MUSICA › GABO FERRO Y LUCIANA JURY PRESENTARAN VENENO DE LOS MILAGROS ESTA NOCHE EN EL ND TEATRO
El encuentro entre ambos cantantes generó un álbum sumamente expresivo, a dos voces y a dos guitarras, con once composiciones de Ferro que nacieron pensando en la voz de Jury. “Queríamos ver si estábamos felices tocando juntos, haciendo canciones juntos”, explican.
› Por Cristian Vitale
Circula un mate bien caliente en la casa de Celia, la anfitriona. Gabo Ferro y Luciana Jury, hoy dúo, tienen que explicar la génesis del encuentro que determinó un disco estupendo (El veneno de los milagros) y una esperada presentación hoy las 21 en el ND Teatro (Paraguay 918). “Pasaron muchos contactos virtuales frustrados”, inicia él, sobre ciertas aproximaciones indirectas, típicas del nuevo mundo, que no funcionaron. O al menos no con la fuerza del empírico. Del que vale. “Fue en los pasillos del Rex, en un show de Lisandro Aristimuño, y para mí fue el punto cero. Vino un amigo y me dijo ‘¿No conocés a Gabo? ¡¿No lo conocés?!... Bueno, cuando se conozcan van a explotar’. Me lo marcó, nos vimos y pegamos onda enseguida”, evoca ella sobre el comienzo de una química que fluyó como el agua de deshielo entre las montañas. “La primera vez que escuché su voz, me dejó petrificado. Salí urgente a buscar su disco y me pasó una cuestión física: había no sólo emoción, sino conmoción. ¿Qué me conmocionaba? Algo que no podía poner en palabras... Sentía que en el origen de mi manera de decir, de cantar, de escribir, estaba ella. Fue como encontrar a un familiar que nunca había conocido”, se enciende Gabo.
El recuerdo es de corto plazo: 2012. Gabo ya tenía ciertas pistas tras haber escuchado el primer disco solista de la cantante (Canciones brotadas de mi raíz) y ella entró en frecuencia a través de La aguja tras la máscara, anteúltimo disco del trovador de Mataderos. Dice que sus letras, su música y su voz la “partieron al medio”. “Me encontraba totalmente en su forma de decir. Encontré en él esa palabra que yo no podía escribir... Me impactó la completitud de su arte. ¿Nos habrán pasado las mismas cosas?”, se ríe la Jury, en una especie de devolución de gentilezas que, para el caso, no resulta exagerada. El veneno de los milagros es, en efecto, un disco sumamente expresivo. Un disco que no requiere de artificios, pirotecnia o espejitos musicales para conmover. Que, a través de once austeras e intensas canciones concebidas por Gabo, está destinado a convertirse en uno de los trabajos clave del año. “Sentía que se conformaba algo milagroso, y lo del veneno era como esa cosa dual que tiene el veneno con ese residuo supuestamente tóxico que tiene el milagro. Uno piensa en la antigüedad, cuando sabiendo que los envenenarían, los reyes empezaban a inocularse veneno desde chicos para hacerse inmunes. Y estas canciones son como inocularse pequeñas dosis de veneno para tener defensas cuando te toca en la vida real. Creo que el repertorio tiene que ver con eso de asumir cosas muy fuertes y opera como una defensa para lo que te va a pasar en el mundo real. El veneno de los milagros tiene que ver con eso”, enmarca Gabo.
La química, dicho está, transcurrió vertiginosa. En poco más de un año, Gabo extirpó de sus entrañas un puñado de canciones que entraron en las de Jury y provocó piezas minimales pero ardientes. Impetuosas. “El extrañante”, por caso, una de las que elige Jury para entrarle al disco. “Me parece fortísima, porque me toca en mi historia personal, con el fantasma del extrañar. Soy una persona muy nostálgica, desde muy chica, y tengo un padre (el director de cine Zuhair Jury) problemáticamente nostálgico... Es un agua que conozco y en el espejo que me muestra Gabo en la letra me reconozco absolutamente. Cuando me encontré con la canción me pasó algo como, bueno, lo que le pasa a la gente que va a esas iglesias evangelistas y se desmaya cuando el pastor la toca (risas)... Fue algo exorcizante.” La otra es “En el fondo del mal”, totalmente despojada de deslices intelectuales. “Como soy una mina a la que no le gusta pensar mucho, sino entregarse a otros elementos para poder sentir, esa canción me puede”, agrega la Jury.
–Es nietzscheana.
Gabo Ferro: –Posmoderna no es, posestructuralista tampoco. De post no tiene nada (risas).
–Peronista sí...
Luciana Jury: –Eso seguro. Aunque quisiera sacármelo, no puedo (risas).
–Bueno, al cabo fue Nietzsche el que dijo que la vida sin música sería un error.
G. F.: –Sí, claro.
L. J.: –Es que no creo que haya alguien a quien no le guste la música.
G. F.: –Pero hay niveles. Hay quien escucha mientras come, o quien mientras, no sé qué... Pero entiendo lo de Nietzsche, que estimuló a Wagner desde ese lugar vital, tan visceral, ¿no?
