Sáb 10.01.2015
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MUSICA › IX FESTIVAL DE MUSICA DE CARTAGENA

Fronteras derribadas

› Por Diego Fischerman

Desde Cartagena de Indias

Se trata de fronteras. O, más bien, de derribarlas. Y de generaciones. Lo que hace unos veinte años, en la música, resultaba infranqueable, hoy, para músicos como el mandolinista Avi Avital o los integrantes de la Orquesta Mahler es apenas una cuestión de elección. Instrumentos originales o modernos, versiones historicistas o tradicionales (de acuerdo con la tradición de las décadas anteriores, desde ya) y, obviamente, lenguajes de tradición popular o académica, fueron, en algún momento, cuestiones básicas para definir el perfil de un músico. Los más jóvenes entran y salen en cualquiera de esos territorios con absoluta libertad y, como se ve en esta novena edición del Festival de Cartagena, hacen de esa ubicuidad uno de sus valores.

La manera en que están concebidos los conciertos de este festival favorecen esa flexibilidad. No hay compartimientos –o géneros– estancos. Un recital solista puede continuar con una obra orquestal; un cuarteto de cuerdas “clásico” puede seguir a un grupo “popular”. No es un dato menor que a lo largo de los diez días en que este festival se adueña de la ciudad, la programación incluya propuestas tan variadas como la Orquesta Mahler y el notable pianista Alexander Melnikov haciendo Aubade de Poulenc; el gran compositor y director cubano Leo Brouwer conduciendo a la Filarmónica de Bogotá en sus Canciones remotas, Las ciudades invisibles y Canción de gesta; músicos de jazz extraordinarios, como el pianista Enrico Pieranunzi, el clarinetista Gabrielle Mirabasi y el contrabajista Scott Colley, aunque no haciendo exactamente jazz; o el quinteto del genial bandoneonista Dino Saluzzi, que actuará mañana en el magnífico Auditorio Getsemani del Centro de Convenciones de la ciudad.

Avital y la orquesta Mahler interpretaron a Vivaldi el pasado miércoles, en el patio del convento Cerro de la Popa. La libertad de las lecturas (por ejemplo, el Concierto para mandolina, cuerdas y bajo continuo RV 425 fue tocado por la orquesta enteramente en pizzicato, pulsando las cuerdas en lugar de frotándolas con el arco) no se contradijo con un concepto estilista, una utilización discreta del vibrato y una rica utilización de ornamentaciones por parte del solista. El día siguiente, ambos mostraron perfiles absolutamente diferentes. El mandolinista actuó con su trío y, podría decirse, completó un círculo al tomar las Canciones populares españolas que Manuel De Falla estilizó desde el campo de la tradición académica y volverlas al terreno popular. Un tema tradicional búlgaro y las Csárdás de Monti, en un arreglo de Avital y Richard Galliano abrieron el camino para el exquisito Poulenc de Melnikov y la orquesta Mahler y, luego, el valioso y virtualmente desconocido Concierto para piano y orquesta Nº 1 de Muzio Clementi. Allí la orquesta, dirigida por su concertino, se situó de pie alrededor del pianista, logrando un clima de intimidad y comunicación verdaderamente asombroso. Exacta en todas sus filas, perfecta en las partes solistas de violín, cello y maderas, la Mahler confirmó aquí que es una de las mejores orquestas de cámara de la actualidad. Y, entre otras cosas, por la manera en que abordan la música de cualquier época y estilo con el rigor de los especialistas aunque sin su impostación.

El festival discurre, también, por ámbitos callejeros y populares. Verdaderas multitudes se agolpan en las iglesias o en la plaza San Pedro para disfrutar programas en los que se integran las mismas obras e intérpretes que en los que diariamente tienen lugar en el bellísimo Teatro Adolfo Mejía. Y entre quienes han pasado por allí están también el Cuarteto Casals, uno de los más destacados cuartetos de cuerdas del momento; el acordeonista brasileño Toninho Ferragutti junto a su quinteto, el Quinteto de Metales Gomalán, que transita con fluidez entre Giovanni Gabrielli y la música del 1600 veneciano, por un lado, y Morricone por el otro; el Cuarteto Manolov, capaz de ir de camarísticas versiones de clásicos colombianos como el bambuco “Diciembre” hasta “Perdóname”, de Héctor Stamponi; o el muy buen pianista François-Joël Thiollet, que recorrió un vasto paisaje, entre Bach, Couperin, Scarlati, Liszt, Rachmaninov, Debussy y Ravel, en un cálido recital en la capilla del antiguo monasterio que actualmente se ha convertido en el Hotel Santa Clara.

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