MUSICA › PRIMERA JORNADA DE COSQUíN ROCK, QUE CELEBRA SUS QUINCE AñOS
El cierre de Andrés Calamaro, a las dos y media de la mañana, ocurrió bajo un diluvio. Temprano, Los Decadentes sacudieron a la multitud. Y en el medio, a Babasónicos le costó superar el “efecto sándwich” entre dos propuestas con mucho agite popular.
› Por Mario Yannoulas
Diego Demarco avanzó por la pasarela hasta llegar al tope. Las luces blancas lo señalaban, fanáticos pasaban sobre la marea haciendo tirolesa, las sierras sonreían y, de cara al escenario, un auto italiano proponía lo improbable: “Subite al rock”, decía. Y algo más llamó la atención. “Se le ve la raya”, comentó alguien, como si fuera posible huir de semejante invitación sensorial. En ese momento hermoso, representativo, meritorio, místico, musicalizado con “El Gran Señor”, Los Auténticos Decadentes renovaban por enésima vez la matrícula de plomeros pop, esta vez frente a las cerca de 30 mil personas que habitaban el aeródromo de Santa María de Punilla. Si los segmentos en los que tomaron la lanza el “Perro Viejo” Serrano (“Viviré por siempre”, “Un osito de peluche”) o el propio Demarco (“Besándote”, “La prima lejana”) ya hacían de carnaval carioca en la fiesta de 15 del Cosquín, los demás clásicos en la voz de Cucho Parisi (“Raquel”, “La guitarra”, “Y la banda sigue”) hicieron del aeródromo un “saltódromo”.
Fue uno de los picos en el recorrido inicial del sábado, cuya actividad prime time sobre las tablas principales logró empaquetar a algunos de los artistas locales que replican su éxito en el exterior. Con el “rock nacional” como commodity, el cierre de Andrés Calamaro ocurrió bajo algo muy parecido a un diluvio, cuando los celulares marcaban ya las dos y media de la madrugada, cuando ya nadie intentaba refugiarse, porque era tarde, y pretendía ser épico, y hacía más de un año que no se veía al Salmón en tierra argentina, y el organizador general del Cosquín, José Palazzo, estaba feliz de poder contar con él al cabo de 15 años de regates.
Calamaro eligió “Sucio y desprolijo”, de Pappo, para despedirse de la masa coscoína, en homenaje al músico rockero argentino, a casi diez años de su muerte. Pero también recordó, más temprano, a los caídos durante 2014: Johnny Winter, Joe Cocker y Paco De Lucía. “El mundo no va a ser igual sin ellos. Vamos a tratar de honrar la memoria de estos maestros”, fue la curiosa previa para “Tuyo siempre”, mate amargo “para endulzar la garganta” y cencerro en mano, y en pleno desalojo de bichos voladores que aterrizaban en el set. Una lista sin caprichos, sin volantazos anímicos o arrebatos sentimentales, tan sólo un enorme pero sencillo ramo de tracks de rockola, con recursos que fueron desde Los Abuelos de la Nada (“Mil horas”) hasta su último disco solista, Bohemio (“Rehenes”), pasando por Los Rodríguez (“A los ojos”, “Sin documentos”), más alguna perla de El Salmón (“Gaviotas”), y un invite usual: “Esto sería un recital interactivo si yo dijera: ‘Qué lindo día para fumar un...’. Si vamos a estar imputados, estemos todos”, propuso antes de “Loco”.
Después de algunas presentaciones en México –donde los Decadentes habían consumado también uno de sus shows más exitosos–, Calamaro comprendió que para regresar tenía que pegar primero. “Alta suciedad” con la derecha y “El Salmón” con la izquierda, para serenar, ambos puños despejaron el terreno, además de que el tipo está cantando bien, o es su equipo de trabajo, que se lo hizo aún más fácil. Baltasar Comotto lustró chapa de guitar hero ucrónico, siempre capaz de ladear a artistas consagrados –Spine-tta, Solari, Calamaro– sin decaer su sello como intérprete, Sergio Verdinelli –otro ex Spinetta– mantuvo el pulso sin dejar de sudar, y el quinteto de apoyo, en su conjunto, supo dónde y cómo aparecer. “Valió la pena esperar”, confesaba la cara de Palazzo, a un costado de la escena.
Babasónicos, otro combo de exportación y viejo aliado del festival, no corrió tal vez la misma suerte. Es probable que por el efecto sándwich –atrapado entre los sets sanguíneos de Calamaro y Decadentes–, esta presentación haya perdido lustre, o no haya podido sustentar su propio ecosistema, porque aquel estilo más cerebral, gatuno, glamoroso, nunca terminó de eslabonar lo que, a la postre, terminó siendo el hilo conductor de la noche. Aun cuando a través de segmentos de más voltaje –“Sin mi diablo” o “La lanza”– pudieron sondear esa intención, la situación, a esa altura, se hizo chiclosa.
Nubes blancas y negras todavía se disputaban el cielo cuando las más de 9 hectáreas de predio y sus cinco escenarios –más la burbuja de Fuerza Bruta– invitaban a un recorrido tan trabajoso como interesante. Una peregrinación estratégica podía permitir acercarse a mucho de lo que pasaba, como escuchar las lecturas de Hernán Casciari a propósito de ser el gordo que no baila en los casamientos, la dura elección entre rugby o comunión, o los pro y contra de haber tenido tetas desde los 7 años, pero también a Octafonic, la agrupación de Nicolás Sorín que demostró por qué su disco Monster estuvo entre los mejores de 2014, o el reggae fiestero de Lumumba y sus “Tres tigres”, con los hermanos Nadal y Pablo Molina –en el escenario temático que también tuvo a Los Pericos y Nonpalidece, entre otros–, la despedida de Científicos del Palo con su clásico “Chau, putos”, mientras Humo del Cairo la rompía y hacía transpirar de verdad a la carpa del “Escenario Pepsi”.
La primera celebración de los quince años del festival federal de rock más importante del país no sufrió más exabruptos que el del diluvio final, siempre disparador de la palabra “épica”. En ese marco de abundancia de propuestas y expresiones no sobraron comentarios sobre la todavía confusa muerte de Ismael Sosa, el joven que había viajado a ver un concierto de La Renga en Villa Rumipal hace tres semanas, también en la provincia de Córdoba. Sus familiares aún señalan a la policía provincial como responsable, hecho aún no comprobado pero que, de ser cierto, sumaría otra página oscura a la relación entre las fuerzas de seguridad y cierto tipo de rock argentino, cuyos feligreses acuden en masa a cada Cosquín. Porque si algo nunca falta en el aeródromo, aun cuando nunca hayan tocado en el festival y jamás lo hagan, son remeras de La Renga y del Indio.
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