Sáb 01.11.2014
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MUSICA › IGNACIO GUIDO MONTOYA CARLOTTO TOCARA EN EL ND/TEATRO

“La verdad tiene un camino caprichoso para manifestarse”

El pianista, director y compositor sabe que atrajo la atención sobre su trabajo el hecho de que sea el nieto recuperado de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. “Lo que me deja tranquilo es que es la música que vengo haciendo hace un montón, es lo que soy”, se planta.

› Por Karina Micheletto

“... Y despertarás un día preguntando dónde podés hallarnos. Y descubrirás que te gusta la ópera, la música clásica o el jazz –qué antigüedad– como a tus abuelos. Escucharás a Sui Generis o a Almendra o a Pappo, sintiéndolos en lo profundo de tu ser, porque así lo sentía Laura. Te estoy buscando. Te espero. Con mucho amor, tu abuela Estela.” La carta que Estela de Carlotto le escribió a su nieto cuando cumplió 18 años resonó cuando se conoció la noticia de ese encuentro soñado. Tuvo que esperar 18 años más para el abrazo. Y para saber que ese nieto era, finalmente, músico; que le gustaba la música, como a sus abuelos y a sus padres. Lo supo también la sociedad argentina toda, tras la inmensa alegría colectiva que significó esta historia, con toda su carga de reparación y de poesía.

Resultó entonces que ese nieto que hoy se llama Ignacio Guido Montoya Carlotto era músico: pianista, compositor, autor, arreglador, además de docente de música (profesor en el Conservatorio Provincial de Música de Olavarría, donde vive, y director de la Escuela de Música Municipal de esa ciudad). La música que hace suena en distintos grupos (“distintos frentes”, dirá él): en una big band, La Orquesta Errante, en un dúo de tango, en un trío de jazz. Y, particularmente, en el septeto que lleva su nombre y su trabajo de dirección, composición y arreglos. Esta formación se presentó en Buenos Aires, ya como Ignacio Montoya Carlotto Septeto, en un concierto de múltiples emociones, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti. Hoy a las 21 volverá a sonar, esta vez en el teatro ND/Teatro (Paraguay 918), en un concierto que el grupo prepara con especial expectativa.

Montoya Carlotto define a este septeto como “una familia aparte”: Florencia Otero en voz, Valentín Reiners en guitarra, Ingrid Feniger en clarinete, Luz Romero en flauta, Nicolás Hailand en contrabajo, Juan Simón Maddio en batería. Con ellos hará, al frente del piano, algunas de las canciones que ya están registradas en un disco –Musa rea, grabado con una formación de quinteto–, pero también parte de un nuevo repertorio. La suya es una música que abreva en influencias varias, entre las que suenan más marcadas las de aires folklóricos, y que ya compartió con colegas como Liliana Herrero (que en este disco interpreta como invitada “Rayito de luz”), Carlos “Negro” Aguirre, Raly Barrionuevo, Adrián Abonizio y la chilena Francesca Ancarola.

De esta particular situación –la de haber irrumpido en la escena pública primero como nieto y después como músico–, de lo que implica salir a difundir su música de este lugar, del modo en que la concibe, y también de lo poético de su historia, habló el pianista con Página/12 antes de su concierto. “La difusión llega por algo que no tiene estrictamente que ver con la música, eso es obvio. Lo que me deja tranquilo es que es la música que vengo haciendo hace un montón, la que siempre hice con total honestidad –reflexiona–. Uno siempre es un poco permeable a lo que dicen de afuera, y claro que yo no quería que pensaran: ‘Ah, mirá, éste ahora se hace el músico’. Esta situación, que no esperaba de ninguna manera, me agarró con todo un circo armado, con mi música, grupos, un montón de propuestas que estaban ahí, creciendo. Es la música que venimos haciendo hace un montón. En definitiva, es lo que soy”, redondea.

–¿Cómo definiría eso que es, musicalmente?

