MUSICA › EDELMIRO MOLINARI, ANTES DE SUS PRESENTACIONES EN LA PERLA
Contra todos los pragmatismos del nuevo siglo, el notable guitarrista sigue sosteniendo un pensamiento que apunta a una mejor humanidad: “Me gustaría que las naciones se unan, para que después dejen de existir y se conviertan en la raza humana”.
› Por Cristian Vitale
Al comienzo no median preguntas. Edelmiro Molinari se acomoda en una silla frente a un vaso de vino dulce y monologa. Indaga, puntualmente, en el samurái y el bushi, dos figuras del arte guerrero japonés que investigó en De las cinco esferas, libro escrito por Miyamoto Musashi en el siglo XVII. “Algunos lo llaman De los cinco anillos, depende la traducción, pero lo que me interesa decir es que el samurái y el bushi eran dos expertos totales en las artes marciales, que podían tomar decisiones autónomas. Uno, el samurái, podía desobedecer a sus superiores si pensaba que las órdenes iban en contra de su ejército o de su pueblo, y si cometía un error lo pagaba con su vida; pero el otro, el bushi, directamente se negaba a cualquier tipo de autoridad. Era un guerrero solitario, que vivía toda su vida como un ermitaño, un nómade”, relata una de las glorias presentes de la guitarra del rock hecho en la Argentina. Luce calmo en el monoambiente de Flores que le prestó un amigo para cobijar sus ropas, su guitarra y su cuerpo, durante los días previos a las presentaciones en Buenos Aires: hoy y mañana en el Bar La Perla (Rivadavia y Jujuy).
–¿Por qué le interesa hablar de samuráis y bushis? ¿Les compuso un tema?
–No (risas). Lo que intento decir es que si los políticos o los ultrapoderosos que gobiernan el mundo hoy hicieran lo que hacían ellos, viviríamos en una sociedad mucho más equilibrada y fraternal, ¿no? Porque estar con los que están más arriba y obedecer órdenes que tal vez haya que desobedecer no creo que sea el camino. El camino de la independencia y la libertad es el del bushi, un tipo que se juega el todo por el todo. Digo, actuar acorde con lo que vos pensás que está bien, y jugarte la vida por eso.
Edelmiro Molinari destinará mucho tiempo de la charla con Página/12 a sus posturas existenciales, sus visiones filosóficas o su tozuda militancia por lo que cree que es la libertad. “Yo no hablo de palabras como anarquismo o liberalismo, por ejemplo, que todo lo que hicieron fue echar sobre el mundo una confusión total. Hablo de que no tenemos por qué acatar las órdenes de ninguna autoridad, porque estamos viviendo un momento horrible en el mundo. Un momento absolutamente materialista, en el cual se nos ha despojado de los valores espirituales. ¿Cómo pudimos caer en este hueco en el que está ganando el diablo y no el amor? ¿Cómo se cayeron los ideales de Woodstock? Yo creo que fue por la política que, para mí, es el arte de gobernar a la gente en provecho propio”, sentencia.
–Es una mirada, pero hay otras: por ejemplo, que la política es la herramienta que tienen las sociedades para contrarrestar el dominio de los grandes grupos económicos...
–No sé, yo creo que la política está disparatadamente alejada del amor en la raza humana. Estamos haciendo pelota el mundo, el lugar donde vivimos. Hay un manejo absolutamente descorazonado, donde lo único que se ve es la explotación del hombre por el hombre. Lo que van a lograr es que a alguien se le salten las chapas del cerebro, apriete un botón y el mundo quede reducido a una piedra gigantesca de soledad. No lo veo con pesadumbre, pero sí como una verdad. No puede ser que el único valor sea el recontrasupercapitalismo, que nos está haciendo pelota.
Habrá que esperar, entonces, que Edelmiro descargue para que conecte, más liviano, con su yo musical. “Claro, sí, yo toco la guitarra y hago canciones”, se ríe, luego de seguir disertando, también sin que medien preguntas, sobre piratas ingleses, pueblos indígenas, la Inquisición, Rusia y sus millones de muertos en la Guerra Mundial o el comunismo. “La verdad es que me siento un luchador independiente, y no cambié en cuarenta años sobre mis visiones sobre la realidad. Me da bronca porque la humanidad no avanza... el materialismo se comió al lema Paz y Amor”, dice, y ahora sí desemboca en el que fue, el formidable guitarrista de Almendra y creador de Color Humano; compositor de temazos como “Mestizo”, “Aire de amor”, “Cosas rústicas” y “Pascual, tal cual”. Y en el que es: un hombre de 66 años que, podrido de la urbe y con dos bravas operaciones encima, se fue a vivir a un paraje serrano de San Luis y allí anidó, junto a su mujer Claudia y su hijo menor, Jidu. Y que, de vez en vez, compone alguna gema (“Teta de amor”), edita un disco (el bellísimo Expreso de agua santa), o hace un show, en los antípodas del bendito business. “Cada vez que me presento hago una experiencia diferente”, comenta sobre los recitales por venir bajo el nombre de Tres G-Una B (tres guitarras, una batería), donde estará acompañado por Sebastián Peyceré, Juan Cavalli y Pey Etura, joven guitarrista de El Bolsón: “Lo fui a buscar allá, un lugar impresionante”.
