MUSICA › LAS PELOTAS FESTEJAN 25 AÑOS EN EL MALVINAS ARGENTINAS
En su carrera, la banda liderada por Germán Daffunchio pasó del culto a la masividad y de la calma a la tragedia, pero siempre con buen espíritu y buenas canciones. Ahora es tiempo de celebración. “Nos operamos las tetas, pero acá estamos”, se ríen los músicos.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Una ardilla come una nuez mientras una abeja rodea a una flor. Hay juncos bailando al compás del viento y pájaros cantando en el bosque. El sol acaba de salir de entre medio de las sierras, al final de caminos abiertos entre la maleza. Aunque no parezca, se habla de un documental de rock. Entre tantos secretos, la especial geografía de Córdoba también encierra varios de los procesos que hicieron a la mitología de la cultura rock en la Argentina. Así como en Creta nació Zeus y murió el Minotauro, Nono fue espacio para que, por ejemplo, Sumo y Las Pelotas escribieran trazos gruesos de su historia. Un lugar claramente más cercano que la isla griega, aunque igual de inaccesible. Para alegría de sus contados moradores, aun hoy Traslasierra encuentra –en medio del valle menos poblado de toda la provincia– un refugio a ciertos avances que la humanidad exhibe con orgullo.
Allí fue donde, un día, Luca Prodan buscó exiliarse de una vida al borde del precipicio en Europa y se encontró con Germán Daffunchio, que venía de estar meses trabajando para una petrolera en el medio del mar. En la soledad serrana se produjo el big bang creativo que dio origen al universo Sumo. Y a ese mismo lugar regresó Daffunchio una década más tarde, al otro lado de esa historia, cuando Luca murió y todo volvía al grado cero. “Fueron tiempos de mucha soledad, de olor a campo... y de búsqueda. Epocas de mucha incertidumbre. Y también de volver a encontrarse uno mismo después de toda la hecatombe. Empezamos a componer dentro de un galpón de monturas. No teníamos prácticamente nada”, recuerda el músico sobre aquel momento fundante de Las Pelotas, en el mismo lugar que hoy utiliza junto a la banda de la que se ha convertido en el garante espiritual a partir de la ida de Alejandro Sokol.
Varios de los pasajes musicales más celebrados por el público de Las Pelotas son líneas de trompeta de Marcelo Gillespi, un colaborador ad eternum de la banda. Semanas atrás, él definió al transcurrir del grupo como “un juego de naipes: hay manos donde salen las mejores cartas, y a la siguiente las peores”. Su observación toma valor en tiempos en que la banda cumple 25 años de historia y se hace cargo de ello, no sólo festejándolo (como hoy a la noche, en el Microestadio Malvinas Argentinas) sino también procesándolo. Allí surge Bio 5x5, un notable trabajo realizado por Ricardo Paciaroni, talento audiovisual al que la banda le concede cada vez más espacios de trabajo desde que lo contrató para que le realizara sus clips, primero, y luego un DVD en vivo.
Son cinco capítulos de, en promedio, diez minutos de duración, todos ellos disponibles en YouTube. En cada uno de ellos se desarrolla la historia de la primera decena de discos de Las Pelotas, con testimonios de los protagonistas y un material de archivo impresionante. Aunque hay promesa de continuar con la otra mitad restante de la discografía, el trabajo sirve para acumular rastros sobre el grupo y entender por qué ha llegado a ser lo que hoy es. Las condiciones precarias de grabación de los primeros discos, los cambios recurrentes de músicos hasta consolidar la formación histórica con Gabriela Martínez en bajo y Gustavo Jove en batería, la influencia de Sebastián Schachtel en el concepto orgánico de la banda, el desarrollo de aquellas canciones (de aquí surge uno de los grandes hallazgos del documental: una versión memorable de “Movete” en Obras con Sokol bailando entre cinco zancudos) y, por supuesto, la influencia de Nono en todo este asunto.
Del vacío existencial de los orígenes en la sordidez de un valle cordobés a las efusivas muestras de expresión afectiva en multitudinarios shows, el documental logra con buen recurso avanzar en la historia del grupo a través de lo que quizá mejor supo definirlo en el tiempo: las tensiones. A partir de allí es donde se estructuran la ética y la épica de un grupo que terminó instalándose en la consideración popular recién muchos años después de creado, y sin necesariamente tener que haber cedido o negociado más allá de su dignidad. Y cuando de repente les tocó ser un grupo de hit radial, asumieron las consecuencias más con incomodidad que prestancia. Lo último, claro, fue sobrellevar el barco tras la partida de Alejandro Sokol. Al cabo de 25 años, Las Pelotas acreditó una buena cantidad de razones para celebrar su existencia. “Nos operamos las tetas, pero acá estamos”, se ríe Daffunchio.
