MUSICA › BLACK SABBATH DIO UN SHOW FORMIDABLE EN EL ESTADIO UNICO DE LA PLATA
Estuvo presente la liturgia de una banda señera de la rama más pesada de las músicas nacidas en Inglaterra; sobre todo los veteranos Tony Iommi, Ozzy Osbourne y Geezer Butler estuvieron a la altura de su propia leyenda, en una noche para el recuerdo.
› Por Cristian Vitale
Falta Bill Ward. El rigor del detalle sería directamente proporcional a las mañas y demandas de cada acérrimo. Muy puntual. Muy subjetivo. Entrado en años, cansado y ciertamente caprichoso –la historia obliga–, el legendario baterista fundador de Black Sabbath (que, por otra parte, no fue de los que más permaneció en el grupo) es la única cruz ausente. Muchos ya lo habían puesto entre paréntesis tras el impecable 13, mejor disco de la banda en décadas, pero un resto ortodoxo (hablando entre criollos, claro) se terminó de convencer el domingo, entrada la noche, cuando ante un colmado Estadio Unico de La Plata, un baterista joven, tormentoso y exacto mostró sus garras. Tommy Clufetos alzó los palillos, entendió perfecto el chiste pesado y aceitoso de la genial “War Pigs”, e hizo olvidar el detalle, o por lo menos abstraerse de él. Fue inmediato y reparador. Conmovedor. La pieza que faltaba para que las plateadas cruces de Black Sabbath –las verdaderas– regaran con su resplandor las exigencias de 40 mil personas voraces de mística. Un Ozzy Osbourne impecable, en las antípodas de aquel que pisó GEBA en su visita anterior; un Tony Iommi al que no se le notó ni de mínima la agresividad de su maldito linfoma y un Geezer Butler en su mejor forma (la más espesa) se conjugaron para ofrendar uno de los sublimes ritos rockeros de la década.
Hubo todo lo que hacía falta: liturgia Sabbath, por empezar; honor a esos primeros años de existencia (1969-1977), cuya impronta no pudo igualar jamás el devenir caótico y cambiante de la banda; densidad, lisergia y oscuridad; poca estructura y mucha entrada a tierra; gloria al Marshall; riffs pesados, viscosos y alucinantes –a dedal lento y tono bajo, a lo Iommi–, tan inimitables como ese timbre de Ozzy, monótono pero genial; improvisación y ‘loop natural’; hard rock mirando al magma... formas musicales, al cabo, que han hecho de esta banda nacida en Birmingham a fines de los ’60, a contramano del flower power, una de las más inauditas de la historia del rock universal. La madre que parió un estilo de cuya leche bebió buena parte del rock posterior, en cualquier época, subgénero, manía, frecuencia o latitud.
Claro que para generar tal clima de época, tal precisión, hubo que hacerle un tajo a la historia y desprenderse de cualquier intento que no tuviese que ver con la línea Ozzy-Iommi-Butler. De los intentos más o menos olvidables con Ronnie James Dio, Ian Gillan, Glenn Hughes o David Donato en lugar de Ozzy; o con Neil Murray y Dave Spitz en el papel de Butler. Hubo que hacer a un lado el grueso período que separa el retiro casi definitivo de Ozzy hacia fines de los ’70 (tras el derrape de Never Say Die!) de su regreso más serio, entrado el siglo XXI y centrar el repertorio que selló a fuego la impronta real de la banda.
Tras un set corto de Horcas y otro condensado y contundente de Megadeth, que eclipsó el crepúsculo a base de himnos (“Symphony of Destruction”, “Peace Sells” y “Holy Wars”, entre ellos), Sabbath hizo entonces lo que tenía que hacer: pasó la tijera grande y enlazó pasado lejano con presente inmediato. Puso al metal en segunda a través del espeso “Into the Void” y “Under the Sun”. Se hizo cargo de la merca y sus bemoles caros al devenir de la banda a través de “Snowblind” (“Beso al mundo con flores de invierno / convierto mi día en horas heladas / Tumbado al sol, ciego por la nieve”, vociferó con justeza Ozzy); oscureció aún más una noche que apenas se dejaba ver a través del hueco central del techo del Estadio con el primitivo y ritual “Black Sabbath”; tanteó bien el infernal “N.I.B.”; convirtió a “God is Dead” (junto a “End of the Beginning” y “Age of Reason”, las perlas del flamante 13) en el estreno más vitoreado y disfrutado de la noche; descansó en los diez minutos que duró el solo portentoso del salvador Clufetos, para retornar con el exigido y tenaz “Iron Man”; recurrió a dos clásicos en línea con el recorte epocal, pero por fuera de los dos discos fundacionales que se cargaron casi la mitad del repertorio (“Dirty Women”, de Technical Ecstasy, y la brava “Children of the Grave”, al igual que “Into the Void”, de Master of Reality), y terminó como el ángel caído manda: con “Paranoid” y un nivel de apoteosis popular a la altura de los hechos. Del hecho. De este hecho único e irrepetible, como cada uno de sus protagonistas.
Músicos: Ozzy Osbourne (voz), Tony Iommi (guitarra), Geezer Butler (bajo)y Tommy Clufetos (batería).
Grupos Invitados: Horcas y Megadeth.
Público: 40 mil personas.
Duración: 110 minutos.
Estadio Unico de La Plata, domingo 6/10.
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