MUSICA › EL BALANCE DEL AñO EN EL FOLKLORE Y EN EL TANGO
Las “juntadas” constituyeron una de las marcas musicales de 2014. Y aunque se manifestó una creciente cantidad de artistas empeñados en editar discos y proponer conciertos, también quedaron en evidencia las dificultades para llegar al gran público.
› Por Karina Micheletto
En tren de balances, una constante recorre la música popular argentina de los últimos años: la enorme riqueza de sus producciones y la dificultad proporcional de los artistas que la llevan adelante para hacerse un lugar en la escena musical actual. No es de folklore, ni de tango, que están hechos los cuarenta principales, ni las cortinas de los programas de tele, ni los teatros con mayor cantidad de butacas, ni los grandes festivales o las plazas celebratorias programadas por el Estado. Cuando se piensa en llegar al “gran público”, las expresiones musicales de raíz popular aparecen incluidas, a lo sumo, como las hermanas pobres convocadas para el relleno o la armónica convivencia entre las partes.
Lo que sigue resultando curioso es que, mientras la hegemonía cultural suena en la Argentina al ritmo del rock, el pop y la canción romántica, una creciente cantidad de artistas sigue empeñada en editar discos, proponer conciertos, hacer nuevas canciones, hacer viejas canciones, armar agrupaciones, estudiar, ensayar, especializarse, dedicarse, en fin, a esto de la música popular. Y constantes y crecientes públicos –que no serán los que mide el rating, pero que los hay, los hay– siguen empeñados en escuchar esa música y consumir ese segmento cultural de la industria actual.
Se trata de una base creativa en constante expansión, alimentada por jóvenes músicos que, a diferencia de sus antecesores, transitaron una formación académica además de curtirse en el llano, algo que hoy por hoy suena como una marca de época en las producciones de música popular argentina. (Marca de época que, si se analiza de cerca, aparece predominantemente hecha del formato canción, una canción que abreva en la tradición para poner sus “aires” en tiempo presente, como capital identitario a poner en valor y referencias culturales desde las cuales partir).
La reciente carta pública que Juan Falú lanzara cuestionando la instauración del cumpleaños de Luis Alberto Spinetta como Día Nacional del Músico, sin que mediara alguna instancia de debate o consenso –y con una extraña fundamentación a lo largo de su texto de ley–, fue un intento individual por abrir un debate colectivo, alrededor de cuestiones de fondo que hacen a esta superficie. El debate ni fue asumido institucionalmente, pero las dimensiones que alcanzó entre los diversos actores que mostraron interés, evidenciaron todo un síntoma de un estado de cosas en la música argentina que define a estos tiempos.
Cuestiones de este tipo, relacionadas con la cultura y la identidad de un país, tal vez puedan abordarse en el debate público y federal que propicia en este momento el Ministerio de Cultura en todo el país, en vistas a la futura sanción de la llamada Ley Federal de las Culturas. En un marco general, el lanzamiento de este debate y, yendo más atrás, la creación misma del Ministerio de Cultura, con Teresa Parodi, una artista popular, a la cabeza, son noticias auspiciosas que deja el balance del año, que abren un abanico de expectativas. Lo es también, en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires, la reciente sanción de la Ley de Centros Culturales, tras una larga lucha asumida por colectivos como el Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos y diversos sectores de la cultura. La nueva ley protege de clausuras a los espacios independientes que dan cabida a este tipo de expresiones musicales, y a otras de las diversas artes, brindando un marco legal antes inexistente para esta clase de espacios.
En lo que hace a las posibilidades de difusión de estas músicas, por último, un marco legal de protección concreto, como es el que provee la Ley de Servicios de Comunicación Audovisual –que establece expresamente que un 30 por ciento de la música que se emite en las radios debe ser de origen nacional, y que la mitad de ese porcentaje debe ser de producción independiente–, sigue sin ser cumplido, o más exactamente, sin que su cumplimiento sea siquiera controlado, a cinco años de sancionada la ley.
Si se repasan las ediciones discográficas de 2014 dentro del amplio abanico de la música popular, lo que aparece como marca musical del año –eso que se llama “tendencia”– es una búsqueda que pasa por el encuentro, por la juntada de pares. Son juntadas que pueden comenzar y terminar en un disco, o que en otros casos devienen proyectos a más largo plazo, pero que tienen una misma intención en su origen: no anular los caminos personales sino, por el contrario, expandirlos en la exploración compartida de nuevos caminos de expresión.
Hecha esta observación, si de escuchar se trata, el 2014 dejó a su paso, como se dijo, una cantidad de buena música que resulta imposible de abarcar en una enumeración como la que acotan estas páginas; situación que dota a este balance de un carácter injusto desde el vamos. La injusta selección, entonces, despliega el siguiente repaso, propuesto sin orden de mérito (y con meritorio desorden).
El Camino de estrellas que trazó Verónica Condomí con su voz y Pablo Fraguela con su piano, exquisito y sin concesiones. El Poncho de estrellas que tejió el jujeño Tomás Lipán, hecho de un paisaje quebradeño tan dulce como festivo. La creativa juntada que lograron la Bruja Salguero y Bruno Arias, primero en forma de conciertos, registrada luego en el reciente disco Madre tierra. El homenaje que rindió Raly Barrionuevo al Chango Rodríguez en Chango, justo en forma y en concepto. Otra obra integral en forma de tributo, el que rindió Silvia Iriondo a Leda Valladares con su disco Anónima, reinterpretando con otros arreglos y exploraciones vocales, otros instrumentos y otros colores, las tradiciones recopiladas por aquella cultora de la copla y el canto con caja.
