MUSICA › TERMINó ANOCHE LA FIESTA NACIONAL DEL CHAMAMé
Unas 150 mil personas disfrutaron de las diez jornadas de este encuentro que hizo confluir, en el anfiteatro Cocomarola, la tradición y la vanguardia chamamecera. Mario Bofill, Raúl Barboza, Chango Spasiuk, Ofelia Leiva y Tarragó Ros fueron algunos de los protagonistas.
› Por Cristian Vitale
Desde Corrientes
Un ser bajo y seguro de sí se planta –guitarra en mano– ante la multitud. Hay 18 mil personas que lo quieren ver, escuchar, tocar si es posible... abrazar, o lo que sea que tenga que ver con el contacto. Apenas rasga la primera nota, todas esas almas estallan en un sapucai interminable, tal vez el más intenso y extenso de las diez lunas chamameceras. Todas las lunas, o sea, las de esta vigesimoquinta edición de la Fiesta Nacional del Chamamé (y undécima del Mercosur) que anoche estaba llegando a su fin con una asistencia integral –sumando los diez días, claro– de 150 almas. Mario Bofill, entonces, centro y figura de la fiesta –postal primera– tocará setenta minutos, que son muchos a escala festivalera, y provocará el mismo efecto durante cada segundo, incluso después del final de la séptima noche (la del viernes), que fue la de él. La gente llora, baila, grita, se besa, se abraza, se queda después de que él se va... pocas veces visto. Nodal, claro.
Postal segunda: Cecilia Todd. Una noche antes del fenómeno Bofill –la sexta–, la venezolana se planta con su cuatro en plena tierra guaraní y lo que resulta es una maravilla que logra convencer –hasta hechizar, casi– a un público guardián de su identidad. La secunda una orquesta, la Folklórica de Corrientes, y la exquisitez de su música hace que las 12 mil personas que hay ese día en el anfiteatro Cocomarola se olviden un ratito del chamamé. Difícil, claro, pero posible. Y a medias, porque la Todd, consciente del contexto, destraba el embrujo con tres hermosas versiones de “Pueblero de Allá Ité”, “Esa musiquita” y “Oración del Remanso”, la gema litoraleña de Fandermole. Y luego impregna el aire espeso de Corrientes con alguito de lo suyo. “Todos los latinoamericanos tenemos una misma raíz”, había dicho la Todd temprano, y lo refrendó cuando le tocó subir a Osvaldo Sosa Cordero.
Postal tres, otra mujer: Ofelia Leiva. La histórica cantora que junto a Ramona Galarza se la pondera como precursora primal de la fiesta, conmueve a su gente con, por caso, una bellísima versión de “La que regresa”, de otra de las suyas (Teresa Parodi) y sobre todo con una premonición escéptica que llevó a poner en duda su participación en la próxima edición. “Ojalá no sea el último año que esté”, lanza, sin dar demasiadas explicaciones, y motiva algún que otro llanto entre la multitud, al igual que otro emblema de la región, Pocho Roch, quien sí dio por hecho el futuro: confirmó su actuación como la última. Otras postales: la de Antonio Tarragó Ros haciendo honor a la región con “El toro” o “María va” (segunda noche); la de Raúl Barboza, que se anticipó al diluvio de la cuarta parada con esa alquimia de profundidad y sapiencia que expresan sus músicas instrumentales: ese péndulo de climas que dio en llamar “El baile del duende”, por caso, o “La tierra sin mal”. “Yo no hablo guaraní con mis labios, hablo guaraní con mi bandoneón”, disparó el hombre, y quién le va a decir que no...
Y más: el Chango Spasiuk y su acostumbrado vuelo; el gaitero gaúcho Luiz Carlos Borges y la pata Mercosur de la fiesta; el dueto “graciolemne” entre Landriscina y el padre Zini; la promesa cumplida de Joaquín Benítez; o el canto conjunto de las entrañables Hermanas Vera, ante la presencia de, dicho está, otra gran referente de la región, esta vez en calidad de ministra de la Nación: Teresa Parodi. “Acá está demostrado lo que pasa con el pueblo, porque el chamamé es una forma de ser... es mucho más que una música”, expresó la ministra, consumada la actuación de las Vera, y pensando en la totalidad, claro: “Acá siempre se jugó en Primera, la buena noticia es que se puede ver el festival en todo el país, y que esto tiene que ver con una política cultural de Estado, que es la de mostrar todas nuestras músicas, porque la globalización ha intentado tapar todo lo original que hay en los pueblos, pero los pueblos inteligentes como el nuestro se aferran a su cultura para seguir existiendo”, comentaba Teresa, que cantó en silencio: “Es raro no estar en el escenario, pero también es lindo, porque la música, cuando es verdadera, está arriba y está abajo. Y las Hermanas Vera bajaron la música a la gente, y también me la bajaron a mí y a mi corazón. Yo creo que la música nos une en un punto de emoción interminable, y eso hace bien... nos lava el alma, y nos hace sentir con intensidad que somos de un lugar. Estoy muy emocionada”.
Es lógico, también, que una fiesta de doscientos artistas y unas setenta horas en total –casi todas retransmitidas al país por la TV Pública– no puede revelar sólo lindas postales. También habrá de las otras. Trilladas y altisonantes en algunos casos (tándem Alonsitos-Nocheros, cuarta noche); literalmente bizarras en otros, como la octava parada, en la que Amalia Granata, que tiene menos de popular y nacional que Martín Redrado, baila para los Fuelles Correntinos; de vedettismo berreta en otros, como el enojo del Chino González (cantante de La Nueva Luna) por no poder cerrar la segunda noche (lo hicieron Los de Imaguaré); o el tupé de los Tupá (especie de Auténticos Decadentes del chamamé) que sucedieron a Barboza y a la lluvia durante la cuarta noche, más una nada despreciable suma de chamameceros con más entusiasmo que creatividad, o con más gritos que magia.
Sin ubicarse específicamente en tales claroscuros, pero sí en la amplitud de referencias y propuestas de la fiesta, se expresó Gabriel Romero, presidente del Instituto de Cultura, ente encargado de la organización. “Esta fiesta es el resultado de un maridaje muy particular entre público, artistas y técnicos. Y de cruce, porque en el mismo escenario está lo tradicional y la vanguardia, lo popular y lo académico... que conviva todo eso en un escenario y que el público lo respete, es una síntesis muy particular del vínculo entre éste y los artistas. El chamamé es muy amplio, es un universo”, opina el funcionario, que también clavó en 8 millones de pesos el costo total del festival, de los cuales la mitad se recuperó en sponsors y venta de entradas, y el resto, en turismo y trabajo para los correntinos, otro dato (más que postal) para nada menor.
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