MUSICA › COMIENZA LA XV EDICIóN DEL FESTIVAL COSQUíN ROCK
Quizá como nunca, el encuentro pone el acento sobre una de sus auténticas cualidades: el fomento del espíritu comunitario. El debut de Andrés Calamaro resalta en la grilla. Y habrá una película para celebrar los quince años del festival.
› Por Mario Yannoulas
Cuando en el aeródromo de Santa María de Punilla asome el primer sol del martes, y sus rayos iluminen algún filtro de cigarro flotando apaciblemente sobre un fondo de fernet, o el queso se vuelva a fundir sobre paquetes usados de hamburguesas como rastros indeseables de actividad humana, todos estarán dándose la cara muy fuerte contra la almohada. ¿Todos? No. La manija va a empezar a girar de nuevo en la cabeza del organizador general del Cosquín Rock, José Palazzo, pensando en qué hacer el año que viene, casi sin reparar en los achaques de una actividad ininterrumpida desde 2001 hasta la fecha. Pero nada de eso pasó aún, el Cosquín Rock XV empieza hoy, y lo hace con una consigna clarificadora: “15 años de historias”. Quizá como nunca antes, el arraigado evento rockero pone el acento sobre una de sus auténticas cualidades, el fomento del espíritu comunitario, el relato compartido, la experiencia grupal de la mil veces citada “gente común”. Todo eso por sobre la grilla musical, que incluye a muchos de los artistas más convocantes del país, como Andrés Calamaro, Babasónicos, Skay & Los Fakires, Ciro y Los Persas, Las Pastillas del Abuelo, Los Auténticos Decadentes, Illya Kuryaki and the Valderramas, y Las Pelotas, entre muchísimos otros, a presentarse hoy, mañana y pasado.
El repaso ligero por la propuesta musical del Cosquín Rock, a nivel histórico, devuelve la sencilla conclusión de que son pocos los cambios año a año. Ante la dificultad de incorporar cantidad de artistas foráneos y la necesidad de ir hacia lo sustentable, el problema tendría más que ver con la escasa movilidad social a la que asiste el rock local desde hace tiempo, que con la creatividad de la organización en sí. En esta oportunidad, la gran noticia a esa escala es el debut coscoíno de Andrés Calamaro, dispuesto a ser el último que apague la luz en la jornada de hoy. Esa actuación era algo que el festival tenía como cuenta pendiente y que logró cumplir para este aniversario, a más de un año de que el músico diera su último show en el país, en el Hipódromo de Palermo. “La grilla no se renueva porque no se está renovando el rock argentino”, se planta Palazzo. “Siempre hacemos un esfuerzo para lograr meter algo y la incorporación de Andrés es muy importante. Aunque sea de último momento o azarosamente, solemos encontrar esa perlita. En este caso, Andrés vuelve a la Argentina en Cosquín. Nosotros tenemos la materia prima, que es el rock argentino, a eso le incorporamos un poco de creatividad y variedad, y se sabe que no defraudamos en el esfuerzo.”
La mayor parte de la libido estuvo puesta, este año, en engordar la densidad de las más de 9 hectáreas del aeródromo de Santa María de Punilla, con propuestas satelitales respecto de la música en sí misma. Si la incorporación de Fuerza Bruta (ver aparte) en 2013 y la de Favio Posca con Painkiller en 2014 tuvieron efectos positivos para el propósito integrador del evento, la versión 2015 no sólo sostiene algunas de estas apuestas, también suma disciplinas y protagonistas. “Esta edición tiene más variedad artística que ninguna otra: una muestra de fotografías, stand-up, pequeñas obras de teatro, Hernán Casciari leyendo cuentos, un diseñador histórico como Rocambole presentando un libro y hablando de diseño, un grupo de muralistas cordobeses seleccionando gente para un concurso, Diego Curutchet, que es un escultor cordobés recontra-loco cordobés que hizo una gigantografía de diez metros para el predio, tirolesa y vuelta al mundo, más todas las carpas, que tomaron una vida increíble, y un nuevo espectáculo de Fuerza Bruta. Es increíble el jugo que le sacamos a cada centímetro de este lugar”, saca pecho Palazzo.
