MUSICA › A LOS 79 AñOS, MURIó EL MúSICO Y PINTOR JUAN CARLOS CáCERES
Defensor de la hipótesis del origen negro del tango, dedicó años de su vida a investigar sobre el tema. Reivindicó los ritmos olvidados, desde la milonga hasta el candombe, pasando por la murga y la habanera. Pero siempre con la idea de actualizar la tradición.
› Por Karina Micheletto
El domingo pasado, a los 79 años, murió de cáncer el músico y pintor Juan Carlos Cáceres, eterno defensor y ejecutor de la idea de que el tango es cosa de negros. Esa negritud del tango fue buscada y hallada por Cáceres con tanta pasión como tenacidad, plasmada en un estilo único, entre reo y sofisticado, entre canyengue y exquisito, entre el jazz que admiró e interpretó de joven y la murga que abrazó con la misma energía. El compositor, pianista, cantante, trombonista y artista plástico falleció en su casa de Perigny, a 30 kilómetros de París. Sus amigos argentinos llegaron a hacerle un último homenaje en vida, unos días atrás desde el auditorio de Radio Nacional.
Cáceres fue un convencido de ese origen negro del tango al que le dedicó un libro que se llama así, Tango negro, y que en el subtítulo habla de La historia negada. Desde ese lugar de investigación al que siempre volvía, y que tomaba como punto de partida ya dado (“a esta altura ni me interesa polemizar sobre eso”, decía con una sonrisa cuando la conversación entraba en fases polémicas), construyó una original carrera, toda una corriente dentro de la música rioplatense. Su música y su poesía retoman los ritmos de murgas, candombes y milongas, en una búsqueda que puede encontrar cruces que llegaron, en sus últimos años de creación, hasta el tango electrónico.
Radicado en París desde 1968 –un año y un lugar que no resultan casuales en su biografía–, Cáceres comenzó a ser conocido como músico en la Argentina primero a través de discos traídos de Francia por melómanos varios, pasados de mano en mano como una revelación. Hubo, también, periodistas como Julio Nudler, Víctor Hugo Morales o Lalo Mir que empezaron a pasar y hablar de su música con entusiasmo. Recién en el nuevo siglo empezaron a editarse sus discos en el mercado local, y pudieron conocerse obras como Tocá Tangó, de 2001, y Tango Negro Trío (1998), bien ubicadas desde el clima gráfico que proponían las obras plásticas también de su autoría.
Entre su obra solista están también los discos Solo (1993), Suda-cas (1994), Intimo (1996), Murga Argentina (2005), Utopía (2007) y Noche de Carnaval (2011). Con el París Gotán Trío grabó Champán Rosado (2004), con Maquinal Tango un disco que llevó el nombre de la agrupación, en 2007, donde asumió los cruces con la electrónica volviendo a registrar varios de sus temas junto al Demarco Electronic Project. Finalmente, con Tango Negro Trío (junto a Marcelo Russillo y Carlos “el Tero” Buschini) editó el explícito No me rompas las bolas (2011), que sería el primero de una trilogía, con piezas de su repertorio y algunos clásicos, siguiendo “la reivindicación de los ritmos olvidados, nuevos sonidos y una fuerte impronta milonguera”, entre tangos, habaneras, murgas y candombe.
“Nací a orillas del arroyo Maldonado, cuando todavía lo estaban entubando, cerca de Nazca, en lo que era un barrio industrial, pobre, gris. Estudié Bellas Artes en la escuela Manuel Belgrano, que demolieron para prolongar la 9 de Julio, y en la Prilidiano Pueyrredón, de Las Heras y Callao. Para pagar mis estudios tocaba el piano y el trombón. Hacía tango, en esos comienzos, junto a Osvaldo Piro y en un sexteto que tocaba al estilo de De Caro. Después me interesé por el jazz, en razón de esa vinculación con el tango primitivo, que tenía mucho de ragtime”, se presentaba en una nota que le hizo para este diario Julio Nudler, uno de los primeros que “descubrió” y trasmitió su fascinación por la música de Juan Carlos Cáceres.
“Llegué a París en 1968. Estaba escrito que tarde o temprano me establecería en Francia: cuando tenía ocho años, una mujer francesa me facilitó por primera vez un piano. Recién en los últimos diez años estoy finalmente haciendo lo que deseaba: pasar como por un embudo todo lo que reuní y dejar que aflore espontáneamente”, decía en 1999. Contaba también que había llegado a París nada menos que el 14 de mayo de 1968, y estaba en pleno Barrio Latino. “Había ido a trabajar con una vedette francesa, como músico. A la tarde me fui a ensayar en medio del quilombo. Más tarde cerraron las fronteras. París era realmente una fiesta, porque había barricadas; también los conciertos en las calles, edificios públicos con banderas negras, una gran época”, recordaba.
