MUSICA › RECITAL DE VIRUS EN EL 30º ANIVERSARIO DE SU DISCO LOCURA
La conmemoración en el mismo teatro Opera, donde se presentó la primera vez, cruzó a espectadores de varias generaciones. No hubo lugar para la nostalgia: Virus transmitió una sensación de puro presente, más allá de la ausencia de Federico Moura.
› Por María Daniela Yaccar
Hay al menos doce personas amuchadas en el hall del Opera que muestran un fervor notorio por ver a Virus en el 30º aniversario del álbum Locura. Son los fans. Siguen a la banda a pueblos y ciudades remotos, la agitan en los boliches, mantienen viejos rituales, cenan después de los recitales con la mamá de los Moura. Algunos descubrieron a Federico en algún sótano en el renacer de la democracia, vestido con unos jeans altos manchados con plasticola de colores, y quedaron alucinados. “Es lindo a mis cincuenta años mantener la ilusión de que soy un pendejo”, dice Mariano, uno de los más efusivos. Tiene en su celular una captura de la entrada que el jueves 12 de diciembre de 1985, a las 22, le permitió vivir Locura en vivo, desde la fila 8, también en el Opera. Tenía 18 años.
Mariano tiene anécdotas para tirar para arriba y acapara la palabra en la ronda. Muestra también una foto con Federico; dice que “el negro Johny”, un conocido suyo, pintaba a mano en remeras la tapa de Relax (1984) y que él le llevó una al cantante. “Macanuda remera”, recuerda que le respondió, a punto de subirse a un auto con Renata Schussheim. Luego aparece en escena Anabella, a quien Mariano tilda como la “más vieja fan viviente”, y entrega caramelos de miel que tiene en una bolsa. La más joven del grupo es Yanina. Los otros fanáticos dicen que esta veinteañera escucha un hit de Virus y no puede parar de bailar. “Su música no se compara con otras. Me cala profundo. Si bien no vi a Federico, me gusta Virus tal cual es”, define.
Para los admiradores más rotundos, esta fecha tiene un carácter especial. Es un show grande y promocionado, y también histórico: hace treinta años Virus lanzaba su disco más exitoso, luego de mucho tiempo de ninguneo por parte de la prensa y del establishment del rock, que los tildaba de frívolos, de livianos. Locura, que se editó el mismo año que Gulp y que Divididos por la felicidad, era exitoso pero no por eso menos vanguardista que todo lo anterior. Se grabó casi todo en Buenos Aires y se mezcló en Nueva York. En cuanto a lo sonoro, continuó con la búsqueda de Relax, y en cuanto a lo temático, llevó al extremo la cuestión sexual y sensual tan propia de Virus. Lo que podía observarse en el Opera es que este aniversario evidentemente removió las almas de mucha gente: a mediados de la semana pasada ya no quedaban entradas. Y en la página oficial del grupo que hoy integran tres de sus miembros originales (Marcelo y Julio Moura y Daniel Sbarra) y Ariel Naon, Fernando Monteleone y Nicolás Méndez, los seguidores posteaban un recuerdo tras otro. La noche del sábado evidencia un cruce generacional, hay espectadores de todas las edades, lo que equivale a decir distintas historias con la misma banda sonora.
Quizá lo más interesante sea que no hay lugar para la nostalgia: cuando suena Locura completo, desde que arranca y hasta que termina esa seguidilla de temas que parecen todos hits, nadie está pensando con tristeza en que falta esa persona-ángel que fue Federico Moura. Porque Virus es una cosa viva; también porque quienes están ejecutando esa música más allá de ser profesionales tienen muy claro el concepto de lo que están transmitiendo (sin ir más lejos, algunos lo han creado); y porque los temas no parecen desempolvados, aunque hayan pasado ni más ni menos que treinta años y tantas cosas. Una pregunta surge en el medio del revoleo de caderas, que se vuelve inevitable cuando suena “Una luna de miel en la mano” y entonces los caramelos que repartió Anabella salen todos eyectados hacia el cuerpo de Marcelo: ¿cómo puede ser que estas canciones tengan tanta actualidad? No se produce únicamente una invitación a bailar, el vivo permite disfrutar también de la riqueza del lenguaje, de sutilezas como la palabra “cositas”, de frases candentes como “tu placer es estar atrapada por quien te va a atrapar”.
El clima cambia con “Dicha feliz”, un tema que engaña, como sucede con varios otros, porque parece una cosa y es otra: una burla a la televisión. Lo canta Daniel Sbarra. El show confirma eso que ya se sabe: no hay un solo Virus, hay varios. Hay momentos discoteca, en los que las luces recrean esa atmósfera, también momentos melanco. Cuando la banda ya repasó todo Locura –los acomodadores reparten una hojita color sepia con las letras– arranca el segundo bloque del show, y sube al escenario un cuarteto de cuerdas. Suenan varios temas de Superficies de placer, el último disco en el que participó Federico, ya sabiendo lo que le iba a pasar. El listado es jugoso y variado: “Transeúnte sin identidad”, “Danza narcótica”, “El probador”, “Wadu wadu”, “Me puedo programar”, “El agujero interior”, “Carolina”. Julio Moura canta “¿Qué hago en Manila?” y se lo dedica a Daniel Rabinovich. La última parte del espectáculo es bien arriba. Y casi que no queda gente sentada.
No hay lugar para la nostalgia, el clima es de fiesta, es presente puro. Muchos compran la remera con el dibujo de Daniel Melgarejo. No se nombra al antiguo líder, no hay videos de la presentación que sucedió en el mismo sitio hace tres décadas ni participan del aniversario los antiguos miembros de la banda. No es un show de grandes sorpresas: muchos de los temas de Locura Virus suele tocarlos en una noche cualquiera, a excepción de dos o tres, como “Lugares comunes”. La estética es sobria. No hay pantallas siquiera. No hay teatro: no caen papelitos dorados en la cabeza cuando suena “Polvos de una relación”, como cuentan los cincuentones que ocurría en el pasado. Pero sí vuelan caramelos de miel. Quizá todo esto conecte con lo que le contestaba Julio Moura a un amigo que lo increpaba por tocar un tema como “Wadu wadu” habiendo vivido el horror de la desaparición de su hermano en el verano de 1977: Virus tuvo y tiene que ver con el dolor, con la libertad recuperada y con la elección de estar vivo, de seguir.
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