El género “encuentro de estrellas” tiene sus propias reglas. En principio, ya se sabe, casi nunca parte de una real necesidad artística, y en general obedece a la iniciativa de algún empresario que sueña con que la suma de grandes nombres conlleve una multiplicación en los números de la recaudación o, apenas, a la mera posibilidad. En rigor, todo este festival propiciado por Barenboim y el Teatro Colón, donde la presencia de Martha Argerich tuvo un papel destacado, obedece un poco a esa lógica. Pero, tanto en el concierto en el que ella fue solista en el Concierto Nº 1, de Beethoven, junto a la West-Eastern Divan Orchestra (WEDO) conducida por él, como en la actuación en dúo del martes 5, el propio repertorio ponía un marco seguro. En el final de la saga, y con el agregado de Les Luthiers, podría haberse tratado de casi cualquier cosa. Y que haya sido resuelto con gracia y sin exageraciones ni excesos histriónicos por parte de nadie ya es un mérito.

Las obras programadas eran La historia del soldado, de Igor Stravinsky, y Carnaval de los animales, de Camille Saint-Saëns. En la primera, la única variación con respecto a la obra original, además de la actuación en el comienzo de las tres danzas (tango, vals y ragtime), de los bailarines Jésica Gómez y Krishna Olmedo, fueron las variaciones en algunas partes del relato, repartido entre tres integrantes de Les Luthiers, Carlos López Puccio, Marcos Mundstock y Daniel Rabonovich. Los tres al unísono encararon el recitado del principio y luego fueron alternándose, incluyendo algunos agregados de cosecha propia, donde López Puccio, en el papel de un preguntón insistente, dio el pie para unos cuantos buenos chistes. Era, más que un concierto, una cierta celebración, el público quería reírse y tuvo, desde ya, ocasión de hacerlo.

La segunda parte era más riesgosa, en tanto la partitura de Saint-Saëns es satírica en sí y, ya desde las “notas de programa” escritas por Mastropiero y leídas por Mundstock, donde el célebre compositor apócrifo, autor de la rival La comparsa de los bichos, critica duramente al autor francés y lo acusa de plagio (“para lograrlo le cambió el título, le agregó un contrabajo... y la compuso quince años antes”), el espíritu festivo resultó absolutamente pertinente. Aquí la participación de Les Luthiers, ya con Jorge Maronna y Carlos Núñez Cortés, fue mucho más activa, incluyendo atinadas intervenciones, en pasajes de la obra, de instrumentos como el dactilófono, el órgano a pistones, el bolarmonio, los desopilantes calephone da casa y nomeolbidet y el cellato (un violoncello cuya caja es una lata de líquido limpiador). Este instrumento fue protagonista, además, del que tal vez haya sido el mejor gag de la noche. La pieza “El cisne”, convertida en una especie de delirante casting donde los distintos integrantes de Les Luthiers prueban, ante los no siempre comprensivos comentarios de Barenboim, sus instrumentos informales, da lugar a que López Puccio llegue con su cellato y toque, con buen sonido y correctísima afinación, el comienzo del penúltimo número de la “gran fantasía zoológica”, tal como la bautizó Saint-Saëns plagiando, sin duda, a Les Luthiers. Barenboim dice alborozado “eso es lo que necesitamos” y la alegría de López Puccio se convierte en desencanto cuando el director le arrebata el instrumento para entregárselo al cellista de la WEDO, el notable Hasan Moataz, que tocó, en esa lata con cuerdas, una imprevista versión de antología. Argerich y Barenboim, en los dos pianos, y un afiatadísimo grupo de cámara formado por integrantes de la WEDO, fueron impecables y musicales en todas las líneas. Y, ya en el final y entre ovaciones, Les Luthiers entregaron (“fuera de programa... muy fuera de programa”, según Mundstock) su clásico “El explicado”.