–El refugio de los hippies...
–Claro, a principios de los ’70 empezó una emigración hacia allí desde Buenos Aires, de la cual formaron parte muchos amigos que eran músicos y otros que no. Ellos presentían lo que se venía en Buenos Aires y nosotros no, por eso nos quedamos. Ellos hicieron las comunidades y hoy es un lugar muy rico culturalmente. Están los sesentones, sí, pero también los hijos que forman una camada de gente impresionante, con mucho talento, que no necesita del negocio para vivir. Tocan en las plazas y está buenísimo. Además hay una gran búsqueda por saber qué pasaba en aquellos años, ¿no? Yo tengo un hijo de 11 años, Jidu, y forma parte de esos pibes con inquietudes. Una vez viajábamos en bus desde San Luis para acá y me dijo: “¿Sabés que estoy escuchando, papá? Led Zeppelin”. Y yo me dije: ¿de dónde sacó esto? Porque yo nombro todo el tiempo a Hendrix, sí, pero a Zeppelin lo puedo mencionar a la pasada, no como un devoto.
–Hay una canción para su hijo que grabó en Expreso de agua santa, “Para Jidu”, una de las últimas que compuso. ¿Es inevitable para todo músico componerle una canción a un hijo?
–Sí, porque todos los nacimientos son un acto mágico y misterioso. Yo estuve presente en dos de los nacimientos de mis hijos.
–¿Cuántos hijos tiene?
–Tres. Pero a uno, el del medio, lo conozco muy poco, por problemas de relación... Tengo una visión bastante borrosa de él. Después está mi hija mayor, Cecilia, que vive en Nueva York por decisión propia. Es yanqui, culturalmente (risas). Y Jidu, que nació en Viña del Mar, un lugar precioso... Recuerdo que yo miraba para la izquierda y veía la costa del mar, y miraba para la derecha y veía la Cordillera de los Andes. Era una belleza total, y Jidu nació al lado del Pacífico, junto con la canción. Cayó como si fuera un meteorito en el mar, salpicándote con agua santa. Fue una revelación.
–¿La letra de la canción fue el puente para el título del disco?
–No, tampoco al revés. Expreso de agua santa tiene que ver con algo que sentía en ese momento y que sigo sintiendo, y es algo así como subirnos a un expreso que convoque a la unión de la raza humana para que se terminen todos estos problemas causados por la ambición del hombre.
–Viene al caso: Claudio Gabis, guitarrista de Manal, dijo en una entrevista con este diario que había en ustedes, en los músicos que prácticamente fundaron el rock argentino, un fin “misional”, muy serio, y por eso no se reían nunca en las fotos. ¿Piensa lo mismo?
–(Risas) No sé. En los ’60, que fue una década muy turbulenta que empezó con The Beatles, los Stones y el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, hubo un fenómeno original, porque lo que pasó en Woodstock pasó en muchos lugares del mundo, en el mismo momento. No fue una copia, sino que fue un grupo de gente que pensaba de la misma forma, en distintos lugares. ¿Y qué pasó con todo eso?
–¿No alcanzó?
–Totalmente, porque los que ven con el signo $ en su corazón empezaron con eso del copyright y pudrieron todo. Las máquinas de hacer dinero cazaron las riendas y se terminó, porque algunos músicos cazaron la guita y se les apagó el fuego; otros sucumbieron y se perdió la esencia de la canción.
–¿O lo que se perdió fue la unión, la identificación que había entre los músicos de rock bajo un mismo movimiento? Porque muchos siguieron tocando, componiendo, grabando discos.
–Sí, pero se perdió la perspectiva. Nosotros íbamos por el amor y chocamos con un mundo financiero, jodido, donde lo único que guía es apropiarse de todo, es una inteligencia perversa. Gabis lo dice como misión y bueno, sí, puede ser, nosotros íbamos por generar una armonía en nosotros mismos que después irradiara hacia los demás, hacia una familia, un pueblo, una nación. Porque yo no soy nacionalista, pero me gustaría que las naciones se unan entre sí, para que después dejen de existir y se conviertan en la raza humana.
–Algo que estuvo presente, de alguna manera, en el ideario de aquella generación que formaron Almendra, Manal, Los Gatos, Vox Dei, por nombrar los casos criollos. Incluso podría traerse el icono de Aquelarre, que era una guitarra encastrada a un fusil.
–Fue una idea de Emilio (Del Guercio), gran artista. Es una visión que se basa en el amor, no en la guerra, en la destrucción o la violencia. Gengis Khan no.
–Gengis Khan no, Color Humano sí.
–(Risas) La cuestión es sí a la no violencia.