–Bio 5x5 rescata los primeros discos del grupo, antes de su popularización, pero muchas de sus imágenes dejan en claro que siempre tuvieron un núcleo de público incondicional.
Germán Daffunchio: –No estoy muy al tanto de lo que pasa en el mundo, pero siempre hubo por nuestro lado dar lo mejor que teníamos y a partir de eso se creó una interacción muy fuerte. En un Cosquín Rock dijimos: “Vamos a provocar a la gente con algo y luego explotamos con ‘La clave del éxito’”. Entonces salimos y arrancamos con un tema medio cuartetero, onda tropical, pidiendo palmas. ¡Y el público se terminó copando! Nosotros decíamos: “¡No, chicos, la idea no es hacer cumbia sino ‘La clave del éxito’!”.
-Hay una conexión muy fuerte de la historia de Las Pelotas con Nono; en particular, con el bunker que terminaron armando ahí. ¿Cómo han influido en la armonía grupal esas experiencias de convivencia en las sierras durante largos días para grabar un disco?
G. D.: –Es nuestro punto de reunión. Y la convivencia nos transforma. Hacemos tandas de doce a catorce horas por día y ni nos enteramos de lo que sucede afuera. Cuando nos juntamos en Nono, lo hacemos con la premisa fundamental de encontrarnos con nuestro propio espíritu. No hay imposiciones, ni caprichos.
Sebastián Schachtel: –Nono es un lugar excepcional para aislarse de todo y estar ultra concentrados. Además disponemos de todo el tiempo para darles vueltas a las cosas hasta que funcionen. Eso contribuye también a la composición colectiva, porque trabajamos mucho tiempo juntos. Alguien viene con algo, y si otro tiene algo para aportar, se le agrega. Y eso fue así desde siempre. Cuando entré, en 1997, no tenía ni idea de donde me estaba metiendo, sólo sabía que iba a tocar teclados y un poco de acordeón. Pero me encontré con mucho lugar para probar, incluso en la producción. Me gustan los teclados, los sintetizadores y los ruidos, y a ellos también. Nono es un gran lugar para compartir patologías musicales.
–Ustedes le sacaron a su propio estudio otro beneficio interesante, que es el de decidir en un disco también las cuestiones más técnicas y de producción. ¿Cómo fueron incorporando esos conocimientos?
G. D.: –Teníamos la experiencia previa, porque la grabación también fue parte de nuestra pasión. Aunque tardás mucho en aprender, es prueba y error. Pero siempre priorizamos la música y creímos que si el tema estaba bueno, iba a salir adelante a pesar de las condiciones en las que fue grabado. Cuando no tenés las herramientas, desarrollás el arte de resolver los obstáculos. Eso nos hizo involucrar en una búsqueda bastante profunda para encontrar recursos y lograr resultados. Hemos hecho locuras, como por ejemplo grabar una guitarra con once micrófonos diferentes para ver con cuál podíamos encontrar el sonido preciso que andábamos buscando. Pero eso, por suerte, ya lo pasamos. Ahora capaz la tenemos mucho más clara y sabemos qué camino debemos tomar para llegar a un lugar determinado.
–Las Pelotas tuvo su explosión masiva en 2003, apenas un año antes de Cromañón. ¿Cómo le pegó al grupo todo esto en un momento sensible de su carrera?
G. D.: –La primera vez que vi a alguien prender una bengala en un show nuestro, me quedé impactado. Era como que el tipo tenía esos quince segundos de fama en los que era una especie de Dios. Quedaba solo en el medio de un círculo, porque la gente se quemaba y lo estaba puteando, pero él pensaba que en realidad la multitud le estaba dando un espacio para su glorificación. Fue un fenómeno muy loco y muy denso. Una vez estábamos en Mar del Plata, tocando en la playa, y apareció algo tremendo: parecía Agente Naranja. Se me vino todo el humo a la garganta, se me secó todo y no podía no cantar. Después empezó la guerra para parar toda esa mierda. Hubo muchos que estimularon eso, pero no vamos a empezar con la discusión de siempre. Por suerte, nosotros pudimos apagarlo pronto. Cromañón fue la crónica de una tragedia anunciada, pero recién ahora nos damos cuenta de todo eso.
–En aquella época, el grupo sonaba en las radios con “Será”, pero en simultáneo comenzó a suceder algo muy fuerte en los shows con “Esperando el milagro”, otra de las canciones de ese disco. ¿Lo recuerdan?
Gabriela Martínez: –Sí, claro. En su momento me flasheó mucho. Fue en una seguidilla fuerte que hicimos en Obras para presentar el disco. Cuando tocábamos ese tema, la gente explotaba y nos quedábamos todos alucinados.