Para entrarle al disco vía Gabo hay que reparar en las únicas dos canciones que no cantan juntos: la voladita “Entre el rayo y el trueno” y “Tanto sí para dejarte”, colocada en la impresionante voz de Jury. “Si algo bueno tiene este disco hay que adjudicárselo al deseo puesto en movimiento, y yo quería escuchar a una mujer que tuvo todo lo que quiso de un hombre, y cuando el hombre se le acomodó, ella le dijo ‘no, ya está, fuera, dejá todo y andate’. Se lo expliqué a Luciana, en un estudio al borde de la cordillera y el lago Argentino, le dije ‘cantá la canción y lo ves irse’. Y no hubo toma dos: quedamos descompuestos después del tema. Era mirar esa ventana y ver cómo Luciana despedía a este tipo”, explica el juglar, también historiador.
–¿Y “Entre el rayo y el trueno”, el que canta usted?
–Es un abrazo que quería darle a ella. Lo hice en una tarde muy lluviosa, y en un momento me imaginaba qué vería ella por la ventana y qué pasaría si yo pudiera verla a través de esos prismas y abrazarla con el color y después caer y desaparecer. La canción es el tránsito de esa gota desde que golpea en el cristal hasta que cae en el suelo y se desvanece para siempre.
–¿En cuánto incidió la impronta generacional para que ocurra la química?
G. F.: –Sí, porque hay algo que trasciende a si vimos a Perón vivo o no (risas).
–Bueno, usted no vio vivo a Rosas, pero escribió un ensayo sobre él y su época.
G. F.: –(Risas.) Claro. Pero hablo de cosas que te identifican. Me pasa algo muy parecido con la gente de la primera generación del rock argentino, los que hicieron parte fundamental de sus canciones entre el ’67 y el ’75, y los dos tenemos empatía con ellos. Nos pasa con Miguel Cantilo, con Litto Nebbia, con Spinetta... Hay algo más allá de la admiración, es como una cosa de reconocerse en algo. Soy un poco mayor que ella, pero hay algo que supera eso.
L. J.: –De lo que sí estoy segura es de que no iba a pasar mucho más tiempo sin que nos conociéramos, porque las energías están como marcadas y a mí me completa estar al lado de un tipo que no para. Trabaja en forma rápida y muy eficaz, es rarísimo. Al toque se encontró con un paisaje, con una necesidad de hacer canciones y yo, cuando me quise acordar, me encontré con once temas listos para hacer un disco.
–¿Las canciones nacieron todas pensando en el dúo, y en el momento, o algunas provienen de otro tiempo?
G. F.: –Nacieron pensando en ella, diría. Cuando la conocí, garabateé un par de cosas que luego se transformaron en canciones. Recuerdo que se las pasaba, mientras ella le daba la teta a la nena (risas). Y lo primero que apareció fue el título. La verdad es que Lu y yo tenemos voces muy particulares, que no se encuentran fácilmente con otra voz, y cuando se encontraron dijimos “chau, funciona”.
L. J.: –Lo orgánico se puso a funcionar al toque.
G. F.: –Las voces y los cuerpos también, porque los dos somos muy físicos para cantar. No es que cantamos agarrados al pie de un micrófono y tocando la guitarra. Los dos cantamos con todo lo que tenemos. Y quisiera agregar que el disco no era el objetivo final ni lo es: lo que quería era ver si estábamos felices tocando juntos, haciendo canciones juntos. Había algo más importante que el disco, que era mi admiración por ella. Digo esto porque a veces uno se pone un norte que resulta costoso... pero éste no fue éste el caso.
–Da la sensación de que el título organiza al disco, le pone una estructura.
L. J.: –Yo, que trabajo al revés, aseguro que sí. Es cierto que soy intelectualmente muy vaga, y dejo que la intuición haga lo suyo, hasta que junto varias canciones y sale un título al final. Pero cuando el título es lo primero es porque tenés una historia para contar. Es bárbaro.
G. F.: –En mi caso, me manejo con la intuición y también con lo intelectual. Libero a la bestia, al lobo, a la pulsión.
–Lo primero que se nota en el disco, conceptualmente, es esa fortaleza profunda en la expresividad.
G. F.: –Esa fue la idea. Me gustó lo de los cuatro elementos: dos voces y dos guitarras... Ese era el concepto de audio, el concepto de producción puesto al servicio de algo que hace tiempo quiero escuchar, que es un disco de cantantes. ¿Para qué un teclado, para qué un saxo, si tenemos estas voces? Digamos que este disco es una celebración de lo analógico y, en otro sentido, del cruce entre los géneros, porque pude ponerme en la voz de una mujer y viceversa, con ese súper extra mega bonus: en la voz de Luciana. Que ella se haga cargo de lo que cultural o técnicamente se haría cargo una voz masculina, y yo hacer las cosas que haría una voz femenina, es algo maravilloso.
L. J.: –Y a mí, que tengo un tipo adentro que está por explotar todo el tiempo, me encantó la idea (risas). Sí, tengo un costado masculino muy intenso.
G. F.: –Es que lo dos venimos de una cosa degenerada que tiene que ver con la potencia más allá de los géneros. Hay momentos en el disco en lo que no se sabe quién está cantando, qué está pasando... Además, los arreglos de viola más complejos los hace Luciana. ¡Es como el violero de una banda de rock! Es como jugar a estar dentro de una historia ciento por ciento femenina y entrar en el ojo de ella.
–En el ojo del huracán.
G. F.: –Femenino, sí. De un huracán con concha, que no es lo mismo que un huracán (risas).
L. J.: –Yo lloré como una niña chiquitita cuando me mostró las canciones. Como una nena que recibió un abrazo después de muchos años.
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