Vie 24.01.2014
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MUSICA › CASIANA TORRES HABLA DE SU NUEVO ALBUM, DEL FUEGO A LA RAIZ

“Crecí rodeada por cantores de pueblo”

La cantora fueguina abrazó el mapa musical argentino sin distinción de géneros: se mete con chamamés, zambas, tonadas, chacareras, milongas, vidalas, cuecas, huellas y gatos. “Canto desde que tengo uso de razón y estoy ligada a la música de raíz”, explica.

› Por Cristian Vitale

“Las Malvinas, San Pedro y San Tiago son fueguinas y argentinas.” La sentencia llega cada vez que Casiana Torres manda un mail. Y acredita un arraigo sin bemoles al lugar donde nació: Tierra del Fuego. “La primera vez que canté estaba en ese lugar, y para mí la música y la infancia están íntimamente relacionadas”, ratifica ella. Y lo de cantora fueguina, claro, es un sello que no se discute. Tampoco que de allí parta para abrirse y abrazar un mapa musical sin distinción de géneros, improntas o geografías. En Del fuego a la raíz, su último disco a la fecha, se escucha tal condición. Es una apertura que no sólo trasunta entre chamamés, zambas, tonadas, chacareras, milongas, vidalas, cuecas, huellas y gatos, sino que recala en piezas de esos cinco puntos cardinales que van por un caminito al costado del mundo. Por un repertorio que redescubre y vuelve a la luz temas como “Novia de Chile”, una gema escondida de Cuti Carabajal en honor a Violeta Parra; “En el país de la zafra”, de Ponce y Difulvio; “Riachuelero”, de Baldomero Palma; o “El sacha miski”, de Sixto Palavecino. “Hacerme cantora fue para mí un proceso muy natural, porque canto desde que tengo uso de razón y estoy ligada a la música de raíz. Más allá de coquetear con músicas que también forman, como Spine-tta o Los Beatles, el folklore fue siempre lo que me movilizó”, empieza a definirse. Y sigue por un periplo que comenzó desde muy chica, en los “lejanos” parajes de Río Grande. Tenía 5 años y ya sabía –y cantaba– temas del Cuchi Leguizamón, Alfredo Zitarrosa, Eduardo Falú y Teresa Parodi. “Iba adquiriendo esos paisajes de una manera natural... Esos paisajes de la lontananza del horizonte, ¿no? Pero después, cuando llegué a la primaria, me di cuenta de que no era algo tan natural para todo el mundo. Cantaba un chamamé y mis compañeros me miraban como extrañados, cuando para mí era natural expresar esos personajes que eran seres verdaderos: cantaba ‘Pedro Canoero’, y ese hombre existía”, evoca la Torres, cuya madre chaqueña y padre veterinario de estancia jugaron un papel medular en la definición de su destino. “Viajaba mucho con ellos. Era un juego permanente entre sur y norte, y me sensibilizaba ese hombre de la tierra. Iba a las estancias a acompañar a mi viejo y me quedaba pegada entre esos hombres que hacían asado entre las ovejas. Y la música que los representaba enseguida me prendió: me movilizaban tanto esos peones de estancia como los de la Puna.”

Pero Torres tardó un tiempo en transformar esos paisajes humanos en algo que se pareciera al canto profesional. Se mudó a Buenos Aires a principios de los ’90 con intenciones inquietas: estudió danza, escritura y teatro con la aspiración compulsiva de abrirse camino en la selva. “Llegar y poder ir a los teatros me enloqueció. Siempre supe que iba a ser artista, de eso no cabía duda, pero hice un montón de cosas hasta que decidí dedicarme al canto. No encontraba la sensibilidad relacionada con el folklore... ¡eran los ’90!”, se ríe. “Era algo que contrastaba claramente con mi casa paterna, donde crecí rodeada de cantores de pueblo, que tal vez no han podido elevarse a nivel nacional, pero que lograron algo temático con su nueva tierra. Cada vez que vuelvo al pago, los poetas, cantores y musiqueros me dicen ‘cuando eras chica, eras igual de seria que ahora’”, señala la cantora fueguina, recién llegada de una agitada gira por Madrid, Barcelona y Santiago de Compostela, y a punto de iniciar otra por Neuquén, La Pampa y Tucumán. “También tengo en mente musicalizar poemas de José María Castiñeira de Dios, poeta nacido en Ushuaia en 1920 –hoy vive en Palermo– con la idea de hacer un disco con su obra. Es algo importante para empezar a pensar un cancionero posible de Tierra del Fuego.”

–Tierra difícil para definir una identidad musical...

–Sí, y todo un proceso, porque yo recién a los 30 años pude hacerme cargo de la mía. El desarraigo me había jugado en contra, haberme ido de Tierra del Fuego fue por un lado la libertad total de conocer otros paisajes y, por otro, una herida muy grande que se empezó a sanar cuando volví a cantar. Hoy, el desarraigo está totalmente sano, porque respiro a través de ese lugar, aunque no esté. La patria es la infancia, dicen.

–Y puede viajar desde ese confín sureño hasta el monte santiagueño y generar esa versión sentida que hace del gato “El sacha miski”, de Sixto Palavecino...

–Un tema muy del monte con el que tuve una conexión directa, sí. Me costó cantarlo, porque tiene una expresión de ese lugar, y al no ser de allí, hay cosas que como cantora nunca vas a poder sentir. Sin embargo, ese gato, ese buscar cómo se puede decir, me llevó a amarlo. Además, tuve la oportunidad de estar en la casa de Sixto, cantarlo ahí, y que él me diga cosas lindas. Es un tema que amo tanto como “Novia de Chile”, que estaba inédito, o “Vidala del llanto”, de Castilla y Valladares. La verdad es que el repertorio se va armando solo, en la medida en que uno va viajando, conociendo paisajes y gentes, y canciones desconocidas. Descubre joyas y dice: “Esto hay que ponerlo en algún lado, ¿no?”.

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