MUSICA › JORDI SAVALL EN EL FESTIVAL DE MúSICA DE CARTAGENA
“Hacia tierra firme” es el título con el que convoca este año el encuentro musical en la ciudad colombiana. El violagambista catalán hizo honor a esta idea, al frente de Hespèrion XXI, la Capella Reial de Catalunya y el grupo mexicano Tembembe Ensemble Continuo.
› Por Diego Fischerman
Página/12 En Colombia
Desde Cartagena de Indias
En uno de los conciertos se cuenta una historia. Un narrador lee textos en español antiguo, en latín, en árabe, en hebreo, en arameo y en náhuatl. Partes de poemas épicos en las que se habla del “Mar Océano”, fragmentos del diario de a bordo de Cristóbal Colón, el decreto de expulsión de los judíos de España, un recomendación de la Reina Isabel de Castilla acerca del trato a los nativos del Nuevo Mundo. Y la música, es claro, va entrando y saliendo de ese relato. Lo completa; lo contrasta; lo acompaña o establece un contrapunto. En el otro concierto, la historia se cuenta sola. En ambos casos el protagonista es Jordi Savall, al frente de fuerzas tan variadas como los propios objetos que narra: Hespèrion XXI, la Capella Reial de Catalunya y, también, un grupo mexicano llamado Tembembe Continuo.
En pocos lugares como en la vieja ciudad amurallada de Cartagena de Indias, en cuyo principal teatro la figura de una india, situada sobre el escenario, convive con los europeos barroquismos de la construcción, podrían ser tan pertienentes estos ejes que traza el violagambista catalán. Sus historias son horizontales, están llenas de desplazamientos. Allí aparece la música de palacio y la de la iglesia pero, también, las canciones sefaradíes, los romances del norte africano y las infamantes presencias de la esclavitud, la inquisición y la imposición de la fe católica a los pueblos sojuzgados. Y también, los infinitos horizontes musicales que esas cercanías, muchas veces forzadas, propiciaron incluso contra su voluntad. El festival de música que desde hace una década tiene lugar en esta ciudad convoca, este año, la idea del viaje. “Hacia tierra firme” es su título. Y en ese horizonte que, a poco de andar acaba convertido en nuevo punto de partida, confluyen Savall, sus invitados, y una larga lista de músicos entre quienes se cuenta el notable clavecinista y director Rinaldo Alessandrini, que abrió el festival de este año con las figuras en espejo de Antonio Vivaldi y Domenico Zipoli, la Orpheus Chamber Orchestra, que tocará junto a Rodolfo Mederos las Estaciones porteñas de Astor Pia-zzolla, la Banda Mantiqueira y el violinista Maxim Vengerov.
El viernes pasado, a la tarde, en lo que fue el refectorio de un convento colonial y hoy es el auditorio de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, Alessandrini condujo a integrantes de su Concerto Italiano, incluyendo los solistas vocales Mónica Piccinini, Aurelio Schiavoni, Raffaele Giordani y Mauro Borgioni, y al Coro y Orquesta de la Filarmónica Juvenil de Cámara, pertenecientes a la Filarmónica de Bogotá. El Gloria de Vivaldi, luminoso, festivo y traducido con gran agilidad, fue la puerta de entrada para el melodismo directo y la fuerte teatralidad de la Misa de San Ignacio, de Zipoli, un compositor que brilló en Roma y, aparentemente por enamorarse de la persona incorrecta –una princesa llamada Maria Teresa Strozzi– acabó como misionero en la lejana Córdoba, en el Virreinato del Río de la Plata, sin lograr siquiera ordenarse como sacerdote pues allí no había obispo. Y esa misma noche, bajo la advocación de Los paraísos perdidos de Cristobal Colón tuvo lugar la primera presentación de Savall. Fueron allí fundamentales la presencia –y la dicción– de Manuel Forcano y de solistas extraordinarios, como el arpista Andrew Lawrence-King, el flautista Pierre Hamon y Jean-Pierre Canihac en corneto (una especie de flauta dulce con embocadura de trompeta). También se destacaron los cantantes Adriana Fernández, David Sagastume, Víctor Sordo, Furio Zanasi y Daniele Carnovich y, también, el marroquí Driss el Maloumi, brillante en el oud y de una exquisita dulzura como cantante.
La noche siguiente, una versión reducida del grupo de Savall –arpa, guitarra, viola da gamba, violone y percusión– se sumó al Tembembe Ensemble Continuo alrededor de Folías antiguas y criollas. Los temas con variaciones, que en España tomaron su nombre de las que diversos autores escribieron a partir del bajo de “La follia” (una canción que, obviamente, hablaba de la locura) y las maneras en que ese bajo y la acentuación característica de mucha de la música renacentista, alternando acentuaciones en dos y en tres tiempos, se afincó en el nuevo mundo, fue el eje por el que, con una gran musicalidad y fluidez, europeos y mexicanos fueron y vinieron, pasando por el son jorocho, por las improvisaciones a manera de payada y por los canarios, con zapateo incluido, donde es fácil percibir las mismos fuentes del malambo. El lugar del concierto, el patio del Convento del Cerro de la Popa, fue, en todo caso, otro elemento significativo en una velada única. Varios de los momentos más importantes de estos eventos se repiten con entrada libre en la Plaza de San Pedro, y allí estuvieron también Savall y sus músicos para mostrar que el rigor y el virtuosismo bien pueden darse la mano con la fiesta, en su sentido más puro.
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