MUSICA › COSQUíN TUVO UNA JORNADA EXCEPCIONAL, CON UNA OFERTA ARTíSTICA SIN FISURAS
“Prefiero tocar dos horas para la gente que pagó la entrada, que 45 minutos para la TV”, dijo Gieco, y la multitud que pobló la Próspero Molina supo agradecerlo. Rolando Goldman, Ana Prada / Teresa Parodi y Juan Carlos Baglietto / Lito Vitale agregaron magia.
› Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
Seis horas y media habían transcurrido del miércoles cuando León Gieco se plantó y, en medio de una amenazante alborada gris, sugirió una idea ideal: “Si ustedes quieren, tocamos otra canción”. La respuesta colectiva fue obvia. Gente de todos los palos y edades, que se había quedado en gran cantidad para verlo a él, mandó un sí extenso; él invitó a subir a Rolando Goldman para que lo ayudara con el charango y, sostenido en su banda folkie-rock viajera, regaló una versión más de “El ángel de la bicicleta”. León no tenía ganas de irse a la cama. “Me encanta tocar en este horario. Cuando yo debuté acá, con Mercedes Sosa, también toqué en la cacharpaya, que era el concierto que seguía después de la grilla, y lo disfruté tanto que siempre pido tocar a esta hora. Salvo que la comisión disponga que aparezca por TV, lo prefiero así, prefiero tocar dos horas para la gente que pagó la entrada, que 45 minutos para la televisión”, dijo, consumado el recital. Y las dos horas se cumplieron, casi exactas.
Había subido a las cinco de la mañana. Había hecho una introducción histórica con “El fantasma de Canterville”, “Todos los caballos blancos”, “En el país de la libertad”, y “La rata Lali” (“una canción para el Che, que es argentino... más folklórico que esto, no hay”). Había optado por un plan B, porque ciertos problemas técnicos atentaban contra el buen sonido de la banda. Había improvisado, en ese plan, un homenaje a las mujeres y lo había puesto no solo en canciones –casi– a guitarra pelada (“La cigarra”, “María del campo”, “La memoria”) sino también en palabras: “El femicidio no es sólo un problema de las mujeres, también es un problema de los hombres, así que espero también ver manifestaciones de hombres en contra del femicidio”.
Se había consumado medio recital, al cabo, cuando, vuelta la tecnología a su estado natural, sorprendió con una intensa versión de “Malas condiciones”, giró hacia el litoral con “Cachito, campeón de Corrientes” y “Kilómetro 11”, cantada mitad en castellano y mitad en guaraní; revivió uno de los “hits Gieco” de la primavera democrática del ’83 (“La cultura es la sonrisa”), esbozó un homenaje a Yupanqui a través de “La guitarra” y repasó algunos temas de El desembarco, su disco más reciente: el homónimo más “El argentinito”, el tema dedicado al facho que todos tenemos dentro (“Yo lo pisoteo todas las mañanas para que ese hijo de puta no aparezca”), y volvió otro rato sobre sus pasos para calentar aún más el suelo caliente de la Próspero Molina, cuyo paisaje humano ya lucía de amanecida: “De igual a igual”, para una fiesta increíble y, claro, el pogo más divino del mundo: “Pensar en nada”.
Broche ideal, al cabo, para una jornada que –junto a la inicial– cuenta como la más emotiva en lo que va del festival. Jornada que había arrancado cuando dos voces-potencia se saludaron y empezaron a cantar. Teresa Parodi y Ana Prada arriesgaron un par de canciones a estrenar en el disco de ambas que saldrá en abril (Cosido a mano y a medida) y activaron sentidos colectivos mediante “Tierra adentro”, la mansa y bella canción de la uruguaya que grabó Liliana Herrero; “Esa musiquita”, con la intervención de la cubana Yusa y su swing en clave de guitarra, y “Pedro Canoero”, el clásico de la Parodi. Había proseguido con la Delegación de Entre Ríos y una convidada especial, Liliana Herrero; con la puesta contundente de la Eléctrica Folklórica del quebradeño Bicho Díaz, a la que tres temas (“Carnavalero”, “Papel de plata” y “La fiesta de San Benito”) le bastaron para confirmar que carnavalitos, huaynos y zayas pueden reinventarse en clave de power rock; y con Rolando Goldman, el charanguista, que regaló a la masa coscoína exquisitas versiones del tango “Volver”, y del Himno Nacional.
Y Baglietto-Vitale, claro: las otras dos potencias que se saludaron para ofrecer un set de altísimo vuelo musical, por varias razones. Porque la voz del rosarino, intacta, conmovedora, es demasiado para la media de un festival cuyos cantores, en buena cantidad, están siempre al borde de la contaminación sonora; porque la versión impecable, rica en sutilezas, de “Tonada de un viejo amor”, es un ejemplo ideal sobre cómo hacer una versión superadora, en medio de un contexto en que el modo de encarar versiones en busca del aplauso fácil le quita un tiempo precioso a la imaginación musical –¿es necesario tocar “Zamba de mi esperanza” o “La Telesita”, cuatro millones de veces?–, porque, más allá de la impresionante visita a “El témpano” que el dúo entregó como bis, hubo un riesgo con final feliz a través de dos gemas del mejor acervo latinoamericano que Baglietto y Vitale grabarán en su próximo disco: “Alas de colibrí” –bellísima– de Silvio Rodríguez y “Vámonos”, de José Alfredo Jiménez. Una luna redonda, la cuarta. Una luna que corrió el péndulo del festival de festivales hacia el lado del deleite sin histerias.
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