G. D.: –Es uno de los grandes himnos de Las Pelotas. Me siento muy orgulloso de estar pidiendo justicia en ese país desde ese entonces. Siempre cuento que una vez me paró un juez en un aeropuerto, que tendría mi edad, y me dijo: “Loco, no sabés la razón que tenés”. La canción, en un momento, dice: “Dentro del palacio los jueves se ríen de vos”. Tenemos esa extraña capacidad de anticiparnos a ciertas cosas. Como, por ejemplo, con “Capitán América”, diez años antes de la caída de las Torres Gemelas. Una de las grandes discusiones que tuvimos fue qué hacer con ese tema tras el atentado, ya que siempre era parte de nuestros shows. Así que tengan cuidado con nuestras próximas canciones, porque vamos a hacer una en la que cuenta cómo se prenden fuego todos los diarios de Buenos Aires.
–¿Cuántas cosas tuvieron que replantearse cuando Alejandro Sokol se fue de la banda?
S. S.: –Estábamos un poco preparados, porque en la última etapa Alejandro ya estaba bastante ausente del grupo, y un poco que funcionaba sin él a la hora de ensayar, de armar los temas o de pensar de los shows.
G. D.: –Tengo el recuerdo de pensar: “Bueno, muchachos, vamos a arrancar de cero”. Fue un desafío muy importante. Podría haber fallado, pero dentro nuestro sabíamos que había mucho más para dar como Las Pelotas. No es que se fue el cantante y nos desesperamos por encontrar alguien que lo reemplazara. Por mi parte, creo que lo más importante fue tomar la decisión de decir: “Bueno, canto”. Ya venía cantando mucho de antes. Al menos, la mitad de los shows. Pero siempre Alejandro estaba por ahí, bailando, moviéndose. Era el showman. El grupo tuvo que generar otra energía en vivo, porque yo no puedo hacer lo que hacía él.
–¿Creen que quedaron cosas por hacer con Sokol o era un ciclo agotado?
G. D.: –Siempre se va a extrañar todo lo que no se pudo hacer. Pero las cosas se dieron de esa forma y no de otra. ¿Qué hubiese pasado si Luca seguía viviendo? No sé... Fueron tragedias que no puedo analizar demasiado. Sólo sé que los extraño un montón a los dos. La de Alejandro fue una historia muy triste de la cual nunca hablamos por respeto a su familia.
–En el arte del afiche que publicita el show en el Malvinas Argentinas están Blancanieves, el Capitán América, la vaca, el cordero, el pez, la rata y el tucán, todos personajes de canciones de Las Pelotas. ¿Ese universo simbólico fue creado intencionalmente o fue casualidad?
G. D.: –En realidad, todo eso habla, ante todo, de nuestra limitación como poetas. ¡Sólo podemos hablar de animales! ¿Qué nos quedó sin usar? ¡El lagarto! Debemos ser una de las bandas que más animales usa. Somos un parque de diversiones. Antiguamente, todos los cuentos infantiles tenían que ver con la fauna. Fábulas. De alguna manera, siempre hubo una asociación con esas viejas fábulas y por eso nos pareció divertido ponerlo en el afiche.
–Sin embargo, en los últimos tiempos, el grupo fue tomando también otra identidad, con canciones de una carga existencial muy pesada. Hay quien dice que, desde hace diez años, usted canta como si se estuviera apagando...
G. D.: –Lo tomo como un elogio: prefiero eso, a que piensen que canto como si tuviera la panza llena. Tengo la dicha de haber tenido una gran escuela, que fue Luca. El me enseñó a dar todo lo que tenés en el corazón a la hora de cantar y puede que eso me esté matando. Se lo voy a preguntar a mi psicólogo. Y si llega a darte la razón, me voy a comprar el cajón.
–En una entrevista, hasta confesó su epitafio: “Muy rico todo. No sé si vuelvo”. Y en “Cuántas cosas” canta: “Hoy es un día bueno, no sé cómo decirlo bien”, como si sintiera culpa.
G. D.: –Al contrario: la canción sostiene que es una revelación darte cuenta durante el día de que tenés momentos de felicidad, sobre todo cuando tenés tendencia a ver todo oscuro. Del epitafio no me acordaba, pero está buenísimo. Este mundo te ofrece todo muy rico, pero no sé si me interesa lo que me está dando.
–¿Qué le queda por hacer a Las Pelotas después de 25 años?
G. D.: –Un show en el Senado de la Nación. Pero desnudos. Y no sólo nosotros. El disco se va a llamar Bailando en Pelotas en el Senado. ¡Qué buen título! Tomen nota.
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