MUSICA › OPINION
› Por Eduardo Fabregat
Hace algunos años, un famoso músico argentino, rocker de primera línea, dejó caer un concepto que quedó fuera de la entrevista publicada por este diario. “En el rock argentino, Charly García es la izquierda”, arrancó. “Y Spinetta es la derecha. Un facho.” El tamaño del brulote explica por qué el concepto quedó fuera de la entrevista publicada, pero si se lo rescata es porque abre algún campo de análisis sobre el rock argentino. Sobre el rock argentino se ha escrito y hecho mucho, sobre todo en épocas de cumpleaños de cuarenta: recuerdos, rescates, libros, recopilaciones, una radio bien asentada sobre una montaña de excelente material, discos de versiones, discos homenaje, notas aniversario de eras, momentos, discos, shows. Todo periodista sabe más o menos cómo sacarle el jugo a la agenda.
Pero esa frase del músico equis, que tiene la brutalidad de una frase cualquiera tirada en un momento dado para después seguir viaje, rebotó en la memoria de quien esto escribe cuando el término “fascista” apareció esta semana en boca del mismo Spinetta, en un encuentro con periodistas mendocinos y refiriéndose a Roberto Pettinato (y a un periodista no identificado). Es curioso que a Spinetta lo enoje tanto que La Mano le dedique una edición entera a su figura, su música y su poesía, con por lo menos una docena de periodistas escribiendo maravillas de él. Tendrá sus razones. Pero al mismo tiempo, la reacción refuerza una idea que fue tomando aún más envión en los últimos años, a medida que los muchachos crecen: los músicos argentinos no resisten mucho el disenso de un periodista. Incluso y como puede apreciarse, les disgusta el consenso, lo cual vuelve aún más complicada la relación entre el artista y la prensa.
Una conocida escena de Casi famosos retrata el encuentro entre el periodista novato William Miller y los integrantes del grupo Stillwater. “Llegó el enemigo”, dicen los músicos. Es un buen chiste, un chiste viejo: la película de Cameron Crowe retrata el mundo del rock estadounidense en los ’70. El problema es que en la escena argentina el cliché caló hondo, como si aquí la prensa de rock escribiera en el tono de Pop Magazine, The Sun o si se quiere más cerca, Crónica o el Ambito Financiero de “Axl Rose quemó una bandera argentina”. El miércoles, el periodista Fernando D’Addario recordó una nota de la New Musical Express, o la Melody Maker, en la que se comentaba el disco Talk, de los próceres ingleses Yes, con sólo dos palabras: “Shut up”. Eso es vitriolo. Y no se vio a Jon Anderson armando un escándalo por eso y pidiendo la cabeza del responsable. Jon Anderson debe saber bien que la opinión de un periodista influye de un modo bastante moderado en el comportamiento del público y en la relación entre la gente y el artista.
En los últimos años, muchos músicos argentinos consideraron que todo artículo periodístico que bajara un poco de lo celebratorio era otro gesto del enemigo. El comentario habitual es que los periodistas no saben nada de música, lo cual, además de generalizar en exceso, desdeña el esfuerzo de muchos profesionales por entrenar la oreja y el conocimiento, y no contempla que se puede ser músico sin ejecutar un instrumento ni leer un pentagrama. La música no es sólo lo que se toca, sino lo que se percibe. Y en la Argentina hay un periodismo de rock que intenta hablar con justicia y sabiduría de lo que sucede, lo que hacen los artistas y, sobre todo, su música.
Sin embargo, cuando la prensa cuestiona algún acto de las grandes figuras, un disco flojo, una performance pobre, una inercia creativa, los músicos lo señalan como un acto de sordera, una crítica abyecta fundada en intereses editoriales o comerciales, un resquemor personal, una incapacidad de comprender el mensaje o pura ignorancia. Quizá tenga que ver con el modo en que nació y creció el rock local, con músicos y periodistas en una misma balsa y luchando contra el sistema: a medida que la prensa se fue profesionalizando, separó los tantos y se permitió observar la obra artística con mayor objetividad. Y cuando eso derivó en una crítica desfavorable, más de un músico lo percibió como una afrenta personal. Los músicos deberían permitirse creer que a un periodista de rock le interesa sobre todo que el movimiento argentino siga gozando de buena salud: no ejerce el oficio para mofarse de tipos a los que, de entrada, considera respetables por su sensibilidad para crear música. No lo hace para ir de vivo frente a los amigos, ni por querer ser más estrella que las estrellas: el periodista de rock se dedica a eso porque primero de todo estuvo el amor por la música, tan pasional como el que anima a los músicos. Ellos eligieron la guitarra y la melodía, el periodista eligió el teclado y las palabras.
De acuerdo con la humilde apreciación de este periodista, los conocimientos que tiene sobre el fascismo y su percepción de las obras y palabras de ambos, ni Luis Alberto Spinetta ni Roberto Pettinato merecen el mote de fascista. Y el enemigo, definitivamente, siempre estuvo en otra parte.
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