MUSICA › FER GRIL PRESENTA MIS CANCIONES, EN LA OREJA NEGRA
El cantautor asegura que en su disco se propuso “reivindicar la idea de la canción” más allá de los ropajes que la visten. “Hay cosas que sólo se pueden decir bien en una cumbia, como hay cosas que sólo se pueden decir bien en el rock”, afirma.
› Por Sergio Sánchez
Fer Gril enfatiza que le interesa “reivindicar la idea de la canción”. Se refiere a entenderla por fuera de los géneros. O, en todo caso, a vestirla con el ropaje que la canción precise. No es posible, en el arte, hacer borrón y cuenta nueva. Siempre se parte de una base, de una raíz, de una tradición; de la experiencia de otros, en definitiva. Lo que sí es posible es no enclaustrarse en un modo de ver el mundo. El cantautor confiesa que, en un momento de su vida, sintió que el rock dejó de darle respuestas y necesitó incorporar otras “herramientas estéticas” para construir sus canciones. Para él responde a un cambio de época. “Hoy los chicos en el iPod tienen cumbia, reggaetón, punk, trash, música electrónica, heavy metal y folklore –grafica Gril–. Y me parece que eso termina liberando la canción del género que, en muchos casos, funcionaba como una jaula creativa. Siempre digo que el género es una herramienta estética más, no lo pienso como un lugar de pertenencia. Hay cosas que sólo se pueden decir bien en una cumbia, como hay cosas que sólo se pueden decir bien en el rock. Al final, lo único que importa es si uno es capaz de hacer una buena canción.” De esta manera, en su último disco, Mis canciones, el músico pone por delante a la canción. Aunque hay aires de baguala, cumbia y “pop punk”, el disco está atravesado por un inevitable sonido que remite al rock argentino. La presentación será hoy, a las 21, en La Oreja Negra (Uriarte 1271).
–¿Cómo llegó a su canción actual, a la que considera por encima del género?
–Históricamente, la música se dividió en música académica y popular. Con el surgimiento de los medios masivos de comunicación, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, apareció la necesidad de etiquetar a la música popular en diferentes géneros por una cuestión de economía lingüística, de poder explicar más fácilmente qué era algo con pocas palabras. Porque los medios también tenían columnas y espacios que lo precisaban. En este sentido, se empezó a etiquetar las cosas de forma muy arbitraria. El rock engloba músicas que no tienen nada que ver entre sí. En el último tiempo de la industria discográfica, eso cuajó bastante bien porque se generó toda una maquinaria de comunicación que hacía que los géneros fueran algo muy identitario. Te bajaban mucha línea: si eras punk, había una moral, una estética, una forma de ser, etcétera. Sin embargo, me parece que eso terminó saturando y hoy ya no significan nada los géneros. Tal es así que hay una apertura mental. Lo veo en los chicos más jóvenes que yo a la hora de escuchar música. Hay que faltarles el respeto a los géneros. Está bueno eso, porque de ahí surge algo creativo.
–¿Cuándo sintió que el rock ya no lo representaba?
–Por un lado, tuvo que ver con la necesidad de expresar ciertas cosas que el rock no me permitía. Y, por otro, una mirada más moderna de la moral rocker. En los ’80, tirar una tele por la ventana era un acto de rebeldía, pero hoy es un delito penal menor. La sociedad cambió. A veces uno ve que todavía perduran ciertas actitudes rocker y pensás “¡Qué adolescente!”. El rock dejó de dar las respuestas que me daba en otro momento de mi vida. Hoy es mucho más poderoso una guitarra acústica de un tipo diciendo sus verdades que una guitarra eléctrica que no asusta a nadie. No hubo otro género tan industrializado como el rock en los últimos veinte años. Después de la gran generación de músicos argentinos como Fito o Charly en la década del ’80, el rock sufrió. Hubo una maquinaria que reprodujo y trabajó ciertos lugares que funcionaban comercialmente.
–¿Considera que fue negativa la industrialización de la música?
–No tengo una mirada negativa frente a la industria. Me parece que, en algún lugar, todos funcionamos dentro de un mercado o escena, que tiene sus medios de comunicación. Pero lo que terminó apareciendo fue un achatamiento cultural, porque se encontró una fórmula que funcionaba y se replicó mucho; donde lo más importante era lo que pasaba abajo del escenario y no arriba, esa cosa de la “futbolización del rock”, que terminó en la tragedia de Cromañón. Hubo tipos que se enriquecieron mucho con eso. Hubo un montón de gente detrás, no fue algo espontáneo.
Mis canciones es un disco parejo. Hay canciones con pulso alto, como la punk “Domingo por la tarde” o “Los grises”, con base de ska; y otras más cercanas a la balada, como “No me tires” y “Triste rock’n’roll”. Pero hay dos que se destacan: “Adolescente y enfermo”, una suerte de cumbia que funciona como corte de difusión (y cuenta con un video muy visitado en YouTube), y “Un poco de camino”, una poderosa baguala en compañía de la folklorista Mariana Baraj, que habla sobre sus abuelos. “Me da bronca la mirada peyorativa de la cumbia”, lanza el ex Littio. Y completa: “La cumbia argentina es un género novedoso y probablemente está en su etapa incipiente, como lo estuvo el tango en sus orígenes. En los dos procesos creativos hay algo bastante parecido: inmigración y marginalidad. Y tal vez el Piazzolla de la cumbia está en algún lugar del conurbano y todavía no lo encontramos. Por otro lado, que una canción sea capaz de movilizar tu cuerpo es muy poderoso como experiencia estética. El baile es mágico. Y probablemente tenga que ver con el origen de la música. Tengo una hija de cuatro meses y me impresiona mucho su vínculo con la música. A ella le genera un montón de cosas: se calma, se duerme, se excita. Genera un vínculo mucho más automático y natural que con la palabra”.
–Además de liberar sus discos en la red, les da mucha importancia a los videos de sus canciones, ¿Cree que es una forma de contrarrestar la crisis del disco y aprovechar el auge de Internet?
–Creo que el disco murió. En realidad, estamos viendo sus últimos años de vida. También está en extinción la idea de álbum. Estamos volviendo a la idea de single. Eso es lo que está pasando en la industria a nivel mundial. La industria discográfica hizo un gran negocio sobre la base de la replicación material de algo inmaterial. De hecho, las discográficas aparecen asociadas a los aparatos de reproducción musical. Eso ya se rompió. Alcanzó su punto máximo en la década del ’90 con los CD: ahí la industria discográfica hizo mucho dinero. Pero hoy se terminó y los músicos tenemos que volver a tocar. Mi disco está disponible en Internet (en www.fergril.com.ar) y pido la colaboración de la gente. Me gusta la lógica del artista callejero de poner la gorra y que la gente, si quiere, te ayude a financiar el próximo disco. Me interesa el disco físicamente sólo como un objeto de merchandising. En tanto, el video todavía es poderoso. Hay posibilidades tecnológicas que permiten que sea más accesible hacer un video. Pero eso también es una trampa, porque a veces falta creatividad para impactar.
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