El creciente protagonismo de la periferia infla aún más el espíritu holístico del festival en lo que a “cultura rock” respecta, retrotrayendo los rituales hacia un estado rockero cuasiprimitivo: aire campestre, “comunitarismo”, y artes combinadas, puestos en sintonía. “Acá el formato es distinto de lo que puede verse en las ciudades –concede el cordobés–. Logramos armar un ámbito donde la gente conviva con uno de los mejores paisajes del interior de la Argentina, porque hay un río gigante, al lado una montaña y, en el medio, un aeroclub verde. Y si bien siempre nos basamos en la música, las experiencias en festivales de otros lados me dieron la idea de que las contraculturas no vienen necesariamente de la mano del rock, que hay otros artistas capaces de generar disparadores en los sentidos de los jóvenes y que eso, combinado con los artistas favoritos y emergentes del rock argentino, genera un combo enriquecedor.”
En lo musical, parte de esa invocación primitiva guarda relación con el mestizaje estilístico propio del festival, impuesto prácticamente desde sus inicios. La puesta estará dividida en un total de cinco escenarios, y si bien arriba de cada uno los programas se construyeron siguiendo un criterio medianamente claro, la mayor variedad se ve entre cada uno y el resto. Así como en ediciones anteriores, en paralelo al escenario principal habrá espacios temáticos, como el de reggae (con Nonpalidece, Gondwana y Los Pericos, entre otros), rocanrol (cerrarán Los Gardelitos, Jóvenes Pordioseros, y Don Osvaldo, nueva banda de Patricio Santos Fontanet), y heavy (con Almafuerte, De La Tierra y Carajo a la cabeza). A esas propuestas hay que sumarles los espacios para bandas emergentes y alternativas. El mestizaje es, para Palazzo, una de las claves que hacen especial al público del Cosquín Rock: “Acá se ve el amor incondicional que el pueblo argentino del interior tiene por el festival. Lo toma como propio, me putea cuando falta un grupo, como al director técnico que hace mal los cambios. Esa pasión se vive y conmueve un poco”.
Palazzo tuvo una triple fractura de codo izquierdo andando en cuatriciclo, por eso recorre el predio y ultima detalles con el brazo enyesado, mientras espera poder operarse el martes. Seguramente, esa anécdota sea una pastilla más en el rockumental que una productora local está rodando para estrenar en agosto de este año, con la dirección de Francisco Mostaza. “Se hicieron varias pelis, ésta es la primera película oficial de Cosquín Rock, e incluye material de lo que ocurrió a lo largo de estos quince años. Hay desde una nota con Julio Márbiz contando que ha convencido a un grupo de empresarios jóvenes de Córdoba para hacer un festival en la plaza Próspero Molina, hasta un incidente que ocurrió hace veinte minutos acá, en el predio, durante una reunión de logística en la que estaban todos en pelotas –cuenta el organizador–. Es un reflejo de todo lo que fue pasando en el festival, a partir de medios periodísticos, filmaciones propias, cosas que mandaron los propios fans. Todo eso va a resultar en una recorrida histórica, más algunas de las pequeñas anécdotas más divertidas. Se va a terminar de rodar en estas jornadas, y después va a tener un relato que voy a grabar en marzo, en la Próspero Molina, y en la comuna San Roque, donde se hicieron anteriores ediciones.”
La sumatoria de todos estos elementos desemboca, para la organización, en el lema propuesto este año (“15 años de historias”), vinculado a los relatos individuales y grupales. Todas esas voces abrevan en el amor incondicional por un artefacto tan curioso como el “rock argentino”, que al no encontrar una definición estilística coherente en lo musical, encuentra en cada Cosquín su justificación territorial. “Te juntás con tonadas que vienen desde Ushuaia hasta La Quiaca, y hasta de países limítrofes. Eso genera una interacción que perdura: hay gente que se conoció acá, que vive en provincias lejanas como Neuquén o Salta, que se reencuentra cada año. Acá se casó una pareja arriba del escenario. Hay parejas que procrearon acá, en algún lugar recóndito del festival, tal vez en un acto no muy higiénico. Son cosas alucinantes, un tipo que nos cuenta que vino por primera vez a los 17 años, y ahora viene con sus hijos, o uno de 40 que trae a los nietos. En lo relativo al público, el festival trascendió a la organización y al rock, y se transformó en un encuentro social. Cuando todo esto termine, no voy a poder evitar pensar en el Cosquín del año que viene”, promete Palazzo.
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