Un disco destacado del año, por su producción y la idea de su realización, fue Raíz Spinetta, hecho de versiones folklóricas sobre la obra del Flaco, y con una cantidad de intérpretes de los más diversos palos. Se destaca también la aparición del registro en vivo de la actuación de Guillermo Klein y su quinteto, con Liliana Herrero como invitada, en el Village Vanguard de Nueva York. Y el disco que concretó Cristóbal Repetto, con la producción de Gustavo Santaolalla, Tiempo y silencio. Además, en lo que hace a lo nuevo, el 2014 dejó la aparición de una excelente formación instrumental que aborda “lo criollo” con temas propios y relecturas de los clásicos, y que augura gran de-sarrollo, el Quinteto Bataraz.
Más fructíferas juntadas del año: la de Luciana Juri –gran revelación en la escena de estos últimos años– y Gabo Ferro, que devino en la grabación de El veneno de los milagros. Aire, el registro que dejaron Quique Condomí, Samy Mielgo y Eduardo Correa, con versiones de clásicos bien tradicionales y temas propios. Sol y luna, el primer trabajo discográfico como dúo de Lilián Saba y Marcelo Chiodi, y un gran disco. Otro dueto que deja buena obra, el pianista Hernán Ríos y el percusionista Facundo Guevara, que lanzaron Pregunta y pregunta, con tanto de abordaje de la raíz como de improvisación. Seba Dorso y Marcos Monk presentaron Un segundo, con canciones propias que forman parte del amplio espectro de la música argentina y latinoamericana. Y, ya sobre el final del año, el ex Dúo Salteño Chacho Echenique concretó De estar, estando, un abordaje sin red del Cuchi Leguizamón, también en yunta con Hernán Ríos.
En materia de tango, también son numerosas las agrupaciones y solistas que siguen haciendo tango, poniendo en juego su hoy creativo, integrando la herencia histórica del tango con las miradas propias composititivas. Entre la vieja nueva guardia, aparece el disco en el que marca su presente el violinista y compositor Ramiro Gallo –uno de los que abrieron compositivamente esta nueva época del tango–, que grabó con su quinteto El cielo no queda tan lejos. Una juntada bienvenida, en este caso, tanguera, fue la que emprendieron el armoniquista Franco Luciani y el pianista y compositor radicado en España Federico Lechner: Gardelería, con composiciones de Gardel arregladas para trío de jazz y armónica.
Solo algunos discos nuevos de tango destacados: Altertango, que en su quinto disco, Fargüest, muestra osadía en los arreglos y en las letras. Quasimodo Trío, que desde el tango parten para surcar otras aguas, como las del jazz o la música de cámara. La Siniestra, un sexteto bien plantado que sacó su tercer disco, Salto. Tango Chino Cuarteto, que desde el tango dedican su disco a Luis Alberto Spinetta, con la voz de Caracol. Lucrecia Merico, una de las muchas cantantes femeninas que abordan un repertorio tanguero –en su caso, con un sabor criollo y reo–, que este año grabó Por eso. El disco En vivo, que grabó la Orquesta Típica Fernández Fierro, que registra un paso más –el séptimo en materia discográfica– en la historia de esta formación paradigmática, ahora con Julieta Laso, que la rompe como cantante.
Entre los grupos y artistas que encuentran en la tradición el empujón para plantar lo propio, se destaca la banda Duratierra, que este año sacó su segundo disco, En obra. Más buena nueva producción: La palabra echa a volar en el canto, con poesías y coplas de Aledo Luis Meloni, musicalizadas por Coqui Ortiz, con piano y arreglos de Carlos “Negro” Aguirre. Las Tardes provincianas que recuerda Rudi Flores, en su primer disco individual, por fuera del dúo que integra con su hermano Niní. O el Sonido junto, que este guitarrista radicado en Francia logró con otro guitarrista, Ernesto Méndez. En nosotros, el bello trabajo que registró la bandoneonista, cantante y compositora –todo eso junto y puesto en valor– Susana Ratcliff. Los Pequeños milagros que refiere la cantautora misionera radicada en La Pampa Sylvia Zabzuk. El Umbral, de María de los Angeles Ledesma, santafesina radicada en Buenos Aires. El Tornasol, de Georgina Hassan, un disco-libro de dulces canciones propias. Charanguisto, el disco en el que Rolando Goldman sigue adentrándose en el universo sonoro del charango. Cuando canto y bailo, en el que por primera vez los hermanos Koki y Pajarín Saavedra no bailan, sino que cantan.
Además del CD y DVD 30 años más + 5 días, que presentó este año Teresa Parodi (ver aparte), otras dos producciones se destacan este año por su calidad audiovisual, además de musical. Mil colores, el trabajo en el que el grupo folk rock Arbolito repasa sus 17 años de vida, y Amores tangos vivo, el muy buen registro audiovisual de esta banda que le encontró la vuelta festiva al tango, con un estilo que suma música latinoamericana, de los Balcanes, cumbia y jazz, y que llama inevitablemente al baile.
Sigue una larga cantidad de etcéteras con forma –nuevamente– de juntadas entre las que pueden nombrarse Puentes invisibles, de Lucas Heredia y Julián Venegas, o Sures, de Marcos Di Paolo, Facundo Guevara y Daniel Lehmann. Está visto que, por las suyas o juntándose con otros, esa gente está decidida a seguir haciendo música.
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