MUSICA › DEMOLEDOR CONCIERTO DEL POWER TRIO ANTE UN TEATRO OPERA REPLETO Y FERVOROSO
Junto a Julie Slick y Tobias Ralph, el notable instrumentista recorrió temas propios y de King Crimson en un formato demoledor, pero pleno de matices, posibilidades rítmicas y climas. Y sin perder la sonrisa del que está disfrutando a fondo la faena.
› Por Gloria Guerrero
Según el doctor Nelson Castro, algunos de los más notables power trios del mundo sufrirían del síndrome de Tambor Inestable; por caso, Divididos tuvo cuatro bateristas diferentes. El Belew Trio, en sólo siete años, ya lleva tres: primero fue Eric Slick (hermano de la bajista Julie), eyectado en 2009; le siguió el alemán Marco Minnemann, a quien se pudo ovacionar en el Samsung Studio de Buenos Aires durante los shows de 2010; ahora, en esta siguiente visita, es el turno de Tobias Ralph, un joven neoyorquino con anteojos y delgado como un escarbadientes, cuyo vastísimo historial incluye decenas de bandas independientes de las que uno jamás oyó hablar. Sin embargo, Bill Bruford –uno de los mejores bateros del mundo, ex Yes y ex responsable en King Crimson de lo que Ralph está tocando ahora en el Opera– debe de estar mordiéndose el labio inferior.
Adrian Belew no tiene piso (por cierto, toca rebotando, como si el escenario fuera de gomaespuma) y tampoco tiene techo: es capaz de hacer lo que quiera, lo que se le dé la gana. Y lo que elige es jugar.
Pocas veces se ha visto a un virtuoso tan soberanamente... feliz.
Los grandes guitarristas suelen comportarse en vivo de varios modos, por lo general dos: o bien sufren a lo bestia, con expresión crispada y tremebunda –hubo rostros tan enrojecidos y fauces tan desgarradas, que el público debió resistir el impulso de llamar al 107 por si hubiere un infarto en puerta–; o bien se muestran impávidos, casi imperturbables, como si estuvieran mirando un programa de turismo por cable (Robert Fripp, John McLaughlin y otros budas). Pero Adrian Belew es... rotundamente feliz. Recorre escalas imposibles, imagina arreglos imposibles y ruidos imposibles, y con la sexta mano que le queda libre se rasca la mejilla mientras retuerce su guitarra en sonidos que parecen, precisamente... “rascadas de mejilla”.
Se divierte; no para de sonreír. Después de cada maratón de notas levanta los brazos en alto como un atleta que acabara de cruzar con el pecho la cinta de llegada de los 42 kilómetros. Y la monada festeja. ¿Faltaron un par de dedos en el riff de “Frame by Frame”? Considerando que Belew no tiene diez dedos sino sesenta, seguramente sólo se trata de un error de cálculo personal.
Belew está muy contento. Su digitación y sus intenciones son difíciles, enloquecidas, complicadísimas; él no parece de este mundo, pero a su cara no le avisaron: lo que hace es divertirse. Su imaginación tampoco es de este mundo, pero ahí su corazón sí que fue avisado: esto es un juego, algo que no se sufre ni se seudodignifica con devoción “sri sri”: estamos jugando. El tipo se duplica y se triplica tecnológicamente a sí mismo mientras ejecuta lo impensado, y su guitarra –la personalizada y plateada Parker Fly (la otra, la dorada, seguía atenta desde su atril)– jamás habrá de ser la única responsable del juego: es su dueño quien está jugando. Y con él, todos los demás.
Belew, norteamericano de Kentucky, cumple 64 dentro de un par de semanas; lo bautizaron Robert Steven, pero de grande eligió llamarse Adrian porque le gustaba más ese nombre. Arrancó tocando con Frank Zappa, quien lo descubrió en 1977; siguió como guitarrista de David Bowie (en este caso su mentor fue Brian Eno); hizo en vivo el “Psycho Killer” con los Talking Heads, y desde 1981 fue/es parte de King Crimson, una de las bandas más espectaculares que ha logrado la música de Occidente. El historial de colaboraciones de Belew resulta fabuloso: Nine Inch Nails; Laurie Anderson (fue inolvidable su “guitarra de goma” en los conciertos de Home of the Brave); Ryuichi Sakamoto, Paul Simon, Jean-Michel Jarre, Joan Armatrading, Cyndi Lauper, Mike Oldfield...
Pero ahora está acá, y juega.
Su trabajo como solista va por letras y números, bastante TOC: su más reciente álbum de estudio, e (2009), contiene los temas “a”, “a2”, “a3”, “b”... y así hasta llegar a “e” y “e2”. Perro viejo, Belew mezcla en vivo lo suyo propio con lo de KC y así nadie en las butacas, ni aun habiendo llorado con “Matte Kudasai”, se animaría a repantigarse demasiado: después del brutal “b” sigue con “Frame by Frame” (KC) y luego con “Young Lions” (de su quinto disco solo, 1990) y mantiene su locura por los sonidos animales hasta “Dinosaur”, canción que fue compuesta –y el hombre se lo recuerda al público– justamente en Buenos Aires, en 1994, cuando los Crimson eran seis y recalaron en esta zona. De Crimson también llega “Neurotica” (Beat, 1982), un tema pocas veces revisitado y que aquí se transforma en una bestia peluda de tecnología y descontrol. Belew está demente, Ralph está demente; Julie, que estás descalza, nena (el escenario es de madera, pero...). Los tres están dementes.
Y el tipo se sigue riendo.
Esto sí que es trabajar: cada dólar que se gana el Adrian Belew Power Trio es a fuerza de impulso, empeño, resistencia, talento, dignidad y transpiración. El bajo suena como una bola de demolición, como las que tiran abajo edificios; lo que hace la jovencita Julie Slick es, sin embargo, construir edificios: sin ella, no habría nada aquí. Sin Ralph (quien hizo un solo magistral), no habría nada aquí. Y la guitarra termina hablando como cotorra, o como dos comadres viejas gasallescas que discuten o como india, como árabe; o con palanca; o con las dos (de las seis) manos de Belew sobre el mango; la gente, allá abajo, ya no sabe qué más hacer. Metal, pop, delirio, funk... climas. “Clima”; qué palabra que no significa tanto hasta que Belew se divierte.
Arriba, el tipo se sigue riendo, con la gorrita puesta.
A cualquiera el show le queda corto; de hecho arrancó antes de lo convenido y algunos fans puntuales se quedaron más que calientes. “El año que viene vamos a volver con Crimson ProjeKCt y vamos a tocar... ¡tres horas!”, zampó Belew, con otra sonrisa. El ProjeKCt es nada menos que dos tríos: éste, más los Stick Men (Tony Levin/Pat Mastelotto/Marcus Reuter); y ahí tampoco habrá gorrita –ni la de él– que aguante.
No, esta vez no tocaron “Indiscipline” ni “Lone Rhino”, pero el final fue con los crimsonianos “Three of a Perfect Pair” y “Thela Hun Ginjeet”; este último, 7/8 y 4/4 enloquecidos, es un anagrama de heat in the jungle (“calor en la selva”), cuya letra habla de los desastres criminales en las grandes ciudades.
El Obelisco está en llamas. Y este bendito asesino se sigue riendo.
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