–Estoy metido en esa línea musical que es una corriente particular, de aires folklóricos, sutiles, que no es el folklore tradicional ni mucho menos, y por eso siento que difundir lo que yo hago es difundir lo que nosotros hacemos. En ese nosotros hay un montón de otros artistas, que hacen un tipo de música que no tiene mucho lugar. Me refiero más bien a una línea de pensamiento musical. La gente tiene mucha más capacidad de escuchar de lo que le quieren hacer creer. Pero a veces estas otras músicas no llegan y el rol de los medios tiene que ser diferente. Es difícil cuando en todas las radios está sonando lo mismo, siempre estamos dando vueltas alrededor de las mismas canciones. Eso también me hace fuerte: no se trata sólo de mi música. La verdad, tuve que pensar mucho para hacer este show. No sólo por lo que implica, porque me agarra cansado, con mucho viaje, muchas cosas en la cabeza, procesando un montón de cuestiones juntas. Además quería saber que estaba bien hacerlo, que correspondía, que era lo correcto.

–¿Y a qué conclusión llegó?

–Que es una justa manera de celebrar todo lo que está pasando. El ejercicio de la sensibilidad siempre está bien, vamos por eso. La prueba de fuego fue el concierto en el Conti. Por el peso simbólico de la ex ESMA, porque se cree que mi vieja estuvo ahí, por las dos abuelas juntas escuchando, por la prensa, la conferencia de prensa, todo eso junto. Lo lindo es que, a pesar de todo eso, lo que pasó cuando tocamos estuvo muy bien, fue de un gran disfrute, y además fue como estar en casa otra vez. En cualquier lugar en que estemos, tocamos nuestra música y estamos en casa.

–En ese nosotros del que hablaba, ¿a quiénes ubica como compañeros de ruta?

–Desde Carlos Aguirre o los chicos de Aca Seca hasta Raúl Carnota, que fue uno de los iniciadores. O el quinteto de Diego Schissi, o la música de Ernesto Jodos, o de Guillermo Klein, o el Chango Spasiuk, o Liliana Herrero. Son músicas muy distintas, pero están siempre atravesadas por una idea artística central.

–Debe ser aun más difícil en formato de septeto...

–Siempre fuimos de los grupos grandes. Antes teníamos un grupo de doce, después pasamos a ser cinco, después siete. Porque la idea no es “armemos un grupito para que los viáticos salgan más baratos” sino “armemos el grupo que queremos que suene, y después vemos cómo hacemos para salir a tocar”. Primero buscamos la música, después habrá tiempo para pelear los viáticos (risas). Toco con una big band, La Orquesta Errante, y somos quince. Con ellos hemos viajado a todos lados, nos hemos mandado nuestros buenos viajes de egresados.

–Y su trabajo docente, ¿fue elegido o fue más bien una manera de ganarse la vida?

–Elegido, absolutamente, y con mucho gusto. Empecé mi labor docente cuando me volví, en 2001, como muchos. Había ido a estudiar al Conservatorio de Avellaneda, el Roma. De regreso a Olavarría, encontré, como muchos, que allá había que construir, y entre lo que empezamos a construir estuvo la docencia como una suerte de militancia estética. Siempre siguiendo más o menos la misma música, las mismas ideas. Siempre he ido por ahí.

–¿Cómo reaccionó la sociedad de Olavarría cuando se supo que usted era Montoya Carlotto?

–Por mi trabajo como profe y como músico, yo ya era un personaje bastante conocido en Olavarría, así que allá no cambió tanto, es normal ir caminando y que nos saludemos todos. Sólo que ahora por ahí me dicen: “Che, te vi en la tele” (risas).

–¿Y en cuanto a la historia que lo atraviesa, habiendo además un juicio por delitos de lesa humanidad abierto en este momento?

–Justo se dio la casualidad de que la noticia apareció un poco antes del inicio del juicio. No tiene nada que ver conmigo. Olavarría, como muchas ciudades del interior, ha crecido con una idea solapada de la dictadura, de “acá no pasó nada, esto pasaba en la Capital, algo habrán hecho, si vos no hacías nada no te molestaban”. Esa idea, que en esos lugares es más fuerte, se puso en cuestión con mi historia: “Pero, pará, si el nieto de la Carlotto estaba acá, yo lo conozco”. Sale el juicio a la luz, con más potencia también por esta historia se empiezan a saber un montón de cosas, y resulta que hay un montón de gente, de la más “respetada” de la sociedad olavarriense, que está enganchadísima con la dictadura. Ahora empiezan a aparecer un montón de nombres que está buenísimo que aparezcan, porque esa gente hizo mucho para que se matara. Y son tan responsables como los otros. En ese punto está genial lo que pasa.

–Y pasaría lo mismo que con usted: a esa gente también se la cruzaban por la calle y se saludaban.

