MUSICA › SLASH VOLVERA A TOCAR EN BUENOS AIRES EN MARZO
El guitarrista regresará junto al cantante Myles Kennedy y al grupo The Conspirators, con quienes ya grabó Apocalyptic Love y World on Fire. “Cuando uno forma parte de una banda muy grande, hay demasiados cocineros en la cocina”, dice el ex Guns N’ Roses.
› Por Mario Yannoulas
Slash parece un tipo sencillo, pero misterioso. Al talento para disparar frases memorables con la guitarra se le montó su imagen, que consistió y consiste, principalmente, en taparse la cara con la porra y una galera. Y el misterio, de alguna manera, habita en él: es de los artistas que se niegan a analizar su propia obra, tal vez porque para el protagonista es más difícil entender qué le ocurre cuando crea. Por eso prefiere muchas veces hablar de otros: “No estoy seguro de que los guitar heroes se estén extinguiendo. Hay muchísimos grandes artistas que no tienen la suficiente exposición, porque eso, dentro del negocio, ya no interesa. No escucho lo que está pasando a nivel comercial, pero estoy seguro de que existen muchos guitarristas geniales que lo que no tienen es publicidad. Es decir que el problema es que la gente no se entera”. En conversación con Página/12, el melenudo pretende dilucidar por qué, después de él, no irrumpió ninguna otra figura a escala pop capaz de empaquetar mejor el maridaje entre hombre y guitarra, y por qué las consignas promocionales que lo ofertan como el “guitar hero más grande del planeta” podrían no ser tan extremas.
El rango de fetiche del británico Saul Hudson se fraguó durante el clímax breve y neurálgico de Guns N’ Roses a principios de los ’90, que había penetrado no sólo en cierto cosmos joven post glam sino también en el mundo adulto, que replicó con pánico y censura. Aquel juego entre lo copado y lo prohibido, entre la hiperexposición y el perfil bajo, divulgado también por la entonces eficaz homilía del videoclip, alcanzó para transportarlo hacia una esfera casi farandulesca, que se nutrió de situaciones como desencuentros con Axl Rose, su más reciente divorcio, o la anécdota de haber sorprendido a su mamá en la cama con David Bowie. La máquina trituró el contenido y creó un retrato uniforme. Hecha la estampita, parecieron importar menos sus trabajos musicales desde 1995 –el primer Slash’s Snakepit y la diáspora de GN’R– en adelante, incluyendo la experiencia mundial de Velvet Revolver, siempre con un mismo problema: dar con un complemento vocal potable, en todo sentido.
–¿Por qué es tan difícil encontrar a un cantante?
–Para todos es difícil encontrar la gente apropiada para tocar. Hay gente que se pasa toda su carrera buscando. Hay un tema con los cantantes en general y toda esta cosa con la voz, porque no es lo mismo cantar que aprender a tocar la guitarra o la batería. Es un proceso tan interno que para ser realmente bueno hay que tener un talento natural. Mucha gente trata de cantar sin tenerlo, por eso es muy difícil encontrar a los cantantes más genuinos.
–¿Es sólo eso?
–No, no es sólo eso. Se pueden encontrar muchos cantantes fenomenales, pero lo complicado es dar con la persona con el estilo correcto y las otras cualidades, como para poder ir para adelante, trabajar codo a codo como artistas. Se pueden encontrar buenos vocalistas, pero quizá no sean la persona correcta.
–¿Y usted? ¿Se sigue negando?
–No me gusta cantar.
World on Fire (Mundo en llamas) se titula el segundo álbum editado en complicidad entre Slash y el cantante Myles Kennedy, con el combo The Conspirators como base, y que será excusa para su presentación porteña del 7 de marzo en Mandarine Park. El guitarrista comenta: “World on Fire era el nombre de una canción y quería tener un gran título de disco. Tiene un algo que ver con que el planeta está en estado de desintegración, pero no diría que literalmente se prende fuego. Estoy orgulloso del resultado; creo que es, por lejos, lo mejor que hicimos desde que estamos en esto de Myles y The Conspirators”. Así como en Apocalyptic Love (2012), todos los temas fueron coescritos por ambos, dejando atrás una longeva era de exploración personal sin mayores conquistas a la altura del mito. “Algunos me dicen que es de lo más crudo que hice desde Guns N’ Roses, pero no lo comparé con nada más, ni lo analizo tanto –retruca–. Sinceramente, no lo escucho muy seguido, a veces lo pongo en el auto para refrescar un par de canciones que vamos tocar en la próxima gira, y me sigue pareciendo muy bueno.”
Su primer y hasta ahora único trabajo solista per se (Slash, 2010) forzó, según el propio protagonista, un quiebre que lo arrastró hasta este presente. Porque si bien podía jactarse de acumular cantantes estrella –Chris Cornell, Lemmy Kilmister, Iggy Pop, Ian Astbury, Fergie, entre otros–, era también la largada para reanudar una búsqueda. “Fue la primera vez en mucho tiempo en que me vi manejando mi propio vehículo, para hacer exactamente lo que quería. Cuando uno forma parte de una banda muy grande, hay demasiados cocineros en la cocina, las palabras de todos valen lo mismo y a veces puede ser muy complicado sacar las cosas adelante. Con Velvet Revolver había sido un poco así y terminamos teniendo varios problemas con Scott (Weiland). Ya venía queriendo manejar mi barco, resultó muy distinto a todo lo que venía haciendo”, concede, desde el teléfono.