–Muchos músicos de nuevas generaciones como Chizzo, de La Renga, o Adrián Dárgelos, de Babasónicos, adoran a Color Humano. ¿Cuál cree que es el secreto de tal reconocimiento a una banda que en su momento fue de culto, pero después no tuvo una continuidad?
–Yo creo que la apertura, porque cuando armé Color Humano veníamos de una época en la que el nombre de un grupo se identificaba con los integrantes del grupo, y el único tipo que tuvo una visión distinta, que me pareció genial y me dio vuelta la cabeza, fue Hendrix, porque llamó a su grupo The Jimi Hendrix Experience, no aludiendo a la experiencia del pasado, sino a las que iba viviendo en el momento. Cuando Almendra se multiplicó en varios grupos, yo pensaba qué hacer. Y no podía ponerle “La Experiencia de Edelmiro” (risas). Entonces me tocó profundamente Color Humano, porque no tiene mi nombre, pero va a llevar siempre mi sello, lo que me pasa a mí con todos los músicos que vaya tocando a través del tiempo.
–Un proyecto más personal que grupal.
–Absolutamente; aunque al principio, es bueno aclararlo, el trío fue una bomba con Oscar Moro en batería y Rinaldo Rafanelli en bajo... Ahora, la idea de Color Humano es la de mis experiencias con todos los músicos a través del tiempo. Lo que yo hago hoy es Color Humano, porque sigo viviendo la vida con la misma pasión, los mismos intereses y el mismo objetivo.
De repente aparece otro hito en el devenir del guitarrista: Edelmiro y la Galletita, el disco que Molinari grabó junto a Skay Beilinson en guitarra y Alejandro Pensa en batería en 1983, cuando regresó al país, en una especie de “break temporal”, en medio de su prolongada estadía en Los Angeles. El disco, que Edelmiro y la Galletita presentaron en Obras junto a Hugo Villarreal en bajo y Cacho Tejera en bajo como invitados, contiene varios de esos temas lisérgicos y espesos, que han hecho de Edelmiro un guitarrista único e inimitable. Un fervoroso hurgador de la materia sonora. “Hace una semana lo estuve escuchando y me sorprendí, no hay nada más lindo cuando uno vuelve a escuchar algo que hizo después de tanto tiempo. Lo escuché y dije: ‘Qué bueno’”, sostiene.
–Es el que tiene “El amanecer del cimarrón” y “El vuelo 144”, dos temas crudos...
–Sí, ya volaba en esa época ese avión (risas). Fue un momento muy hermoso ése. Skay es una luz, un tipo que amo, y se dio una conjunción humana y musical maravillosa.
–Condición necesaria para que convivan dos guitarras líderes, sin conflictos.
–La onda se da o no se da, claro. Puede ser que dos personas sean extraordinarias en la ejecución de sus instrumentos, pero no pase nada ¿no?. Porque la afinidad cierra la relación entre dos personas como un círculo. Así pasó cuando empezamos con Rodolfo, Emilio y Luis Alberto y armamos Almendra.
–Especialmente con Luis, otra convivencia que le tocó vivir con un guitarrista impresionante. ¿Fue similar el feeling con él y con Skay, en términos “guitarrísticos”?
–Más por la música que por el instrumento, y es muy simple de explicar. Skay es un lead guitar, mientras que Luis siempre fue, para mí, una de las mejores guitarras rítmicas del mundo. Tenía un swing tremendo en su mano derecha. Fue siempre así, desde que éramos chicos. Y aparte era muy gracioso porque se comía las uñas y, sin embargo, rasgueaba y arpegiaba con esos dedos sin uñas (risas). Podía pasar de un aire folklórico nuestro como “Barro tal vez”, que la compuso cuando tenía 15 o 16 años, a Led Zeppelin. Esa era su virtud en cuanto a la guitarra: una rítmica alucinante con una mano derecha de oro.
–Que le dejaba un campo a usted para que pudiera lucirse con esos solos profundos, como el de “Florecen los nardos”, de Almendra II.
–Bueno, los Almendra éramos cuatro tipos, no hubo uno que fuera Almendra. Rodolfo, incluso, que no es compositor, tenía voz y voto como cualquiera de nosotros al momento de elegir una canción. Sólo iban las canciones que aprobábamos los cuatro. Fue hermoso eso de compartir la era de la inocencia y la ingenuidad.
–Qué bendición, se intuye, fue haberlo revivido dos veces: en 1979, con El valle interior y el doble en vivo en Obras, y con el de las Bandas Eternas, en 2009.
–Yo no usaría el término revivir, diría haber tocado juntos de nuevo, porque mi amor para con ellos es incondicional. Cada vez que tocábamos se producía una química especial, imposible de traducir a palabras.
–La versión de “Color Humano” en Vélez fue impresionante. ¿Qué otra rescata?
–La de “Muchacha”, porque siempre la habíamos cantado todos. Lo que se hizo fue una versión actualizada, y la sensación fue la de siempre: la ausencia de límites, porque por un lado parecíamos un grupo volado, y por otro aparecíamos con una canción casi folk, un tipo arpegiando y los otros tres cantando... y eso también es la libertad.
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