–Obviamente. De hecho, me los he cruzado varias veces. Es todo, todo muy loco. Pero bueno, la verdad tiene un camino caprichoso para manifestarse. Es como una flor que florece de repente, contra todo pronóstico, y nada detiene su crecimiento. Eso es lo que ha pasado en Olavarría: la noticia movilizó desde ese lugar. Hay gente que elige seguir no viendo; allá ella. Otros han comenzado a contar lo que tuvieron guardado por años. No con ánimo de agarrar un palo sino con el ánimo de recordar, de poner en palabras lo que pasó para que no vuelva a suceder. En eso hemos avanzado mucho en la Argentina. En estos últimos meses pude andar un poco por América y reforcé esa convicción: hemos avanzado mucho.

–Parte de lo conmovedor de su historia es que sea la música un hilo conductor. Eso la vuelve aun más poética.

–Es todo muy poético. Eso le decía a Hortensia, mi abuela paterna. Ella me ve y me dice: “Sos igual a tu papá”. Es una manera muy poética de vencer esa muerte que quisieron imponer. Aparece el nieto, igual al padre, y ella siente que tiene al hijo y al nieto, es la vida por dos. Por eso digo que, en ese sentido, en esa justicia poética, la muerte no sabe leer ni escribir. Acá no solamente está la historia de Estela, que es la más visible; hay otra historia, de Bahía Blanca para abajo en el mapa, que es también una historia plagada de pérdidas y de luchas. Y de sobreponerse a esa pérdida con altura. Porque hay que ver en qué te transformás cuando sufrís. Mi familia se transformó sin resignar la alegría.

–Esa alegría era incompleta hasta su aparición. Impresiona ver que a su abuela le ha cambiado el rostro...

–Sí, tiene esa sonrisa clavada, yo también lo veo. Está muy contenta ella de mí, y yo naturalmente de ella. Pero, bueno, lo mío es más fácil, ¿no?

–Debe ser difícil seguir a esa abuela...

–¡Uy, tiene un cuete en la nuca que no la para nadie! El día de su cumpleaños, a las seis de la mañana ya estaba hablando con una radio. Mientras, yo estaba tratando de despertarme, con un criquet en la pera. ¡Cuánta vitalidad, por Dios!

–Esa fue una jornada muy particular: era el aniversario de Abuelas, el Día del Derecho a la Identidad y el día del cumpleaños de Estela. ¿Cómo lo vivió?

–Fue muy emotivo el acto en el Teatro Argentino de La Plata y también una gran celebración, como es lógico. Nicolás Gil Lavedra, el director de la película Verdades verdaderas, hizo un nuevo final: yo tocaba la música de la película y Estela me escribía la última carta. Mostramos ese final y tocamos con Silvia Iriondo y Valentín Reiners, el guitarrista del septeto.

–¿Lloró mucho?

–Como todo, es más emocionante para los que están enfrente que para mí. A mí hay otras cosas que me emocionan hasta las lágrimas. No es que esté minimizando, para nada, pero me tengo que poner en otro lado para no convertirme en un imbécil que está llorando todo el día.

–¿Y qué otras cosas lo emocionan?

–Hace unos días, mi abuela paterna, que tiene 92 años, tuvo un problemita de salud. Se quebró la cadera y, como pasa a veces, estando internada le agarró una neumonía, se complicó. Estuvo muy jodida, no le podían sacar el respirador. Y antes de salir a tocar, me llama mi prima y me dice: “Hoy le sacaron el respirador, ya me cagó a pedos porque estaba despeinada, así que anda bastante bien”. Eso es lo que a mí me emociona: la valentía de la vieja de pelearla con sus 92 años. O tomarme un vaso de vino con Estela después del concierto y decirle feliz cumpleaños, con todos reunidos en la casa familiar, riéndonos. Lo otro es un ejercicio colectivo de la emoción, que está bárbaro. Pero esto es tan de verdad, que la ficción de la película no llega a empardarlo.

–Lo que relata son escenas cotidianas de familia.

–Y sí, eso que todo el mundo vivió y que yo empiezo a vivir ahora, con 36 años. Entonces tengo toda la capacidad de asombro y la plena capacidad de disfrutarlo. A lo mejor, cuando lo vivís de toda la vida no te das cuenta, hasta que lo perdés. Para mí fue al revés: nunca lo tuve y ahora lo tengo. ¿Cómo no me va a emocionar?

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