MUSICA › CONCIERTOS DE SOL GABETTA CON LA ORQUESTA DE CáMARA DE BASILEA EN EL TEATRO COLóN
En uno de los grandes acontecimientos musicales del año, la violoncellista argentina abordó obras de Beethoven, Saint-Saëns y Schumann que exploran mundos totalmente diferentes. Con un sonido dulce y poderoso, Gabetta multiplicó sus posibilidades de expresión artística.
› Por Diego Fischerman
La fineza y el detalle, por un lado, y el impulso y la teatralidad, por el otro, suelen ser virtudes antagónicas. Pero, como demostraron las actuaciones de la Orquesta de Cámara de Basilea, con la notable dirección de Giovanni Antonini y una actuación solista deslumbrante de la violoncellista Sol Gabetta, pueden ser no sólo complementarias, sino necesarias una para la otra. Y los dos conciertos en el Colón, lunes y martes y para el ciclo del Mozarteum Argentino, con dos sinfonías de Beethoven, sorprendentes en su enfoque, su justeza y su fuerza expresiva, dos conciertos para cello y orquesta “opuestos”, en palabras de la propia Gabetta, y dos obras contemporáneas, se convirtieron en uno de los grandes acontecimientos musicales del año.
La orquesta abrió ambas actuaciones con composiciones recientes de autores suizos o radicados en ese país, para grupos chicos y dirigidos “desde adentro” por su primer oboísta: un noneto para vientos y contrabajo de Bettina Skrzypczak y un octeto para vientos de Stephan Wirth. Discípula de Luigi Nono, Witold Lutoslawski y Henri Posseur la primera y habitual colaborador de Heinz Holliger el segundo, en los dos casos se trató de obras con un refinado trabajo tímbrico y textural, cercana a algunos universos expresivos del free jazz el noneto y con un trabajo contrapuntístico de alta complejidad el octeto, las dos obras mostraron, además de sus propios valores, una sección de vientos de altísimo nivel, tan ajustada y concentrada como comunicativa. Sol Gabetta tocó el primer día el primero de los conciertos para cello y orquesta de Camille Saint-Saëns, una obra fogosa, escrita en 1872, a los 37 años, cuando quien se convertiría cuarenta años después en el conservador horrorizado por el estreno de La consagración de la primavera, de Stravinsky, era discutido como un joven radical y vanguardista, profeta de Wagner en tiempo real. El virtuosismo extrovertido de la obra, de un romanticismo expreso, fue, en manos de la violoncellista y del extraordinario trabajo propuesto por Antonini y la orquesta, apenas uno de los ingredientes de una composición en que aparecieron, como por obra de magia –o de la interpretación–, infinidad de matices y, sobre todo, una intimidad desconocida.
Y si el Concierto Op. 129 de Robert Schumann resulta, en una primera instancia, mucho más oscuro (y hasta retorcido), se entiende por qué solista y director lo eligieron para la segunda actuación. Y es que el profundo trabajo de las voces internas –un trabajo altamente infrecuente cuando se trata de conciertos para instrumento solista y orquesta– reveló aquí también aspectos insospechados y logró que, como en un tema con variaciones donde faltara precisamente el tema, bordeándolo desde su posible herencia francesa por un lado y desde sus orígenes en el más profundo romanticismo alemán, tan ligado a la retórica de los poetas de la época, por el otro, se trazara una especie de exacto retrato de un poderoso ausente, Richard Wagner. Y, obviamente, ni en uno ni en otro fue un dato menor el arte de Gabetta, con un sonido tan dulce como poderoso, donde la graduación de las velocidades del vibrato y un trabajo casi de filigrana desde el arco consiguen que el cello se multiplique en posibilidades de expresión musical.
La séptima y la cuarta sinfonías de Beethoven, por su parte, jamás se habían escuchado en vivo con la sensación de drama y con la vastedad de colores y de pequeños y extraordinarios detalles –esa suerte de conversación permanente que establece Beethoven entre los distintos instrumentos– con que volvieron a la luz en estos conciertos. Con una importante historia como solista de flauta dulce y al frente del grupo Il Giardino Armonico, Antonini se reveló como un director con una sensibilidad única, una comprensión profunda del texto musical y, desde ya, la capacidad técnica para llevarlo a cabo junto a un grupo de instrumentistas fantásticos. Un pequeño capítulo aparte fueron los bises, elegidos con tanta meticulosidad como el resto del repertorio. Sol Gabetta tocó junto a la orquesta una transcripción de “Después de un sueño”, una canción bellísima de Gabriel Fauré, y, en el concierto del martes, con las “populares” más pobladas y un público notablemente más efusivo que el del lunes, agregó el “Canto de los pájaros”, una canción tradicional catalana que Pau Casals tocaba en sus conciertos. En ambos casos eligió el recogimiento más que la expansión y, sola con su cello (y su voz, que se agrega mágicamente en la sección central de la pieza), el segundo movimiento de Gramata Cellam, que el letón Peteris Vasks escribió para ella. La orquesta, a tono con su apasionante lectura beethoveniana, sumó de este autor, en ambas presentaciones, la Obertura de Las criaturas de Prometeo.
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