MUSICA › ALEJANDRO BALBIS PRESENTARA SIN REMITENTE ESTA NOCHE EN LA TRASTIENDA
El cantante, guitarrista, compositor, arreglador y productor es un gran referente de la murga uruguaya –fue director de Falta y Resto–, pero está radicado en Buenos Aires y emprendió un camino como solista repleto de historias dentro y fuera de las canciones.
› Por Karina Micheletto
De cómo siendo murguero tuvo que desmurguearse, y de cómo a la vez esa identidad atraviesa inevitablemente su obra y su vida, habla Alejandro Balbis. Lo hace para referirse al camino solista que construyó en estas últimas dos décadas, del que acaba de dar una nueva prueba: su flamante disco Sin remitente, que le llevó largo tiempo de trabajo, y que presentará hoy a las 21.30, junto a toda su banda, en La Trastienda (Balcarce 460). “Cuando elegimos esta fecha, no sabíamos que sería tan caliente. Pero toda mi vida fue así: cuando quiero acordar, estoy en un quilombo bárbaro. Cuando quise acordar, estaba viviendo en la Argentina. Eso fue hace viente años, y acá estoy”, dice Balbis con una sonrisa en la entrevista.
Uruguayísimo y bien radicado en Villa del Parque, cuenta que hay un diálogo recurrente que define ese estar en el mundo: “Me preguntan: ¿de qué cuadro sos? Y yo digo, de Peñarol. Sí, pero, ¿y acá en la Argentina? ¡De Peñarol, maestro, esas cosas no se cambian!”, grafica. “Soy el más agradecido del mundo con la Argentina, es el país más generoso que conozco con el que llega de afuera, como ningún otro. Como lo fue México en algún momento, Suecia, tal vez. Pero no hay muchos otros lugares que puedan recibirte de esta manera”, asegura.
También entre Uruguay y la Argentina transcurrió su trabajo y su música. Jaime Roos, Adriana Varela, Jorge Drexler, Gustavo Santaolalla, Juan Campodónico y Bersuit Vergarabat son algunos de los artistas y grupos con los que trabajó, en discos como Hijos del culo y La argentinidad al palo de la Bersuit, De bichos y flores de La Vela Puerca, Cuando el río suena de Varela, Bajo Fondo Tango Club, Contraseña de Roos y Sea de Drexler. Pero su marca de origen más fuerte es la de la murga. Formaciones como Contrafarsa y Saltimbanquis tuvieron su participación como cantante, arreglador y director, para pasar después a dirigir Falta y Resto, en una importante etapa de su carrera. Y, a partir de allí, a emprender su camino solista, primero con El gran pez, su disco anterior.
Cantante, guitarrista, compositor, arreglador y productor, Balbis es uno de los referentes del Carnaval y la murga charrúa, pero es también el creador de un abanico de canciones que fusionan murga con rock o milonga, y que hablan del barrio, del amor y de las complejas realidades sociales de estos tiempos con un particular estilo narrativo. Con mucha historia contada en cada canción y también detrás, una capacidad de la que hace gala en sus shows, y que forma parte de su propuesta. “Sí, suelo ser bastante contador de cosas en el escenario; entre canción y canción aparecen historias que se vinculan unas con otras y terminan siendo canciones. Es que toda canción tiene una historia que contar”, define en diálogo con Página/12. “Y hay algunas historias que me piden mucho, les gusta escucharlas una y otra vez, como las canciones. Claro, salí treinta años en Carnaval, de ahí hay un par de historias para contar... ¡Algunas se pueden contar! (risas).
–¿Cuál es ese Carnaval que no se puede contar?
–El que yo conocí era un Carnaval masculino, era un mundo de hombres solos, juntos. Diecisiete tipos recorriendo la ciudad, cantado. Es una sensación que extraño bastante...
–¿Se modificó ese Carnaval?
–Bastante. Ya no es tan masculino, la mujer tiene un lugar dentro del género. Y además el Carnaval tiene ahora un costado que lo marca que es competitivo: uno gana, el otro pierde. Cuando un conjunto encuentra una veta, ya sea humorística, vocal, musical o conceptual que funciona, eso aparece después como una tendencia, es un camino que se sigue para los años siguientes. Cuando empecé en el Carnaval, el rubro puesta en escena no existía, por ejemplo. No era necesario. Hasta que en el 89, con La Contrafarsa empezamos a trabajar con el director de teatro Hugo Bargallo, él interpretó el trabajo que necesitábamos hacer con los cuerpos, y ahí dejamos de ser muchachos bien intencionados que cantaban. Eso vino de la mano de ordenar la escena: acá me paro, acá vamos juntos para la derecha... Se armó un montaje y con eso la rompimos. A partir de ahí, se generó la necesidad de que los demás lo hicieran para siempre. Fue una marca fuerte.
–Y con Falta y Resto, ¿qué marcaron?
–La Falta tuvo otra marca importante: la pluma de Raúl Castro. Sobre todo en un momento muy especial de la historia de Uruguay, la salida de la dictadura. Todavía las letras pasaban por una comisión de censura; el Carnaval existía pero con cierto recato en cuanto a las cosas que se podían decir sobre el escenario. Hay historias muy jugosas, porque la comisión lo llamaba al Flaco y le decía “No podés salir con estas letras”. Y ahí él, en tiempo real, en la mesa de censura, con los tipos ahí, iba cambiando de manera tal de poder decir lo mismo, pero de otro modo. Y así empezó a encontrar una poesía subrepticia, un subtexto que modificó el Carnaval de ahí en más. Tuve la suerte de vivir ese tipo de transiciones varias veces en Carnaval.
–¿Cuánto le debe su carrera al tablado?
–No quiero sonar pedante, pero subo al escenario y es como si subiera a mi auto o al ascensor. Es una cosa más de mi vida, es como entrar a mi casa. Y eso es porque toqué cuatrocientas veces por año con la murga, durante treinta años. Toqué en el Opera House de Sydney y en una farmacia de Montevideo. Y la soltura en el escenario es todo. Esa comodidad en el escenario la aprendí en el Carnaval, no hay otra.
–¿Y qué cosas tuvo que “soltar” de la murga para largarse como solista?
–De todo. El desempeño vocal, sobre todo. Me llevó quince años desmurguearme, para aprender las grandes diferencias que tiene ese desempeño, de cantante de murga, o solista de murga, a solista de banda. El solista de murga tiene que clavarla en el ángulo todo el tiempo, porque canta dos frases después y vuelve a la murga. Y cuando armaba los tonos de las canciones, pensaba todo como para ser cantado por la murga, lo arreglaba a esa altura. Largar ese tono, allá arriba, fue parte del ejercicio para empezar a pensarme solo. Solo no: con mi banda, que es de lujo. Pero ya no cobijado por esa gran fuerza colectiva.
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