MUSICA › QUINCE MUSICOS TOCARON CON EL DOBLE A DE TROILO
› Por Sergio Sánchez
El bandoneón de Aníbal Troilo se queja, brilla y emociona una vez más en el escenario del Teatro Maipo. No está su presencia física, pero sí sus obras fundamentales, sus melodías universales, su universo sonoro tan particular. Es que quince bandoneonistas de generaciones diferentes imprimieron su sello el martes a las composiciones más emblemáticas del Gordo, como “Toda mi vida”, “Sur”, “Garúa”, “La última curda”, “Responso” y “Medianoche”. En el año del centenario del nacimiento del músico, Ernesto Baffa, Juan Carlos Caviello, Néstor Marconi, Julio Pane, Roberto Alvarez, Lautaro Greco y la joven Lisette Groso (de apenas 14 años), entre otros, apoyaron sobre sus piernas el fueye Doble A que perteneciera a Pichuco (y que Raúl Garello conservó durante treinta años), reviviendo a uno de los autores más importantes de la década dorada del tango. Bajo el nombre de “Troilo compositor”, el concierto fue ideado por el periodista especializado y coleccionista Gabriel Soria, quien en 2012 coordinó un disco en el que “grandes maestros” interpretaron en solo de bandoneón su propio arreglo de un tema de Troilo.
Sin embargo, la propuesta de este concierto fue cruzar en el escenario a tres generaciones de bandoneonistas, no sólo a aquellos que tocaron en la orquesta de Troilo o compartieron música con él. Fue interesante, entonces, ver a la joven Lisette –presentada como “la bandoneonista profesional más joven de nuestra generación”–, después de interpretar en fueye y voz “Toda mi vida”, traer de la mano a Juan Carlos Caviello, quien sorprendió con una canción inédita llamada “A Pichuco Troilo”. “¿Cómo salió?”, dijo Caviello entre risas. Un lujo que el público reconoció con aplausos. Hubo, claro, otros segmentos destacados. El joven Lautaro Greco hizo suyo “Contrabajeando”, la única pieza que Troilo y Piazzolla compusieron juntos, en 1953. La curiosidad de la noche tuvo lugar cuando salió a escena el oriental Yuki Okumura, quien interpretó “A la guardia nueva”, de 1955, como si por sus venas corriera sangre criolla. Las piezas fueron tocadas en orden cronológico, desde “Medianoche” (1933), interpretada por Alberto Garralda, hasta “La última curda” (1956), de la mano de Ernesto Marconi. No podía faltar, por supuesto, un párrafo para el club de sus amores, River Plate. Entonces, Julio Pane se encargó de “Pa’ que bailen los muchachos” (1942), dedicada a “La Máquina”.
“El destino de este bandoneón es el escenario y la inmortalidad”, dijo Raúl Garello, y sintetizó el espíritu del concierto. Se refería a uno de los cuatro fueyes de Pichuco, que su esposa Zita le regaló a Garello al morir su marido, en 1975. Tres décadas después, el arreglador donó el instrumento a la Academia Nacional del Tango con la condición de que nunca dejara de sonar. Sobre el escenario, Garello tuvo la enorme responsabilidad de tocar “Sur”, tal vez uno de los temas más populares de Pichuco. Ernesto Baffa, en tanto, revivió las lágrimas que Pichuco volcó en 1951 sobre “Responso”, una pieza dedicada al letrista Homero Manzi. Pero no sólo hubo música arriba del escenario. Un emocionado Juan Carlos Copes junto a su hija Johan bailaron “Milonga de la azotea”. Gabriel Soria cuenta que Troilo, cuando terminaba un tango o una milonga, llamaba a alguna pareja para asegurarse de que se pudiera bailar. “Los bailarines le estamos muy agradecidos, porque aportó muchas piezas bailables”, se alegró Copes.
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