MUSICA › ANDRéS CALAMARO CONVOCó A UNA MULTITUD EN EL HIPóDROMO DE PALERMO
Con una banda ajustada y contundente, aceitada en una gira que se paseó por Latinoamérica, el Salmón sólo tuvo que recostarse en un repertorio a esta altura infalible. Con ello construyó una velada altamente disfrutable, llena de hits y canciones sensibles.
› Por Joaquín Vismara
Entre 2005 y 2010, Andrés Calamaro instauró un hábito en la agenda rockera de Buenos Aires: despedir el año con un recital masivo. Lo hizo en la cancha auxiliar de Obras, en las diversas circunstancias que lo llevaron al Club Ciudad (solo, acompañado por Ariel Rot o con los españoles Fito & Fitipaldis), y también en Costanera Sur. Su llegada al Hipódromo de Palermo no sólo retoma el contacto con el público porteño, después de una ausencia de tres años, sino que también consagra y revalida su repertorio y su propia figura. Calamaro llegó allí con un desafío importante: presentar el flamante Bohemio, colección de canciones elegantes, urgentes y despojadas, a cielo abierto y ante 25 mil espectadores. Tal vez por eso sus primeros movimientos fueron directo al hueso. “Mi enfermedad”, “A los ojos” y “Todavía una canción de amor”, luminarias de Los Rodríguez, convirtieron al predio en un karaoke masivo desde el minuto cero. La elección da una pista de cómo seguirá la noche: con el foco puesto en su repertorio post-exilio madrileño, una suerte de celebración del hit sin solución de continuidad.
Así como en las redes Calamaro experimenta con mash ups, reversiones lo-fi y demás experimentos, en vivo apela al encanto inmediato, apoyado en un cancionero efectivo que oscila entre la elegancia, la confesión a corazón abierto y el nervio rockero. Para tal faena, El Cantante tiene los compañeros ideales. El bajista Mariano Domínguez y el baterista Sergio Verdinelli juegan con las estructuras de las canciones, las sacan de su zona de confort y las reordenan, mientras Germán Wiedemer mantiene las cosas en orden desde su teclado. A ambos laterales del escenario, Calamaro guarda sus mejores armas: las guitarras de Baltasar Comotto y Julián Kanevsky, que pueden pasar de la sutileza al ataque sin preaviso.
Después de una sentida versión de “Crímenes perfectos”, la banda entró de lleno en Bohemio. El reciente hit “Cuando no estás” fue la puerta de entrada a un bloque en el que “Rehenes”, “Plástico fino” y “Tantas veces” funcionaron como una actualización del repertorio, pero que también mostraron por qué se tienen ganado su lugar para los próximos años. Estos temas son también una serie de reflexiones que giran en torno al tiempo transcurrido y a la subestimada tarea de escribir canciones, algo de lo que Calamaro puede dar fe.
El ex Abuelos de la Nada y su banda desensillaron en Palermo después de treinta conciertos que los llevaron de Comodoro Rivadavia a Guadalajara, pasando por Asunción y Lima. Lejos de denotar cansancio o aburrimiento, Calamaro y sus músicos se presentan en su mejor forma, ajustados y con un lenguaje en común. Sin declaraciones filosas a la vista, y escondido detrás de una vincha y unos lentes Ray Ban Wayfarer (el modelo que usó Dylan en los ’60), el autor interviene esporádicamente con su teclado o su Telecaster con motivos taurinos, depositando la responsabilidad en quienes lo acompañan. En sintonía, pueden pasar del rock de fórmula de “Doce pasos” a la protocumbia de “Tres Marías” y “Tuyo siempre”, con una escala en el jazz avant garde a lo Miles Davis de la etapa de Bitches Brew, como lo demostró la extensa zapada previa a “Estadio Azteca”.
Fiel a su costumbre, Calamaro rindió homenaje a las influencias que forjaron su estilo. El “Dead Flowers” de Jagger y Richards se coló sobre el final de “Me arde”, las estrofas de “Volver” fueron la antesala de “Flaca”, y la coda de “Carnaval de Brasil” mutó en “Walk on the Wild Side” a modo de homenaje a Lou Reed. El gesto se profundizaría sobre el cierre con “Los chicos”, esa canción dedicada a los amigos que se fueron antes de tiempo, acompañada por imágenes de padres fundadores, colegas y acérrimos que ya no están: Carlos Gardel, Federico Moura, Luis Alberto Spinetta, Beto Satragni, Astor Piazzolla y Luca Prodan. De yapa, el tema devino en una versión cruda y garagera de “De música ligera”, un guiño que marcó la diferencia entre el respeto y la demagogia.
Así como en las carreras de caballos los últimos metros son claves, Calamaro ubicó en el tramo final una seguidilla imbatible. “Te quiero igual” fue antesala de la versión más abrasiva de “El salmón” que se recuerde, con Comotto y Kanevsky sacándose chispas. “Sin documentos” y “Flaca” oficiaron de antesala para “Paloma”, un himno para sanar penas del corazón: lo que en su versión original suena como despedida agridulce, renace como esperanza gracias al coro masivo. Quizás el mayor mérito de Calamaro y su banda haya sido alcanzar el intimismo en un espacio poco amigable para eso, pero quedó claro que si el repertorio funciona, lo demás es accesorio. Lo dijo él en mitad de la noche: “El hipódromo es el lugar ideal para cantarles a los amores perdidos”. Tenía razón.
9-ANDRES CALAMARO
Músicos: Andrés Calamaro (voz, teclados y guitarra), Baltasar Comotto (guitarra y coros), Julián Kanevsky (guitarra y coros), Mariano Domínguez (bajo), Germán Wiedemer (teclados y coros) y Sergio Verdinelli (batería).
Duración: 135 minutos.
Público: 25 mil espectadores.
Hipódromo de Palermo, sábado 7 de diciembre.
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