Vie 29.08.2014
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MUSICA › RECITAL DE CHICK COREA & THE VIGIL EN EL TEATRO GRAN REX

El sello inconfundible de un virtuoso

En la presentación porteña de su nueva banda, el notable pianista tocó cerca de tres horas. Entre temas nuevos y varios clásicos, Corea concretó una actuación distendida y de gran nivel.

› Por Diego Fischerman

Chick Corea en estado puro. Un estilo reconocible desde la primera frase; composiciones con su sello inconfundible –algunas nuevas, varios clásicos–; un grupo virtuoso. Sigue tocando como los dioses, sigue siendo ecléctico, continúa yendo y viniendo hacia el jazz rock modelo ’70, hacia el flamenco y, por supuesto, hacia algunas de las grandes tradiciones del género. Su toque perlado –su extraordinario staccato– sigue intacto. Es, todavía, uno de los pocos que logró un vocabulario propio en los teclados electrónicos. Y además, en la presentación porteña de su nueva banda, The Vigil, estaba contento y, con bises y todo, tocó cerca de tres horas seguidas. Que no haya tocado “La fiesta” importó poco. La fiesta estaba allí.

Entre el “Tempus fugit” de Bud Powell con el que Corea comenzó su concierto, rindiéndole homenaje “a uno de los pianistas que más admiro”, y el cierre con las célebres “Spain” y “Armando’s Rumba”, puede cifrarse el abanico en el que se mueve The Virgil; un quinteto acústico, aunque con una percusión nutrida –tanto el baterista, Marcus Gilmore, como el percusionista venezolano Luis Quinteros son de una precisión sobrehumana y, por añadidura, se entienden a la perfección– adosada a un grupo eléctrico de inusual poderío e infrecuente gusto por la complejidad. En ese sentido, el diseño desde el que Corea se acerca al rock es el del costado más ambicioso del género, más cercano a Yes o Emerson, Lake & Palmer que a Los Ramones, y tiene más que ver con un sonido –y una idea de poderío sonoro– que con una forma musical en particular.

En ese esquema resulta fundamental la flexibilidad tanto suya, para pasar del piano a los sintetizadores o el teclado electrónico, como del notable guitarrista Charles Altura, tan impecable en la guitarra española –con la que recordó a Paco de Lucía en el tema “Zyryab”, que Corea había grabado con él en 1990– como en la eléctrica, y el cubano Carlos del Puerto, sólido en el contrabajo y demoledor en bajo eléctrico. Tim Garland, un saxofonista que ha tocado entre otros con Bill Brufford y que se reparte entre la composición de música de tradición académica y el jazz, fue quien realizó las orquestaciones de varios temas de The New Crystal Silence, para Corea y Gary Burton. Su fraseo ágil y energético, tanto en saxo tenor o soprano como en flauta o en clarinete y clarinete bajo, y los comentarios con que dialoga con la guitarra y los teclados, principalmente, resultan, por su parte, fundamentales en el sonido grupal. Salvo él, el resto de los integrantes de The Vigil son jovencísimos y allí se verifica uno de los círculos virtuosos del género. La mayoría de los grandes comenzó a muy temprana edad, junto a maestros consagrados. Esto fue cierto para Miles, y para Corea, que tocó con él, y para muchos de los músicos que pasaron por los grupos de Corea de ahí en más. Y la rueda sigue girando.

“Royalty”, un tema en homenaje a Roy Haynes (uno de los que independizó los cuatro miembros en la ejecución de la batería), y “Portals to Forever”, del disco de The Vigil, una versión de “Desafinado”, de Jobim y Newton Mendonça, y un tango compuesto para su madre pero a partir de su buceo en el estilo de Piazzolla, “Ana’s Tango”, fueron el vehículo para una actuación distendida y de gran nivel. Se trataba de la decimoprimera visita de Chick Corea a esta ciudad, desde que hace treinta y cuatro años llegó con una banda llamada Friends. Pocos músicos de jazz colmaron estadios como él, pocos son capaces de llenar el Gran Rex, como sucedió la noche del último miércoles, y pocos pueden contar con un cariño tan incondicional por parte del público argentino. Esta vez, Corea hizo cantar a la audiencia, contó algo de su historia familiar, recorrió algo de esa historia conjunta y, ya en los bises, se permitió cultivar la nostalgia. Para él, y para quienes lo ovacionaban, se trataba de un verdadero reencuentro.

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