MUSICA › EL FIN DE SEMANA LARGO DEL FESTIVAL DE LA SALAMANCA
El tradicional encuentro santiagueño, que finaliza esta noche su 22ª edición, se mostró ecléctico en su propuesta artística. Se escucharon desde chacareras y carnavalitos hasta baladas y folklore romántico. Abajo, el público armó su propia fiesta de espuma y baile.
› Por Sergio Sánchez
Desde La Banda, Santiago del Estero
Como prometían los brujos, la fiesta salamanquera tuvo su esplendor durante el fin de semana. Como en todo festival, hay artistas más convocantes que otros, con diferentes búsquedas y estéticas. Más o menos fogoneados por los medios. Eso se puso en evidencia en la segunda y tercera jornada (viernes y sábado) de la 22ª edición del Festival de La Salamanca. El viernes Marcela Morelo y Abel Pintos pusieron al mango el Club Sarmiento, donde no cabía ni un alfiler. La pena fue que el grueso del público se retirara del estadio después de Pintos y no se quedara a escuchar la impecable propuesta de Néstor Garnica. En tanto, la noche del sábado, con Los Tekis y Leo Dan a la cabeza, sufrió una merma de público. De todas formas, las estadísticas y cifras no son lo más importante. Lo que importan, en definitiva, son las canciones. Y las hubo, desde chacareras y carnavalitos tradicionales hasta baladas y folklore romántico. Desde abajo, el público armó su propia fiesta –sana y respetuosa– de espuma y baile. Al cierre de esta edición, Raly Barrionuevo hacía vibrar al público con sus canciones urgentes y Bruno Arias demostraba que los shows festivaleros son su especialidad. Hoy coronarán el festival El Chaqueño Palavecino y La Nueva Luna.
Después de que Morelo, envuelta en un elegante vestido dorado, le imprimiera un tono pop a la jornada del viernes, llegó el turno del Dúo Coplanacu, que fue emotivamente recibido por el público. Una lluvia de aplausos cayó sobre el escenario Jacinto Piedra cuando los santiagueños subieron a tocar. A base de chacareras y zambas, como la hermosa y nostálgica “De Simoca”, Los Copla sellaron un contrato, una vez más, con las canciones honestas. Un clima similar se vivió con el dúo Orellana-Lucca, que logró una interesante fusión entre la música rural y los sonidos urbanos, como el rock. “Queremos compartir el escenario con otros compañeros”, dijeron después de tocar apenas cuatro o cinco canciones, casi como una postura política. Muchos se quedaron con ganas de más. Suele suceder en los festivales que las grillas de programación a veces no son justas con todos los artistas. Se entiende que un músico de renombre toque más que otro no tan conocido, pero la brecha de tiempo entre unos y otros suele ser abismal. Y algunas propuestas, más alternativas y menos masivas –igualmente populares– quedan opacadas.
Al otro día, el sábado, se hizo justicia con Los Manseros Santiagueños. El grupo emblemático del noroeste tuvo un destacado lugar en la grilla. Sin correr detrás del reloj ni de ninguna estrella, y custodiados por la inmensa luna llena, Los Manseros sacaron a escena toda su experiencia festivalera. “Cruzando el Dulce”, “Ciudad de La Banda”, “Desde el Puente Carretero”, “Entra a mi pago sin golpear” (una suerte de “Ji ji ji” del folklore) y “Añoranzas” (de Chango Nieto) alcanzaron para definir a este grupo que lleva más de 50 años en la música folklórica. En otra sintonía, Los Tekis propusieron desplegar el espíritu del carnaval. Y triunfaron. Se armó una verdadera fiesta de espuma, baile y mucho color andino. Al comienzo, intentaron animar la fiesta con versiones folklóricas de “La marcha de la bronca” de Pedro y Pablo, “Tu sin mí” de Dread Mar-I, “Siguiendo la luna” de Los Cadillacs y “Arde la ciudad” de Mancha de Rolando, pero no consiguieron buenos resultados. La cosa cambió cuando entregaron una buena dosis de carnavalitos, cumbia y sonidos de la región andina. Sin duda, lo mejor de Los Tekis sucede cuando suenan naturales y no fuerzan las canciones. Horacio Banegas, Natalia Barrionuevo y Demi Carabajal fueron ejemplos de fidelidad a la canción.
Pero no todo sucede puertas adentro del Club Sarmiento. En la parte norte de la capital santiagueña, en un barrio llamado Boca de Tigre, se encuentra el ya famoso Patio de Froilán, atendido por un “Indio” que en verdad no es tal. No hay quien no recomiende ir a visitarlo. El Indio Froilán, como todos lo llaman, se ha hecho famoso por ser un virtuoso artesano de bombos y cajas. Sus artesanías cotizan alto y le ha vendido bombos hasta a Shakira. Si bien no pertenece a ninguna comunidad indígena, dice sentir una “gran fascinación” por la cultura diaguita. Y sin duda los valores de la Pachamama están muy arraigados en su obra y su forma ver el mundo. A su patio, una suerte de camping-taller con mesas, gallinas, instrumentos en proceso de creación y piso de tierra, llegan visitantes de todos lados. En lo de Froilán, nunca hay soledad. Siempre hay alguno que viene a descubrir la magia de los bombos o a comerse una empanada con chacarera en vivo. “Los domingos hay peña y este patio se llena”, cuenta uno al pasar.
José Froilán González siempre está alegre y dispuesto a contar cómo se hizo del oficio. “Cuando era chico, pescando con mi papá, encontré un tronco de ceibo en el río Dulce. Se lo íbamos a llevar a un tío que hacía bombos. Nunca se lo llevamos y lo terminamos haciendo nosotros”, cuenta Froilán, un autodidacta y curioso por naturaleza. Cada uno de sus bombos, hechos con madera de ceibo y cuero de cabra adulta, cuenta con bellos dibujos tallados por Froilán. Son piezas únicas e irrepetibles. Y, por supuesto, suenan como ninguno. Por eso la lista de artistas que le compraron sus instrumentos es interminable: Jorge Rojas, No Te Va Gustar, Divididos, Raly Barrionuevo, Cirque du Soleil, Jaime Torres, Illapu, Mercedes Sosa, Los Wawancó, Catupecu Machu, Lila Downs, entre muchos otros. Para hacer cada bombo tardé entre 15 y 20 días. Pero, debido a la enorme demanda, los pedidos tienen que esperar tres meses. “Para hacer un instrumento profesional y no comercial, tardás. Yo demoro mucho”, sentencia mientras arregla los parches de los bombos del Dúo Coplanacu, quienes tocaron la noche anterior y lastimaron sus instrumentos. “Otras ciudades tienen sierras y paisajes y la gente viaja para verlos. ¿Pero por qué vienen a Santiago? Por la gente, la música y la cultura. El paisaje es la gente. Santiago no tiene riendas pero sujeta. Enseguida vas a venir a vivir acá, por más calor que haga”, explica con lucidez Froilán, quien abrió el patio hace poco más de quince años.
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