Junto a su tarea como pianista y compositor, y como estudioso e investigador del tango, siguió pintando a lo largo de su vida (sus discos, de hecho, están ilustrados con sus pinturas, siempre con colores plenos y fuertes como marca), y fue profesor de Historia del Arte hasta que se jubiló. “En pintura y en otras expresiones culturales empecé atraído por la modernidad, el arte abstracto, el teatro de vanguardia. París era La Meca. Miró, Picasso, Kandinsky me pegaron primero, y después descubrí lo clásico. Con el tango se dio distinto, porque era la música de mi familia. Pero no hay conflicto. Siempre fui un tipo ecléctico y polivalente. Puedo tocar tango y escuchar música contemporánea. En relación con la plástica, vengo del arte abstracto, lo que encontré para hacer simbiosis con la música es el expresionismo, que se emparienta con el tango, en formas y colores”, comparaba sus pasiones.
Inevitablemente, no había nota ni conversación sobre música que no terminara girando, si el interlocutor era Cáceres, alrededor de la cuestión de los orígenes del tango. Su postura, la teoría de la negritud del tango, convocaba tanta discusión como apasionamiento tanguero e histórico. La diferencia, en su caso, es que desde allí construyó un estilo musical muy personal, más allá de los aportes que pudo haber hecho como investigador del género. “Es una teoría que no defiendo a toda costa –advertía–. Sólo que para mí es evidente, desde una lógica musical, que en el origen del tango hubo tres aportes negros decisivos: el originario del Río de la Plata, que es el candombe; el procedente de Cuba, que es la contradanza europea convertida en habanera, y la milonga, oriunda del Brasil, traída por los soldados del ejército de Urquiza, y que con el tiempo llegaría a las orillas de Buenos Aires. Los tres elementos se refundirán en el tango. Luego éste recibirá otros aportes de la inmigración, hasta transformarse en el primer fruto musical de sincretismo. Buenos Aires era el último puerto del mundo: los artistas y los marinos llegaban a ella con toda la música recogida en los puertos del trayecto. Y la larga estadía de los barcos en cada puerto daba tiempo para el contacto y el intercambio con los habitantes.”
Cáceres, que prefería mantenerse convenientemente alejado del ala más ortodoxa del tango, defendía al tango electrónico como una puerta posible para el género: “Lo considero una de las tantas salidas posibles desde los sonidos actuales, una forma de darle una vuelta de tuerca más al tango”, decía en una entrevista a este diario. “El tango tiene una métrica rítmica que permite incorporar la electrónica sin problemas. Y el resultado fue que se le encontró un cauce más interesante a una música que se había vuelto mecánica, repetitiva, banal. El tango siempre fue una música de ida y vuelta, desde sus comienzos. En el camino que recorrió fue triturando e incorporando otros lenguajes, hasta transformarse en el tango contemporáneo. A pesar de esa fuerza interna de oposición al cambio, que surge desde ciertos sectores retrógrados, y que sólo habilita al tango for export, el tango siempre fue búsqueda, innovación.”
Desde la idea de no renegar de la tradición, sino permanecer atento a qué hacer en el presente con esa tradición, rescataba la movida del tango eletrónico, con participaciones e invitaciones mutuas con Gotan Project, por ejemplo, o convocando a Eduardo Makaroff, el argentino integrante de ese grupo que introdujo al tango electrónico como un subgénero musical, como productor de su disco. Del mismo modo, desde esta convicción, sumó su música a la de un cantautor murguero porteño como Ariel Prat, en espectáculos como Tango milonga de corte murguero, levantando la negritud de ambos géneros.
La semana pasada, comandados por Prat, los amigos y colegas argentinos que lo admiraban le hicieron un homenaje urgente a Juan Carlos Cáceres, enterados de la gravedad de su enfermedad. Cáceres Mon Amour fue el homenaje que sonó en el auditorio de Radio Nacional, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación. El evento, de entrada gratuita, reunió a reconocidos músicos y bailarines de diversos géneros, que recorrieron gran parte de la obra del homenajeado. “Quedamos huérfanos de un padre musical y cultural como investigador, músico y difusor. Ha dejado una muy buena familia”, lamentó Prat sobre su muerte. “Teníamos una relación muy particular, haciendo composiciones, saliendo de gira y compartiendo información. El fue mi maestro. Se fue al otro barrio sabiendo que en las esquinas estaban las guirnaldas encendidas por él.”
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