MUSICA › UNA NUEVA EDICIóN DEL FESTIVAL GUITARRAS DEL MUNDO, PROGRAMADO POR JUAN FALú
El gran encuentro guitarrístico comienza hoy en ochenta sedes de todo el país y se extenderá hasta el 16 de octubre, con más de doscientos conciertos de entrada gratuita. Falú habla del crecimiento exponencial del estudio y la práctica del instrumento en la Argentina.
› Por Karina Micheletto
Se trata de un festival único en su tipo, en parte porque, con su diseño, está cumpliendo veinte años de realización sostenida. Y es probable que la palabra festival, con toda la carga que el mercado le ha impreso, resulte, al menos, insuficiente para definir a Guitarras del Mundo, el gran encuentro guitarrístico que comienza hoy en ochenta sedes de todo el país y que se extenderá hasta el 16 de octubre, con más de doscientos conciertos de entrada gratuita. Con Paco de Lucía como figura homenajeada este año, reúne a grandes referentes de todo el mundo, intérpretes del folklore de las diferentes regiones del país, pero también de la guitarra clásica y de la música contemporánea, del flamenco y del jazz (ver aparte). No es, sin embargo, en el brillo particular posible de esas figuras que basa su convocatoria Guitarras del Mundo, asegura Juan Falú, uno de los grandes intérpretes y compositores de la Argentina, también docente y tenaz ideólogo y programador de este festival.
“Si no convoca el nombre del artista, quiere decir que está convocando la propuesta: podríamos decir que es la guitarra la que convoca”, marca el guitarrista en diálogo con Página/12. “Aunque en realidad, la guitarra a secas tampoco es la que convoca; hay muchos encuentros de guitarra que sufren el problema de la falta de convocatoria, muchísimnos. La que nos convoca es una guitarra especialmente querible, que es la que representa culturas populares. La guitarra como símbolo de la cultura de región, de pueblo, de país, está incorporada tanto por el músico como por el que no lo es, y es parte de la vida individual y colectiva”, sostiene. A esa guitarra popular, “abrazada colectivamente”, la programación de Guitarras del Mundo presta especial atención: está la guitarra cuyana o la guitarra andina peruana, hay una noche tucumana, hay tango y flamenco. “Siendo guitarrista, yo sé lo que ocurre con esa guitarra regional de la música popular: uno toca en cualquier ciudad de la provincia de Buenos Aires y la guitarra dispara una emoción que se nota en los rostros, lo mismo para un cuyano”, advierte Falú.
Guitarras del Mundo fue un festival que surgió y avanzó sin sponsors y los organizadores marcan que hubo “mucho trabajo y esfuerzo (para arribar a su concreción) de la Unión del Personal Civil de la Nación, sus autoridades, su adopción del festival Guitarras del Mundo desde su primera edición como un ‘área protegida’ en el marco de sus políticas culturales. Del actual Ministerio de Cultura, iniciándolo, apoyándolo y acompañándolo en sucesivas gestiones. De Ana Villa y Juan Tangari, presencias fundacionales. La interacción entre un organismo público y una entidad sindical fue una de las claves del crecimiento, la convocatoria y la permanencia de Guitarras del Mundo”, describen.
–Mirando hacia atrás en estos veinte años, ¿cuáles son los momentos especiales que aparecen?
–Lo más rico de todo fueron las guitarreadas posteriores.
–¿Entonces lo mejor estuvo por fuera de lo que programaron?
–Sí, seguro. Porque ésa es una marca del festival, totalmente infrecuente. Hay miles de festivales de guitarra en el mundo, pero no es común este afán de seguir tocando y juntándose y transformando cada restaurante al que llegamos en una especie de peña. Los que venimos del folklore estamos más cercanos a eso, los guitarristas que no están acostumbrados a ese tipo de encuentros más informales con la guitarra, más espontáneos y afectivos, se quedan con una huella indeleble.
–¿Y dentro de lo programado?
–Hemos tenido presencias impresionantes a nivel artístico, pero no es lo que más me gusta destacar como balance, porque uno termina cayendo en nombres. Cuando en realidad es el encuentro de guitarristas el que le da sentido al festival, la posibilidad de reunir al que recién empieza y toca igual con mucha calidad, al que lleva tiempo tocando pero no es tan conocido, al que tiene un nombre destacado. Toda esa mezcla es la que da riqueza y sentido a Guitarras... Y lo otro interesante es lo diverso que es el público. Porque hoy por hoy las artes están casi categorizadas, generacionalmente y por clases sociales. No es común ver reunidas varias generaciones y distintas procedencias sociales, asistiendo al mismo espectáculo.
–¿Los guitarristas de todos los estilos se entusiasman con el festival?
