MUSICA › MUSICA MUSE VOLVIó A LA ARGENTINA CON UN SHOW MáS OSCURO
Aunque sus fans extrañaron el despliegue de láseres y efectos visuales, en su cuarta visita el trío de Devon se ciñó a la temática del reciente Drones. El cantante Matt Bellamy desató su habitual festival guitarrero y se ganó chiflidos al colgarse una bandera uruguaya.
› Por Yumber Vera Rojas
Si en su disco The 2nd Law (2012) Muse dejó constancia de su preocupación por el futuro de la humanidad, frente a la posibilidad de una muerte planetaria, el más reciente álbum del grupo inglés le soltó la mano a la distopía para enfocarse en el núcleo que hoy, de forma angustiante, está arrastrando a la humanidad hacia ese mañana desolador. La guerra moderna y las nuevas técnicas de aniquilación, al igual que sus consecuencias en la conciencia social, son algunos de los tópicos que aborda el reciente Drones, cuya gira trajo de vuelta al trío de Devon a la Argentina. Más específicamente, al Complejo al Río de Vicente López, en la noche del pasado sábado. Sin embargo, a diferencia de su última visita, en el Personal Fest de 2013, la agrupación comandada por el vocalista y guitarrista Matt Bellamy desembarcó en esta ocasión con un espectáculo más compacto, así como efectista, sostenido en un despliegue visual que bien supo representar la oscuridad conceptual de su séptimo trabajo de estudio. “Si no hacés lo que te dicen que debés hacer cuando te lo ordenan, serás castigado, ¿te quedó claro?”, advertía en blanco y negro un sargento, al mejor estilo de la intro de la película Patton, en la pantalla de led enarbolada detrás del escenario, mientras Muse se alistaba para un show de alto voltaje. Eso quedó en evidencia desde el vamos el malicioso “Psycho”, al que le secundó otro de los temas de Drones, el angustiante “Reapers”, en el que Bellamy desató ese festival guitarrero que se volvió un espectáculo aparte en los recitales de la banda. Después del respectivo saludo a su incondicional cofradía argentina, el grupo desenfundó su clásico “Plug in Baby”, estableciendo así el primer clímax de la performance, además en un momento idóneo porque el rezagado frío otoñal comenzaba a pecar de inoportuno. Pero, a pesar de la euforia desatada, el grupo bajó un cambio y se concentró nuevamente en su nuevo disco (inspirado en un libro sobre la guerra de los drones contra Al Qaida que leyó Bellamy), por lo que desenfundó “The Handler”.
En medio de ese constante toma y daca entre el pasado y el presente musical de Muse, apareció el dubstep cataclísmico “The 2nd Law”, para luego regresar a la actualidad con “Dead Inside”. Si bien es cierto que el funk futurista, devenido en primer corte promocional de Drones, es posiblemente el único track del nuevo disco que puede equipararse en impronta al resto de los hits del trío, uno de los rasgos distintivos de su vuelta a Buenos Aires fue que nunca se arrimó de la articulación del discurso que armó para esta etapa. Por más que sus fans se quedaran con las ganas de disfrutar de más temas icónicos, al igual que de ese alud de lásers y luces que distingue a sus espectáculos, el grupo que completan el bajista Chris Wolstenholme y el baterista Dominic Howard prefirió mantener el eje en la opresión político y militar de su más reciente producción. Eso quedó patentado en su puesta en escena, así como en el repertorio, y expuso señas más que claras acerca del apetito y los objetivos de la banda.
Muse, más que renovarse, decidió apelar por la evolución de su propuesta, que tras su introducción a mediados de los 90, se transformó en una rareza en esta época, en la que los solos de guitarra parecen anacrónicos. No obstante, Bellamy aprovechó los cierres de temas como “Hysteria”, en el que aludió al “Back in Black” (AC/DC), o “Supermassive Black Hole”, donde invocó a “Voodoo Chile” (Jimi Hendrix Experience), para, con riff y distorsiones, sacar el carnet de la escuela del rock a la que asistió. Aunque ese todo terreno del rock progresivo mutante también reflejó otras influencias, que a veces lo situaban en el metal, en otras ocasiones en la electrónica, por instantes en el power pop, y a veces ni se sabía muy bien a cuál galaxia pertenecía. Si bien parecía indetenible en su camino hacia la consolidación argentina, a Muse casi lo sacó de la ruta la bandera uruguaya que peló su líder, lanzada por un “infiltrado” oriental, provocando el desconcierto y la decepción entre el público en forma de silbatina general.
Pero Belly es tan seguro y elocuente en su accionar sobre el escenario que, antes que enmendar la macana que se mandó en “Madness”, la minimizó: primero con un temón como “Time Is Running Out”, y luego (en uno de sus pocas alocuciones) con un “son asombrosos, Buenos Aires”. Y luego sí, se puso sobre los hombros la bandera argentina, tras soltar además “lo sé, la conozco”. A eso le siguieron dos notables metrallazos de su cancionero: “Starlight” (en el que rozan con su veta Coldplay, aunque hay que recordar nuevamente que son una agrupación mutante) y la aria cyber “Uprising”, en la que soltaron unos inmensos globos negros que no salieron del VIP. Por eso, para el bis, la popular del Complejo al Río, que fue saludada por el líder de Muse durante un pasaje del recital, pedía no sólo una más, sino que prendieran las luces, y le pusieran huevos para el final. El trío lo entendió y atendió a cabalidad, con “Mercy” y “Knights of Cydonia”. A esas alturas, ya no importaba nada. Muse volvía a ser un sentimiento incontrolable.
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