llegás”, reflexiona Fages, quien se presentará este jueves a las 21 en el C. C. Matienzo (Matienzo 2424), junto a Loli Molina.

Entonces, Madera metal es el resultado de un camino recorrido por experiencias grupales y su curiosidad por la técnica de improvisación. “Muchas veces en la improvisación surgen pequeños gérmenes que después se convierten en canciones”, explica la joven de 29 años. Sin embargo, acaba de dar a luz un disco con todos los condimentos del formato canción: composiciones amplias, sugerentes, personales y con exquisitos arreglos de guitarra y texturas vocales. Y otra particularidad: las melodías remiten a paisajes y climas patagónicos y pampeanos. Fages pone en contexto: “A veces no me siento tan parte de esta ciudad. De chica crecí en el sur: viví en Tierra del Fuego y Mendoza. Y con mi madre nos vinimos a Buenos Aires pero todos los veranos seguí yendo a Tierra del Fuego, porque mi viejo vive allá. Entonces, también tengo todos esos paisajes. En el sur hay tanto viento que no hay árboles. Los cielos son increíbles pero al mismo tiempo todo es muy frío y melancólico. Eso me influencia mucho”.

La sonoridad escénica del disco fue alimentada por los aportes del guitarrista Fernando Kabusacki, músico invitado. “Metió muchas cosas que lo llevan para un lado orquestal. A algunos temas, como ‘Acantilados’ y ‘Hechizados’, les puso épica”, se alegra. Nacho Czornogas (saxo barítono, clarón y clarinete), Lucy Patané (bombo, banjo, latitas) y Martín de Lassaletta (contrabajo) también colaboraron en la grabación. La joven admite ser una fanática del disco físico, más allá de la crisis. Para ella, tiene larga vida aún. De hecho, junto a un grupo de músicos amigos, abrió en el Patio del Liceo la disquería Mercurio, un espacio para difundir música independiente y argentina. “Es como el sueño del pibe. Aunque tiene sus partes que no están buenas, como las cuentas. No hay súper ganancias, pero se venden los discos y el lugar se sostiene a sí mismo. Está buenísimo porque tiene una función social: es un punto de venta para todos nuestros amigos y para músicos colegas que no conocemos. Uno de nuestros lemas es ‘escúchalo en Bandcamp y cómpralo en Mercurio’. El objeto es el objeto. No le funciona capaz a Madonna, a las grandes discográficas, pero sí a un músico que se autofinancia.”

Fages cuenta que no hace mucho que se considera “música”. Lo suyo, primordialmente, fue siempre la pintura. Desde muy pequeña conoció su vocación por las artes plásticas y las canciones llegaron después. Hoy ambas disciplinas son casi indisociables en su vida. “Hace varios años que intento que las canciones y los cuadros estén unidos –explica Fages–. De hecho, hay estéticas iguales. Hay una serie de pinturas que se condice totalmente con el disco de El Tronador. Y otra serie que está muy cerca de Madera metal. Son cosas distintas, pero cuando pienso en la música se me aparecen todo el tiempo en la cabeza imágenes, sensaciones y colores, que transportan. En una minibiografía puse ‘canto y dibujo, pero es lo mismo’. Me encantaría que cuando veas el cuadro puedas escuchar la canción y entiendas algo. También me gusta el valor agregado que le pueda dar otra persona; construye sobre la obra del artista y se convierte en otra cosa.”

–¿Y cómo llegó a la música?

–Desde muy chica me la pasaba dibujando. A la música siempre la vivía primero de una manera más pasiva. Mi mamá, cuando éramos chicos, nos tocaba algunos temas folklóricos. Y mi papá escuchaba mucha música clásica, aunque no tocaba. A los diez años empecé a estudiar piano y a los once a cantar en el coro de la iglesia. Y ahí me volví loca: me di cuenta de que me gustaba muchísimo la armonía. Iba con tres de mis ocho hermanos al coro y compartíamos momentos más allá de la fe. Después dejé la fe, pero esa cuestión de estar cantando con mucha gente en un templo era increíble. En la adolescencia tuve algunas bandas, una medio grunge y de más grande canté punk; era cualquiera. Después descubrí la vergüenza y dejé de tocar por muchos años. Pero seguía componiendo temas, aunque no me animaba a mostrarlos. Y recién en 2008 Lucy Patané me dijo: “Tenemos que tocar tus temas, están buenísimos”. Y ahí nació El Tronador.

–¿Cuál es su búsqueda con la canción? ¿Quisiera ser popular?

–No súper popular, pero me gustaría que cualquiera pudiera escuchar mi música y le guste. Cuando estudiaba cine me preocupaba especialmente por la función social que tenía. Me preguntaba para qué servía cantar y dibujar. Para mi familia, si no tenía un título de abogada me iba a cagar de hambre. Es decir, cantar y dibujar no servía para hacer plata ni para ayudar a los niños de Africa (se ríe). Me daba cuenta de que lo que me gustaba hacer era algo artístico pero no le veía la función social. Y cuando empecé a estudiar cine leí que las vanguardias tenían como fin poner en crisis el sistema para que siga cambiando y que haya movimiento siempre. Y, por ejemplo, en esa época me gustaban las comedias, el humor. Esa es una función social increíble, la de hacer reír. Mis canciones no son graciosas pero busco que pongas el disco a la mañana y te levantes mejor. Que alguien escuche la canción y le haga bien. La música siempre te acompaña.

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