Dom 12.01.2014
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MUSICA › ENTREVISTA A RAMON AYALA, MUSICO, PINTOR Y POETA

Con el idioma de su tierra

El artista misionero presentará hoy en el Festival de Chamamé, en Corrientes, su flamante CD: Cosechero. Pero más allá del show, Ayala está viviendo, a los 76 años, un período de reconocimiento a su enorme obra. “Es un momento único en mi historia”, dice.

› Por Cristian Vitale

El futuro atelier parece derretirse ante el sol asesino de este verano. Unos cien cuadros de trazo realista, desparramados y dominados por el rojo tierra y el verde río, se dejan tocar por sus rayos y se confunden con un sinfín de herramientas de carpintero, caballetes, grabadores viejos, atriles, discos y sueños. El fotógrafo transpira, la imaginación vuela y Ramón Ayala no pierde el sentido del humor. “El otro día me para una mujer y me dice `Ramón, usted es irresistible... nadie lo resiste más de diez minutos`”, tira, se ríe, y sigue. “Y otra me dijo ‘usted canta como Gardel... pero muerto`”. Le está poniendo mucha onda a un barrio de San Cristóbal que debe andar por los 35 grados, y a un futuro centro cultural ubicado en la planta más alta de su nueva casa que, en breve, mutará en escuelita de yoga, guaraní y quechua. “También vamos a enseñar cómo se construye una canción, cómo se combina la música con la poesía... la melodía tiene que ir libre, soberana, y la letra cabalgando sobre ella, porque cuando es al revés la música se tuerce, no tiene toda su vibración y encanto”, explica él, más serio –no mucho– sobre el destino del espacio.

Es el chiche nuevo de un hombre inquieto que ha sabido ser –y es– músico, pintor y poeta. Que ha hecho de Misiones, a través de sus cantos, cuadros y ritmos, una provincia más bella aún. Que ha compuesto joyas del acervo regional largamente versionadas como “El cosechero”, “Posadeña linda”, “El mensú” o “Canto al río Uruguay”. Que ha pintado esos cien cuadros que pueblan su atelier. Que ha recibido en vida una serie de reconocimientos acordes a su historia: le acaban de dar el honoris causa en la Universidad Nacional de Misiones; en Puerto Iguazú construyeron un lindo anfiteatro con su nombre; le pusieron músicos y producción adecuados al flamante Cosechero (disco editado por Los Años Luz que presentará hoy en el marco del Festival de Chamamé, en Corrientes); y hasta le siguieron el tranco por buena parte del país, cámara en mano, para terminar un documental sobre él: un personaje absoluto. “Estaba en mi casa de San Telmo, antes de mudarme acá, y una vez me sonó el teléfono. Era un tal Marcos López que me llamaba desde Machu Picchu para hacer una película sobre mí. ¡Una película sobre mí! La verdad es que me pareció una joda total, tanto que le dije ‘dígame, ¿usted me llama del lado del Machu o del Picchu?”, dice que le dijo al experimentado fotógrafo santafesino que finalmente, tras un operativo ablande y acercamiento, no sólo terminó filmando el documental –que fue estrenado en el Bafici–, sino entregando la foto de tapa (Ayala tocando su guitarra de diez cuerdas) que adorna Cosechero. “Que de golpe te llegue una cosa así te hace decir ‘acá se equivocó alguien’. No sé. La verdad es que estoy viviendo un momento único en mi historia. No creí que iba a llegar vivo a esto; igualmente, lo importante en esta vida es ser un ser total y yo soy un tipo altamente positivo, porque amo la vida y he descubierto su verdadero sentido. Hay mucha gente que dura pero no vive, y eso es muy triste en un ser humano. A la vida hay que ponerle nafta de la buena, no querosén”, dice este hombre que en sus poemas devenidos canciones con ritmo de chamamé, rasguido doble, galopa y gualambao pone en positivo a los trabajadores de la región en la que nació (como Ramón Cidade) hace 76 años.

Al mensú, por caso, que no es otra cosa que el peón de los yerbatales; a los pescadores de mate amargo que circundan por el Paraná y el Uruguay; al cosechero que vive y trabaja en ese Chaco quebrachero y montaraz; y al señor de los campos –único tema nuevo e inédito del disco– que los engloba. “Creo que señor no es el que nace de una universidad ni de las clases privilegiadas... es el que, cuando te tiende una mano, te la tiende firme, y te das cuenta de que detrás de esa mano hay un hombre total, y no un flan. Entonces, el señor de los campos es ese señor: es el labriego, el que anda llevando las manadas, el que tiene un hogar que mantener y una representatividad popular en su pueblo, donde su nombre tiene mucho valor”, resignifica, sobre esta pieza en línea con clásicos como “El mensú” y “El cosechero”. “Es lo mismo, sí, porque el hombre común, el hombre de la tierra, no tiene tiempo para hacer mierda. Es un tipo noble y firme como el lapacho”, sentencia.

Otro zigzag en la mirada posiciona a Ramón de nuevo en sus cuadros. Cuenta que pintar fue lo primero que hizo “antes que cantar, tocar o escribir letras”. Que usa óleo. Que uno de ellos fue vendido por un posible revendedor por 30 mil dólares a Amalita Fortabat, “¡una cifra extraterrestre para mí!”. O que la mayoría de los motivos tiene que ver con paisajes y gentes de su pago, aunque “desentone” con una vendedora ambulante de Tanzania. “Estas pinturas son el producto de muchos años de transitar por el rectángulo, en una búsqueda en función de la luz y del equilibrio, y soy un tipo prisionero de los paisajes misioneros, vivo, respiro y sueño con el clima de mi región, aunque a veces aparezca lo imprevisible, ¿no?”, justifica, sobre el retrato de la mujer africana. “Igual que en la pintura, en la música soy capaz de cantar en portugués, en inglés, en swahili, pero antes que nada canto con el idioma de mi tierra, porque es muy triste no tener una identidad. O andar con un traje puesto que no es el de uno. La verdad es que he sido parido así, y nadie puede desprenderse de ese cordón umbilical que te mantiene atado a las voces interiores”.

Voces interiores que también se desprenden de una voz que no ha nacido bella. Que ha tenido que trabajar duro para poder cantar esas letras que otros –u otras– solfeaban mejor que él. “Yo no tenía una voz, tenía un ‘tú’ y a veces un ‘usted’, pero ahora tengo una voz. Me he dado cuenta de que existe un elemento fundamental que muchos cantantes ignoran: se llama diafragma. El diafragma es la catapulta, lo que impulsa el aire”, sostiene, y mete un grito a lo Pavarotti, que espanta a las palomas del patio. “Nunca en mi vida supe que podía hacer esto, ¡a esta altura poder hacerlo es un milagro”, se ríe y repite, como un loop guaranítico, que la risa es como el agua: vital. “El hombre que no tiene humor tiene una parte de su ser muerto. Espero haberlo dejado claro.”

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