Sáb 08.03.2014
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MUSICA › JOAN BAEZ, ENTRE EL FOLK Y LA CANCION LATINOAMERICANA

Belleza en distintos niveles

La cantante norteamericana instaló un clima de introspección en su concierto en el Gran Rex, en el que logró sus mejores momentos abordando gemas del folk de su país. León Gieco subió para hacer “Sólo le pido a Dios” y “Blowin’ in the Wind”, entre otros temas.

› Por Cristian Vitale

El clima, al menos al principio, tenía que reinar calmo, introspectivo. Tanto que, por deseo de ella, ningún retrasado podía desplazarse desde la entrada hasta su butaca en medio de una canción. La parte trasera del Gran Rex, entonces, se superpuebla de rezagados. Contrasta, orillando hacia adelante la hora cero del show (nueve de la noche), con una platea semipoblada. Abstraída de la contingencia, Joan Chandos Baez activa su primera gema (“God is God”, de Steve Earle) y sola con su guitarra y su voz, un tándem autosuficiente que la acompaña desde los dorados ’60, arremete con “Don’t Cry for Me Argentina” y, ética, marca el terreno: “Esta es una canción políticamente incorrecta –dice–, pero quiero compartirla con ustedes”. Tiene 73 años, pero el caudal de su voz, agudo y poderoso, está intacto. La perspectiva folk –otra matriz– es inevitable, el carisma también, y su compromiso con el otro al sur de América –matriz de matrices– completa la tríada de estéticas y emociones que gobernará en cuerpos y almas, durante dos horas. Podrá con lo que no había podido en su visita anterior, cuando ciertas bombas militares estallaron en el hotel donde paraba, en plena dictadura: un recital con principio, desarrollo, bises y fin, igual que los colmados Luna Park de 1974.

Y niveles. Segmentos y sensaciones que ocurren más allá, quizá, de su propia voluntad. Porque, claro, no da igual la Joan Baez que canta en su idioma esas perlas folk, casi rurales, que la ubican en el panteón nacional y popular de su propia cultura, que la que muta de fórmula y se pasa al idioma del conquistado, como un enorme gesto de preocupación por estrechar las brechas de la alteridad, que impregnan el irresuelto corte centro-periferia. De compromiso ideológico, activismo y pretensión de cercanía, al cabo. Y un tercer nivel, que podría verse como una continuidad: la irrupción sorpresiva de León Gieco, a quien la legendaria trovadora neoyorquina presenta como un “buen amigo argentino” y no sólo le allana el camino para destrabar, de paso, las ganas de cantar del colectivo (“La cigarra” y “Sólo le pido a Dios” mediante), sino que lo empuja a subir dos veces más: una para cantar a dueto el tema más insistentemente pedido de la noche (“Here’s to You”, registrado en 1971 en honor a los mártires anarquistas Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti), y otra para ir hacia un origen común, a una gema de Bob Dylan que impregnó a ambos y a toda una generación: “Blowin’ in the Wind”.

El coro anónimo que secunda a Gieco con “La cigarra” provoca –además de la intención del rosquinense de que todos puedan contar que “le cantaron” a Joan Baez– una respuesta amplificada en el mismo nivel. La trovadora, dicho está, se interna en la lengua del conquistado, resigna parte de su brillo personal en la traducción –hay un deslucimiento axiomático en el acento– pero gana en la comunicación, en el compromiso. Gana en el plus dado por una hija del imperio que se apropia de hitos combativos de la patria latinoamericana: “La llorona”, “Mi venganza personal”, “Te recuerdo Amanda”, “Calice”, “El preso número nueve”, “Gracias a la vida” y “No nos moverán”. Gana en decir en su propia lengua, que es la misma, a los mexicanos Chavela Vargas y Roberto Cantoral, al nicaragüense Tomás Borge, al chileno Víctor Jara, a los brasileños Chico Buarque y Milton Nascimento, a la chilena Violeta Parra y a Mercedes Sosa. Y da en la entraña emotiva. Levanta mil aplausos y concreta la intención.

Pero es en el otro nivel donde el brillo estético prima. Donde el caudal mezzosoprano de su voz, el acento de su lengua madre y la inspiración de sus músicos (Gabriel Harris en percusión y Dirk Powell, en banjo, mandolina, guitarra, acordeón y teclados) se conjugan para desatar la belleza de todo ese material que vuelve a nacer, impecable, desde sus años más felices. De la pata folk, country rock y femenina del flower power. De las protestas contra la maldita guerra de Vietnam o el festival de Newport. Un set que pendula entre la gema de Dylan “Farewell Angelina” –cuya primera versión en su voz data de 1965– y “Joe Hill”, de Earl Robinson; entre “Jerusalem”, de Steve Earle, y el recurrente “The Boxer”, de Simon & Garfunkel; entre la sutil “Swing Low, Sweet Chariot”, de Fisk Jubilee Singers, que ella cantaba en las iglesias de Martin Luther King, y la bellísima –de pluma propia– “Diamonds & Rust”, que da título a su disco de 1975 y que, en la coyuntura inmediata, sume al Rex en un sueño entre las nubes. Un vuelo nítido, sin tiempo, cuya bajada a tierra cuenta otra parte de su historia, y la de –casi– todos: “No nos moverán”.

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