MUSICA › DIEGO EL CIGALA, UN GITANO ENAMORADO DE LA MUSICA LATINOAMERICANA
En su último disco, Romance de la luna tucumana, reunió piezas del cancionero popular folklórico y tanguero. Y la tecnología permitió que El Cigala cantara “con” la Negra Sosa sin haberla conocido personalmente. “Fue un éxtasis, un sueño hecho realidad”, sostiene.
Diego Ramón Jiménez Salazar es su verdadero nombre, pero el público sólo lo reconoce por su alter ego artístico: Diego El Cigala. El cantante de flamenco español revela divertido, a los curiosos que preguntan, que su doble identidad es consecuencia de una disputa familiar entre su padre y su tío. Hijo de gitanos y criado en el barrio madrileño de El Rastro, su infancia transcurría entre algunos picaditos improvisados en la plaza del compositor mexicano Agustín Lara y los conciertos íntimos organizados por su padre, en el patio de su casa, por el que vio desfilar a iconos del flamenco como Camarón de la Isla, Paco de Lucía y Ramón de Algeciras, entre otros. Desde ese momento, El Cigala subió a los tablaos para honrar su estirpe gitana, misión que hoy lleva a los principales escenarios del mundo.
Con un paso fugaz por la Argentina en febrero, cuando compartió escenario con el eximio guitarrista argentino Luis Salinas, en el teatro porteño Sha, el músico madrileño volverá para ofrecer un concierto solista esta noche, en el Gran Rex, y en el marco de una nueva gira nacional que lo llevará a tocar por distintas provincias. En esta oportunidad, presentará su disco Romance de la luna tucumana, editado en 2013 y ganador del Grammy Latino, que reúne piezas del cancionero popular folklórico y tanguero, compuestas íntegramente por autores argentinos.
Es que desde su desembarco exitoso con el álbum Lágrimas negras, que realizara a dúo con el pianista cubano Bebo Valdés en 2003, no dejó de incursionar en los diferentes ritmos latinos hasta llegar a las sonoridades rioplatenses. Así, cautivado por la melodía nacida en los arrabales, grabó en 2010 Cigala & Tango, que cruza el compás del 2x4 con su raíz flamenca. Ese mismo espíritu sobrevuela Romance..., que contiene tangos como “Naranjo en flor” o “Por una cabeza” (con la participación de Adriana Varela), que conviven con clásicos folklóricos como “Balderrama” o “Déjame que me vaya”, que El Cigala descubrió a través de Mercedes Sosa, a quien el nuevo material rinde tributo con una versión de antología de “Canción para un niño en la calle”, con las voces de ambos.
Al momento de la entrevista telefónica con Página/12, el cantaor gitano se encuentra en Sydney (Australia), y cuando descubre la diferencia horaria de más de 13 horas que lo distancia de la cronista suelta una carcajada. Distendido, y a miles de kilómetros, anticipa su regreso y además habla sobre su carrera, sus influencias musicales y sus futuros proyectos.
–¿Qué significa para usted esta visita a la Argentina, teniendo en cuenta que el material de sus últimos discos está netamente atravesado por la cultura de estas tierras?
–Me encanta la Argentina, el pueblo argentino, su música y sus tangos. Cuando canto tango, sin dejar de hacer flamenco, me siento como pez en el agua, súper cómodo. Es una música muy allegada a la tierra y al pueblo, como el flamenco. Tiene mucha profundidad, nostalgia y es muy arrabalera. Además, cuando el público argentino elige a un artista, no lo suelta, y así ha sido conmigo, desde que puse los pies allí con el disco Lágrimas negras.
–Ese disco fue un antes y un después...
–Sí, si no hubiera sido por Bebo (Bebo Valdés), no hubiera conocido la Argentina.
–¿Cómo va a ser esta gira?
–Voy a hacer un compendio de los tres discos: Cigala & Tango, Romance de la luna tucumana y los recuerdos de Lágrimas...
–¿Qué fue lo que lo motivó a trascender el flamenco y llegar a otras músicas?
–Conocer el piano de Bebo me abrió otros mundos musicales, desde Cuba hasta Argentina. El me decía: “Tú tienes que cantar tangos”, junto con Chavela Vargas, que en paz descanse. Ellos, para mí, fueron dos chamanes que me decían por dónde ir. Cuando fui a la Argentina me regalaron una antología de tangos, que iba desde el Polaco Goyeneche y Julio Sosa hasta Gardel, y empecé a conocer y a beber de estos titanes, y ahí empecé a hacer tango como yo lo sentía, desde el flamenco. Todo gracias a Bebo, porque cuando lo conocí a él, conocí a mi héroe.
–En su disco Romance de la luna tucumana, le hace un agradecimiento especial a Bebo Valdés. El fue una suerte de padrino musical para usted...
–Sí, fue como un Don Corleone (risas). Ha sido un Corleone total, un gran padrino y lo recuerdo en cada país donde voy a tocar, siempre que subo al escenario. Ha sido de las cosas más bonitas que me han pasado en el mundo de la música. Con Bebo era pura magia musical. Estamos hablando de una personalidad comparable a la de Frank Sinatra o Louis Armstrong. Es un maestro que ha dejado huella musicalmente en mi alma y en mi corazón, y haber estado cuatro años a su vera ha sido una master class. Cuando grabamos Lágrimas negras, me decía: “Tú canta como ese gitano que eres, que yo tocaré el piano como ese cubano que soy”. Esos pianos ya no existen. Nos quedamos huérfanos.
