MUSICA › LA APERTURA DE LA GIRA ARGENTINA DE RINGO STARR
Como en la visita anterior, el show del baterista beatle se divide en la apoteosis de verlo cantar y tocar “esas” canciones y los momentos que remiten a un mundo ajeno.
› Por Yumber Vera Rojas
A dos años de su estreno en Buenos Aires, Ringo Starr regresó al país con su All Starr Band para presentarse, además de en el estadio Luna Park este viernes y sábado, en el Orfeo Superdromo de Córdoba, esta noche. Pero el baterista de The Beatles agregó una función el lunes en el Teatro Opera que sirvió de previa para esta serie de recitales, con la que apoya el DVD Ringo at the Ryman (grabado en el teatro Ryman de Nashville el 7 de julio, día del cumpleaños del músico), y donde presentó a los nuevos integrantes de la agrupación que lo refuerza. Así que el concepto de esta vuelta no dista del de su debut ni siquiera en la confección del repertorio: un combinado de canciones de su célebre grupo con clásicos de las bandas de sus acompañantes y algunos de sus covers de cabecera, como “Matchbox”, de Carl Perkins, con el que inauguró su recital. Tampoco cambió el perfil hogareño de su público: familias completas que acudieron para ver a uno de los dos Fab Four vivos.
El músico inglés de 73 años, quien hace medio siglo aseguró que si tiene un lugar asegurado entre los próceres de la cultura popular contemporánea es porque sólo tuvo que decir “sí” para formar parte de The Beatles, la tiene muy clara: es un gran marketinero de la nostalgia. Luego de la separación del cuarteto, Ringo no sólo desarrolló una modesta –aunque inquebrantable– carrera musical, sino que se dedicó a colaborar con artistas y hasta probó suerte en el cine, lo que lo facultó de gran entretenedor del espectáculo. Ahí radica su mayor virtud, haberse transformado en uno de los mejores encantadores de serpientes paridos en el corazón del pop; si se le suma su historia en los Fab Four, no hay por donde escapársele. Si bien en todo momento se regodea con su capacidad de control, lo que lo ampara de tamaño descaro es su sentido del humor de rápidos reflejos, su ina-gotable carisma y su ya patente saludo con la mano redimiendo el símbolo de la paz... amén de un envidiable estado físico.
Al tiempo que toca la batería y el cajón peruano, canta y salta, también arenga a sus muchachos. La fórmula de la Ringo & His All Starr Band es así: luego de cantar los tres primeros temas de su set, dos de ellos suyos, el single “It Don’t Come Easy”, de 1971, y “Wings”, incluido en su último álbum, Ringo 2012, la estrella nacida como Richard Starkey presenta a los músicos. El primero es nada menos que Todd Rundgren: además de haber sido uno de los capos del power pop en los ’70, el guitarrista es uno de los cantautores y productores estadounidenses más versátiles. Al tiempo que de-sarrollaba una prolífica trayectoria, el artífice de 65 años produjo a los padrinos del punk, New York Dolls, trabajó con Meat Loaf y se tornó en influencia para los nuevitos Tame Impala (de reciente paso por Buenos Aires). Aunque en la Argentina se lo conoce por el cover de Charly García de su éxito “Influencia”. Los astros estaban alineados el lunes: apenas lanzó su clásico “I Saw the Light”, Say No More entraba a la sala.
Al terminar su tema, Rundgren presentó a Gregg Rolie, tecladista y cantante de Santana, para interpretar “Evil Ways”, clásico de su antigua banda. A continuación, el asimismo ex integrante del grupo Journey le pasó la pelota a Steve Lukather, primer violero de Toto –aunque más tarde emprendió una carrera solista–, que sacó de la galera el mega hit “Rosanna”. Y éste, a su vez, anunció al bajista Richard Page, del combinado Mr. Mister, para hacer el sempiterno “Kyrie”. Page y el comodín Mark Rivera (saxo, coros, segunda voz y percusión) son los únicos dos miembros del Ringo & His All Starr Band que repitieron en esta vuelta al país: la nueva formación del conjunto del beatle, curiosamente el único inglés de esta encarnación (la decimosegunda de un proyecto que se remonta a 1989) salió al ruedo en 2012.
Para un beatleamíaco fundamentalista, asistir a este show, salvo por el mero disfrute de la figura de Ringo, podría convertirse en un aburrimiento, pues el concepto –siempre honesto, por supuesto– está más cerca de la rotación de clásicos de la FM Aspen (temas épicos de los ’50 a los ’80) que del recorrido por la rica evolución musical del grupo británico. Al punto de que “Don’t Pass Me By”, “Yellow Submarine”, “I Wanna Be Your Man”, “With a Little Help from My Friends” y “Give Peace a Chance”, con la que cierra la hora y media de recital, son las únicas canciones que el baterista rescata de The Beatles (en la mayoría de los casos son temas que a manera de cantante o compositor representan la escasa participación del batero en el heraldo sonoro dominado por la terna McCartney-Lennon-Harrison), a las que incorpora temas de su discografía solista, favoritos de los que también despuntó “Boys” (de The Shirelles) o el ancho de banda del dial de éxitos de los músicos que lo soportan.
Más allá de cualquier tipo de advertencia o cuestionamiento, a las 1800 personas que colmaron el Opera, así como a las que asistirán a los próximos shows, poco o nada de esto les importa. Ellos andaban chochos y locos de amor con el músico, lanzándole rosas y hasta pulpos de peluche (en referencia a “Octopus Garden”, otro de los menguados temas compuestos por el baterista en su ex grupo). Ni siquiera García, quien estuvo acompañado por el Zorro Quintiero, estaba atento a tantos detalles: “¿Viniste a ver a Ringo o a Todd?”, le consultó este redactor al músico argentino. A lo que éste contestó: “Vine porque me invitaron”. Y bien que la pasó, pues, de la misma forma que lo hacía antes de ser uno de los referentes del rock de habla hispana, el icono otra vez fue público. Claro, y por qué no, si de la misma manera que sucedió con la reunión de los Shakers, él estaba cumpliendo su sueño: el del pibe viendo a sus ídolos. Es que Ringo, antes que Ringo, es un beatle. Siempre un beatle.
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