–Lo que noto es una ausencia de los sectores académicos. Pero eso diría que lo entiendo. No sé por qué me parece que desde la academia hay como un recelo, no quiero decir prejuicio, porque por suerte los prejuicios entre “lo culto y lo popular” están cada vez más débiles. Pero veo que aparecen profes de guitarra con sus alumnos cuando viene una figura renombrada del mundo de la guitarra clásica. Sólo entonces.
–¿A un profe de guitarra clásica no se le ocurre recomendar a sus alumnos ir a ver a Rudi y Niní Flores o a usted mismo?
–No, al menos no lo he advertido. Y de alguna manera nos tenemos que hacer responsables, porque tampoco es cuestión de responsabilizar al que no viene, sino de pensar por qué no viene. Yo vengo de un palo de la música popular, de la guitarra espontánea, he tenido pocos estudios...
–Pero también tiene una inserción académica, como profesor.
–La tengo pero con mi espacio, no soy un profesor de la guitarra académica. Y lo real que es que todavía hay que superar algunas barreras para que haya mayor convergencia. Lo pienso en los dos sentidos: en mi experiencia docente en el campo académico, enseñando música popular en el Manuel de Falla o en la Unsam (allí tiene a su cargo las cátedras de tango y folklore, y la recientemente creada Diplomatura en Música Argentina) siempre hago hincapié en que hay que asumir las bondades de la academia, sobre todo en lo que se refiere al estudio de la técnica del instrumento. Y creo que lo ideal para un músico es tener las buenas informaciones de los dos campos. Insisto: hay elementos para pensar que los prejuicios de antes están más debilitados, pero aun así extraño un poquito la presencia de ese mundo académico en un espacio como Guitarras del Mundo.
–¿Y como profe lo siente?
–Supongo que puede haber cierto recelo. De todos modos, la manera de resolver esa cuestión es produciendo, enseñando y formando músicos. La respuesta no la tiene que dar uno, sino su trabajo. Nosotros tenemos para mostrar ya cuatro discos de promociones de alumnos de un nivel altísimo, no sólo tocando sino también componiendo y arreglando.
Ricardo Moyano, Jorge Cardozo y Pablo Márquez, guitarristas argentinos radicados en el exterior; o los que desde aquí han tenido a su cargo las organizaciones de sedes del festival –Jorge Jewsbury de Río Cuarto, Ernesto Méndez de Paraná, Alberto D’Alessandro de Bahía Blanca, Polo Martí de Mendoza, Lucho Hoyos de Tucumán, Silvia Castro de Mar del Plata– son algunos de los colegas, amigos a los que Falú menciona entre los hacedores de este evento: “Están simplemente porque abrazaron la idea, y como ellos tantos otros, que se suman porque se entusiasman, sin otro interés de por medio”, destaca. “Siempre sostuve que Guitarras del Mundo es mucho más que un festival, se parece más a una especie de corriente o movimiento protagonizado por mucha gente”, define.
Otro motivo de orgullo del festival es el de extenderse por toda la Argentina, con sedes en las capitales y en distintas ciudades del país, con representantes locales y extranjeros. “Ese federalismo es una bandera que defendemos”, marca Falú.
–Hablamos de todas las bondades de este festival. ¿Hay algo que falte o que le pese?
–Lo que de verdad me pesa es que cada vez son más los guitarristas que me piden tocar y no hay lugar para todos. Y eso es muy difícil de digerir para uno. Esta función de programar el festival –que nunca hice sólo, porque uno piensa siempre con colegas– en un momento era buenísima, porque uno podía darse el lujo de convocar a quienes consideraba que merecían mostrar su arte. Pero se fue haciendo cada vez más engorrosa a medida que fue creciendo el festival, fueron creciendo las ganas de participar, es impresionante. El festival crece, pero no tanto como la demanda de tocar.
–¿A qué cree que se debe?
–A que en la Argentina creció la población guitarrística de una manera que supera cualquier tipo de expectativas. Cada vez se toca más y mejor la guitarra en la Argentina. Yo me acuerdo de que en Tucumán yo competía con otros dos, a ver quiénes eran los guitarristas que había que considerar. Sólo de nosotros tres se hablaba: que éste tiene más técnica, que aquél tiene una oreja bárbara, que cómo toca Yupanqui... Por supuesto que había más, pero se podían identificar. Uno después viajaba y le decían: en tal lugar, el que toca es Fulano. En el mundo clásico de la guitarra lo mismo, había un par de nombres. Y uno podía conocer a toda la población guitarrística; eso ahora sería imposible. En los últimos diez, quince años, hubo una especie de primavera guitarrística, músicos que tocan, componen y arreglan muy, pero muy bien.
–¿Y el festival habrá tenido que ver?
–Supongo que algo sí, pero me parece que sería arrogarse demasiados laureles. Me parece que es más una inclinación hacia el instrumento y la música de las nuevas generaciones. Ese paisaje del jovencito con la guitarra colgada al hombro es cotidiano. En todo caso, nosotros somos parte de este guitarrazo nacional.
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