–Usted se ha referido en otras oportunidades a la versatilidad y a la generosidad del flamenco. De alguna manera, esto también le permitió abordar otros ritmos.
–El flamenco como rítmica se puede apegar a otras músicas, y por eso es tan versátil. Gracias a él uno puede incursionar en la música afrocubana, o en los ritmos latinos, como el guaguancó, el danzón, el chachachá o el son cubano. Por ejemplo, ahora he descubierto sonidos en Perú, con los cajones peruanos, que son increíbles. Y también encontré, en el interior de la Argentina, el chamamé, que me dejó loco; tiene un sentido musical parecido al tanguillo flamenco. Poco a poco me voy encontrando con sonidos que me van alegrando el alma.
–Hay un patrón común entre el flamenco, el folklore y el tango, ¿no? En la esencia de todos estos géneros hay un lamento.
–Sí, las historias que cuentan son maravillosas, y tienes que creértelas, porque de otra forma es imposible interpretarlas.
–La versión de “Canción para un niño en la calle”, que interpreta junto con Mercedes Sosa, tiene una historia...
–A mi hijo Rafael le encantaba la versión de Mercedes con Calle 13. Yo estaba en el estudio, y mi niño vino y me dijo: “Mira papá, ¡qué tema más bonito!”. Y lo escuché, y me dejó loco. Entonces lo grabé y le envié una copia al hijo de Mercedes, Fabián Matus. A él le encantó y me mandó la pista de la madre, de La Negra, y estábamos allí, en el estudio, en mi casa, y cuando lo escuchamos nos pusimos a llorar a moco tendido. Fue como sentir el abrazo de ella, como si hubiera bajado desde el cielo y entrado por la ventana, para sentarse un rato con nosotros, cantar y luego irse otra vez. Me dijo: “Chau, nos vemos”. Yo ya tenía en mente hacerle un tributo, pero esto es un regalo de su hijo, que tuvo esa gentileza, ese corazón y también esa intuición de amar el arte y de acoger el mensaje mío. Le estaré eternamente agradecido porque gracias a él pude tener esta pista. La versión con Calle 13 era una de las más bonitas que había escuchado, pero yo quería ver qué pasaba con mi voz y la de Mercedes.
–Usted no la conoció personalmente. ¿Qué significó escucharse cantando con ella?
–No la conocí. Se me quedó en el tintero. Por eso, escuchar esa pista fue un éxtasis, un sueño hecho realidad, sin haberla conocido, porque me hubiera encantado estar en su disco Cantora, cuando ya estaba malita. Ahí empecé a sentir más a Mercedes, y fue como si la hubiera conocido de toda la vida. Yo sentí el espíritu de ella. Siempre que salgo al escenario a cantar “Canción de las simples cosas”, “Balderrama” o la chacarera “Déjame que me vaya”, ella siempre está presente. Lo que me pasó con Mercedes, también me ha pasado con Chavela Vargas. La única vez que había cantado con ella, en Colombia, fue como si hubiésemos cantado juntos toda la vida. Estas son las cosas por las que yo me siento privilegiado. Mercedes, Chavela y Bebo han sido como mis grandes pensadores de alma y corazón, y están “duendeando” encima de mí; no me dejan nunca.
–Todos esos músicos, que lo han inspirado, han transgredido de alguna forma en lo musical, al igual que otro de sus mentores como Paco de Lucía...
–Sí, yo no he visto en mi vida a nadie tocar la guitarra así, ni lo veré. La época dorada del flamenco se fue con Camarón (Camarón de la Isla), pero la muerte del maestro Paco ha sido una pena y una tragedia para el mundo de la música, porque él ha sido el pilar más fuerte del ritmo del flamenco.
–Volviendo a la cultura argentina, otro de los músicos que influyó en su gusto tanguero fue Rubén Juárez.
–Total. El fue el gitano argentino, con picardía para la vida y para las cosas buenas. Yo amaba a Rubén Juárez. Me encantaba, me subyugaba. He pasado con él noches maravillosas. Pasamos una noche de locura en Madrid, en la casa de un amigo argentino, y ahí tuve mi primer encuentro con él. Cuando empezó a tocar su bandoneón y a cantar, me dije: “¿De dónde ha salido este hombre? ¡Por Dios!”. El hizo arreglos de mi disco Cigala & Tango, y cuando cayó malito y en una semana se fue, me dejó la cabeza fatal.
–¿Cuáles son sus próximos proyectos?
–En este momento intento hacer un homenaje a la salsa, que es mi próximo trabajo, con el que recordaré a Tito Puente, Bebo Valdés, Celia Cruz, Rolando Laserie, entre otros. Yo ya estoy pensando en las cosas que haría, con José Feliciano, Rubén Blades, o con el maestro Oscar D’León, que es el sonero mayor y que no puede cantar mejor. No quiero pararme en nada, pero quiero que me lleguen las cosas, porque si las busco, no me llegan, y a mí me van llegando cosas todo el tiempo que me enloquecen de felicidad.
Entrevista: Candela Gomes Diez.
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