MUSICA › RODOLFO MEDEROS ACTUO EN EL FESTIVAL MUSICA DE CARTAGENA
El bandoneonista argentino se presentó junto a la célebre Orpheus Chamber Orchestra y también con el cuarteto colombiano Q-Arte, en dos de tantos interesantes cruces artísticos que se producen en el encuentro, que sigue hasta el sábado.
› Por Diego Fischerman
Desde Cartagena de Indias
Una ciudad está siempre llena de sonidos. Y en pocas eso puede resultar tan avasallante como en Cartagena de Indias, con sus huellas de memorias infinitas, sus murallas de piedra y sus iglesias barrocas junto a la salsa, y el vallenato en los bares y en las calles. Y, también, con un festival de música que juega conscientemente a la horizontalidad. Que se despliega en direcciones múltiples y donde es posible escuchar, por ejemplo, a la célebre Orpheus Chamber Orchestra con dos solistas tan disímiles como sólo pueden serlo la violinista Anne Akiko Meyers y el bandoneonista Rodolfo Mederos. O al genial Hugo Candelario en la marimba de chonta lado a lado con Ballaké Sissoko, uno de los grandes virtuosos de la kora, un arpa con resonador de calabaza tradicional de Mali. O a la Banda Mantiqueira de Brasil codeándose con el violinista Maxim Vengerov.
Si hubo una presencia en este festival capaz de sintetizar este espíritu polifónico fue la de Jordi Savall. Sus dos primeros espectáculos, uno montado alrededor de los viajes de Colón, donde el Renacimiento Español dialogaba con las músicas árabe y judía sefaradí, y el otro sobre las supervivencias de las antiguas músicas europeas en los folklores latinoamericanos, con la participación del grupo mexicano Tembembe Ensamble Continuo, ya habían planteado las leyes de ese juego seductor y desafiante. “Me interesa plantear conciertos que, más allá de la bella música que puedan hacer oír, hagan pensar”, dice el violagambista. Y la tercera de sus actuaciones en Cartagena lo puso en escena de una manera espectacular. Por un lado, las puntuaciones que aporta el poeta y orientalista Manuel Forcano, en su papel de narrador, leyendo, simplemente, algunos textos documentales: el protocolo para castigar a los esclavos, un código que fijaba las normas para repartirlos en la herencia, como “bienes muebles”, crónicas del siglo XVIII acerca de cómo eran secuestrados y embarcados en sus países de origen. Por otro, la música: canciones del renacimiento español que hablaban de negros, de manera generalmente humorística y, por supuesto, despreciativa, o donde jergas “de negros” se entremezclaban con palabras en castellano o latín y, en contrapunto, músicas de Africa, a cargo de un deslumbrante grupo de solistas.
Con el título de “Las rutas de los esclavos”, Savall elaboró un mapa conmovedor por partida doble. Los textos, confrontados con la música, tenían un efecto de contundencia sublime. Y las propias músicas, unas contra las otras, los cornetos y chirimías, las violas da gamba y las vihuelas de mano contra la kora, la valiha de madagascar o el oud de Marruecos, entretejían sus propias historias. Las interpretaciones, tanto de Hespèrion XXI y la Capella Reial de Catalunya, como de la cantante brasileña Maria Juliana Linhares fueron extraordinarias. Pero las estrellas fueron las voces de Kassé Mady Diabaté y sus tres antifonistas, Mamani Keita, Nana Koyauté y Tanti Kouyaté, anticipando las formas del gospel y, desde ya, del soul, y el trío conformado por Dris El Maloumi en oud, Rajery en valiha y Sissoko en kora.
Pero, más allá de los grandes conciertos en el Teatro Adolfo Mejía, el festival transcurrió también en otros escenarios, como la capilla del Hotel Santa Clara, donde Rinaldo Alessandrini condujo a su Concerto Italiano junto al Coro Filarmónico Juvenil y la Orquesta Juvenil de Cámara de Bogotá, con resultados excelentes (manteniendo una exigente agenda de seis horas diarias de ensayo) en programas donde el barroco italiano dialogó con las creaciones de los maestros europeos en las misiones jesuíticas de las colonias sudamericanas. El Centro de Convenciones fue, por su parte, la sede de la Serie del Nuevo Mundo, donde Mederos actuó junto al cuarteto colombiano Q-Arte en un programa que incluyó las Five Tango Sensations de Piazzolla, “Cerezas”, del bandoneonista, “Nostalgias” y, como bis, una exquisita versión, en bandoneón solo, de “Adiós Nonino”.
Allí también estuvo la Banda Mantiqueira, arrolladora en su versión de big band pasada por el samba. También brillaron, noche a noche, las fiestas populares de la Plaza San Pedro, con los números más populares pero también con la Orpheus haciendo Barber, el bello Concierto para arpa del brasileño Radamés Gnattali, con el notable Emmanuel Ceysson como solista, o Tzigane, de Ravel, junto a Vengerov. Se destacó, asimismo, el conglomerado de artistas colombianos –la cantante Lucía Pulido, que en la Argentina grabó dos muy buenos discos con el guitarrista Fernando Tarrés, Candelario, fundador del magnífico Grupo Bahía, y el saxofonista y compositor Antonio Arnedo–, italianos y norafricanos –el Ensamble Ida y Vuelta– y la Orquesta Sinfónica Juvenil de Cartagena, dirigida por Sergio Sánchez, en el imponente marco del puerto de la ciudad. Y, sin duda, la rúbrica final estuvo en un programa que, ya en su formulación, hablaba de diálogos: la Orpheus haciendo las Cuatro Estaciones de Vivaldi junto a Meyers y las Estaciones porteñas de Piazzolla con Mederos en el papel solista.
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