Mié 21.08.2013
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MUSICA › HERBIE HANCOCK ACTUó FRENTE A UN CUARTETO DE MAESTROS

Mucho más que groove intenso

Las implosiones de este músico norteamericano logran ser más perdurables que sus explosiones, y su profundidad expresiva con el piano tiene mayor trascendencia que el impacto que alcanza con lo electrónico. Anoche repetía en el Gran Rex.

› Por Santiago Giordano

Poco más de dos horas fue tiempo suficiente para dejar en claro que a los 73 años, con más de cinco décadas de carrera, una cantidad innumerable de grabaciones y algunos discos que son parte del canon del jazz universal, todavía tiene cosas para decir. Esta podría ser una de las impresiones que dejó Herbie Hancock en su cuarto regreso a Buenos Aires. El lunes, ante un Gran Rex colmado y efusivo, el pianista y compositor cumplió la primera de las dos presentaciones previstas para la etapa porteña de su gira sudamericana, que ya pasó por Lima, Santiago de Chile, Montevideo, San Pablo y Paraty, y culminará el sábado en Río de Janeiro. Hancock estuvo al frente de un cuarteto de maestros, individualidades destacadas y con historia propia, capaces tanto de despegar en solos formidables como de escucharse en el diálogo. Vinnie Colaiuta en batería, Zakir Hussain en percusión y James Genus en bajo formaron una delantera que no sabe de empates, en la que la variedad de recursos –tímbricos, técnicos y culturales– se puso al servicio de una música que no sólo vive de grooves intensos.

Antes del inicio del show central, mientras todavía muchos se estaban acomodando en sus lugares, el notable pianista y compositor Nicolás Guerschberg ofreció un set de 25 minutos con su propia música. Pasadas las 21, en la sala se escuchaba el murmullo típico de los momentos de gran expectativa. Las luces se apagaron y entonces se escuchó el primer aplauso de una noche que tendría muchos. Mientras la penumbra se disolvía, los músicos entraron de a uno al escenario. El primero fue Colaiuta, ovacionado, una especie de leyenda del la batería, músico que colaboró con Frank Zappa, Sting, Chick Corea o Megadeth; mientras sus platos comenzaban a tirar aires de funky entró Hussain, considerado entre los más importantes ejecutores de tablás –instrumento de percusión clásico de la India–, que se sentó al frente de sus tambores y se sumó con su particular sonido, pleno de matices y variedades. Enseguida, el excelente James Genus puso lo suyo. Cuando llegó el momento de la entrada de Hancock, el ambiente estaba maravillosamente caldeado por un groove que sostendría la primera parte del show alrededor de “Action proof”.

Entre el piano de cola, un teclado, una consola llena de aparatos, numerosos monitores y un keytar –teclado que se cuelga como una guitarra– que empuñaría oportunamente, Hancock eligió enseguida sobre el piano acústico, después de dejar una marca eléctrica con un breve vamp sobre el teclado, al que volvería sucesivamente. En el fondo del escenario se proyectaban imágenes y una especie de psicodelia con fines pasivos marcaba un paisaje que derramaba tanta música, que posiblemente las camaritas que como luciérnagas adornaban la platea hayan fracasado en su intento de recoger el momento en su integridad. El trío de base marchaba como una locomotora capaz de arrollarlo todo y el primer solo de Hancock resumió su magistral manejo del tiempo y de las tensiones poniendo en juego un fraseo inconfundible por su precisión y elegancia. También exploró un personal universo modal, que constituye uno de los rasgos más interesantes de su música en la actualidad. Mucho de esa búsqueda se escuchó con más claridad luego, cuando promediando el concierto Hancock quedó a solas con el piano. Los sucesivos solos de Genus, Hussain y Colaiuta derrocharon virtuosismo y prolongaron el clima hasta el encuentro en el clímax final y la ovación de bienvenida.

“Y ahora qué hacemos”, se preguntaba al terminar el primer momento de la noche un Hancock agitado, mientras secaba el sudor de su frente. Con simpatía de showman, dijo algunas palabras en castellano, se paró de su taburete micrófono en mano para caminar por el escenario, presentar a los músicos y anunciar, entre más bromas, que lo que venía a continuación era una mezcla de lo nuevo y lo viejo: llegaría otro momento intenso con cruces en ida y vuelta entre “17’s” y la inoxidable “Watermelon Man”, de su primer disco Takkin Off (1962).

Los encantadores solos de Hussain con sus tablás y el arsenal tecnológico que Hancock tenía a su servicio –cantó incluso con el auxilio del vocoder– señalaban los extremos que delimitaron el territorio de la música del anfitrión, que al promediar el concierto quedó a solas con su piano y el silencio. Entonces expuso sus reflexiones acerca de implosiones, tensiones y distensiones, con una economía formidable en el manejo de los modos. Seguramente las implosiones de Hancock logran ser más perdurables que sus explosiones, del mismo modo que la profundidad expresiva que logra con el piano trasciende el impacto inmediato que alcanza con lo electrónico, aun cuando muchos de los logros que lo convirtieron en uno de los músicos más importantes de la actualidad tienen que ver con la experimentación desde ese lugar.

Más groove hacia el final; más funk, blues, jazz y hasta cierto toque pop en dosis diversificadas, con más solos y más energía que se vuelca en los diálogos ajustados del cuarteto. El reconocimiento a la ovación del final fue con “Rockit” y “Chamaleon”, mientras seguían los aplausos y los hombros en la platea se movían ya sin tantos complejos.

7-HERBIE HANCOCK

Músicos: Herbie Hancock (piano), Vinnie Colaiuta (batería), Zakir Hussain (percusión) y James Genus (bajo).

Lugar: Teatro Gran Rex.

Fecha: Lunes 19 de agosto; repitió anoche.

Público: 3200 personas.

Duración: 125 minutos.

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