–¿Y qué vio en Myles Kennedy que no había encontrado en otros?
–Myles participó en ese disco que hice con los invitados. Sinceramente, no le había prestado atención antes, me sorprendió lo bueno que era. A nivel personal nos llevamos realmente bien, encajamos. Es un compositor, cantante y performer muy talentoso. Esa química es difícil de encontrar, por eso tuve suerte de haberlo conocido, y de haber podido crear algo con él.
–Una buena parte del disco la compusieron por teléfono. ¿Es cómodo trabajar así?
–Más que cómodo, es muy espontáneo. Si estoy trabajando en algo, no necesito más que agarrar la guitarra y usar el grabador del celular, porque no me gusta manejar demasiado equipamiento para hacer un demo. Eso funciona, conserva la idea, sé de qué se trata y puedo seguir más tarde. Quizás es un poco loco, pero es así. Algo de Apocalypctic Love lo habíamos hecho igual.
–¿Cambiaron mucho los procesos de composición desde que empezó con la música?
–Bueno, cuando empezamos no teníamos la tecnología para hacer eso. De hecho, durante la mayor parte de mi carrera, no grabé nada. Solamente guardaba las ideas en mi cabeza y tuve suerte de habérmelas acordado todas. Más tarde empezamos a trabajar con un grabador Tascam o algo por el estilo, uno portátil... Pero incluso eso era un dolor de huevos, porque había que setear micrófonos y muchas cosas más que enfrían el proceso. Nunca encajé demasiado con eso. Es genial poder grabar ideas así de rápido, sin tantas vueltas. Si hubiera podido hacerlo antes, lo habría hecho.
–Esta vez, al igual que en Apocalyptic Love, grabaron en vivo y directo a cinta. ¿Sigue siendo mejor que trabajar en digital?
–La cinta devuelve un sonido mucho más grande, natural. No hay dudas de que las guitarras y la batería suenan mejor, pero además me gusta el proceso de grabar en cinta porque significa que uno tiene que poder tocar, tiene que lograr una buena cinta grabada en estudio. En digital se puede hacer lo mismo pero, obviamente, todo el mundo vuelve atrás, edita y eso. Prefiero el acercamiento que se da con todos los músicos juntos en un mismo ambiente, tocando las canciones mientras se miran a la cara. Me gusta porque todos se involucran de una manera distinta. Pero, más que nada, elijo lo analógico a un nivel sónico.
–Parece haber una oleada que pretende retomar las raíces en el estudio. ¿Se siente parte de eso?
–No sé qué están haciendo otros artistas. Sé que hay un par de personas que están usando cinta. Dave Grohl es una de ellas y hay algunas más. Me parece que todos valoramos el trabajo que pusimos desde que agarramos un instrumento hasta hoy. De intentar ser lo suficientemente buenos como para poder grabar una canción en vivo, en una cinta. Creo que los artistas todavía deberían tratar de hacer eso, si lo que quieren es ser artistas de verdad. Al existir tantos atajos y formas de llegar a un resultado sin tener que trabajar demasiado, algunos se pusieron perezosos. Todavía me parece importante aprender a tocar como para poder grabar un tema en una sala.
–En el mismo sentido, mucha gente hoy prefiere escuchar temas y no discos completos, pero usted sacó uno con 17 tracks. ¿Es consciente de esa tensión?
–Fui consciente al ver que tenía un montón de material escrito y de que no soy muy amigo de hacer discos deluxe, con bonus tracks y cosas así. Ya lo hice dos veces y comprobé que no me gusta. Esta vez habíamos compuesto mucho y decidí ponerlo todo en el CD sin importarme lo que los demás estén haciendo, porque ya no hay un modelo real de cómo hacer discos. Si está online, se puede elegir qué canciones escuchar, pero como nos parecía que el material era bueno, dedujimos que si lo poníamos en un disco, nuestros verdaderos fans iban a valorarlo. Así que decidimos grupalmente mostrar todo lo que teníamos.
–¿Y qué lugar ocupa el hard rock en la escena actual?
–A nivel comercial, el negocio global de la música se está yendo por el inodoro. Al rock & roll lo boludearon comercialmente durante los últimos veinte años o más, así que no es un momento fácil para saber quiénes son los grandes artistas, para separar lo genuino de las propuestas huecas, que salen sin parar sólo para vender unas cuantas copias. Es un tiempo extraño, porque no tenemos un negocio capaz, en ese sentido. No hay mucha gente comprando discos en general, lo que más se vende es lo malo –o lo que yo considero así–, lo que sale en la radio y es promocionado. A lo realmente bueno lo mandan al fondo. Va a ser interesante ver qué pasa en los próximos años, porque sé que los fans del rock & roll, el público que compra discos y va a shows, trata de seguir a todo el underground genuino que es bueno. Creo que el resultado de eso va a ser un fuerte cambio en el negocio.
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