Los planetas, Op. 32, de Gustav Holst es, en un sentido, una obra de guerra. Y escrita entre 1914 y 1916 es, también, una especie de contracanto de la Consagración de la primavera, estrenada por Stravinsky en París, en 1913. El compositor, inspirado por el hinduismo, dijo alguna vez haberse basado en meditaciones sobre “las siete influencias del destino y componentes de nuestro espíritu”. Y, si bien remarcó que tenía que ver con la astrología y no con los dioses griegos, negó enfáticamente que se tratara de “música programática”. A pesar de ello, cuesta no asociar los breves motivos punzantes, la furia (y la bitonalidad) de Marte, el número con el que comienza la suite, con la guerra que atravesaba a Europa en ese momento. Lo cierto es que, entre otros detalles que marcan una composición sumamente original, no es un dato menor una instrumentación que incluye flauta baja, oboe barítono y una impactante batería de percusión.

Hoy, a las 20.30, en el Teatro Colón y en el ciclo de abono de la Filarmónica de Buenos Aires, se escuchará esta obra, raramente ejecutada en vivo en esta ciudad. Y junto a ella habrá otra pieza tan rara como fascinante, el Concierto para violín y orquesta que Benjamin Britten escribió en 1938 y corrigió en 1950. Si en Holst aparecen, como fuentes posibles, además de Stravinsky, el Debussy de los nocturnos, Arnold Schönberg y Richard Strauss (todos ellos mirados desde un lado absolutamente británico), en Britten las referencias van hacia Beethoven, en el comienzo de timbales, y a la vieja tradición barroca de la passacaglia (una forma basada en una secuencia de acordes fija), que utiliza en el último movimiento. El concierto estará conducido por el titular de la orquesta, Enrique Arturo Diemecke. En el último número de Los planetas participa el Coro de Niños del Teatro Colón, dirigido por César Bustamante, y el solista, en el Concierto de Britten, será el taiwanés Ray Chen, ganador de los concursos Yehudi Menuhin (2008) y Queen Elisabeth (2009).