MUSICA › TOMAS GUBITSCH PRESENTA SU NUEVO DISCO EN ARGENTINA
El guitarrista que a los 15 años tocó con Mederos, a los 18 con Spinetta y a los 19 con Piazzolla, vive desde hace casi 30 en París y regresa ahora para mostrar su música.
› Por Diego Fischerman
Tomás Gubitsch discute los mitos. Tal vez por la distancia, por las casi tres décadas que hace que vive en París, por haberse convertido en un músico para el que toda esa historia que aquí quedó como leyenda es apenas la prehistoria. Quizá porque él mismo se convirtió en parte de algún mito. Como en aquella escena de la película La vida de Brian, en que el supuesto Mesías pedía que no le hicieran caso –a lo que las masas respondían, por supuesto, “como tú digas; no te haremos caso”– o como en la canción de Dylan, aquel al que dos veces señalaron como el salvador dice, sin dudarlo, “yo no soy”.
En la primera ocasión, en el centro de una escena musical de excepcional riqueza pero escasa técnica instrumental, su aparición en el disco El jardín de los presentes de Invisible y en las actuaciones del grupo en el Luna Park, hizo soñar a muchos. Tocaba con Rodolfo Mederos, poseía una clase de virtuosismo inédita en el rock argentino, unía mundos que parecían ajenos entre sí. La segunda ocasión fue el año pasado, cuando volvió por primera vez a Buenos Aires desde que, en 1977, se había ido a Europa como parte del grupo de Astor Piazzolla y, cuando al finalizar la gira, le pidieron que declarara públicamente su acuerdo con la Junta Militar y el hecho de haber sido “manipulado por el marxismo internacional”, se dio el gusto, a los 19 años, de “mandar a la mierda” al cónsul argentino en París. Su regreso, para una serie de actuaciones con su grupo y junto a músicos invitados, entusiasmó a los militantes del piazzollismo. Ellos encontraron en su música la posible convocatoria para retomar la guerra santa. La muerte de su líder espiritual los había dejado, como a esos japoneses a cuyos puestos de combate jamás llegaron las noticias de Hiroshima, con armas pero sin batallas. Y Gubitsch –o la idea de su música, asimilable a una nueva modernidad del tango– parecía la nueva encarnación del antiguo espíritu. “No soy yo”, dice el guitarrista, nuevamente en Buenos Aires. “Y además –completa–, no puede ser nadie aislado. No hay salvadores individuales. Ya es suficientemente extraño que Piazzolla haya estado solo, que no haya habido ninguna clase de movimiento alrededor. Y si la historia del tango continúa no será por una única persona, porque una persona sola no puede conseguir nada. La evolución de la música la construyen movimientos de gran complejidad.”
Con una importantísima carrera en Europa, que incluye, además de música para cine y televisión, composiciones de cámara, grupos de improvisación, una obra tan seductora como inclasificable llamada Sans Cesse y encuentros con varios de los instrumentistas más importantes del jazz, entre ellos el violinista Stéphane Grapelli –integrante del famoso quinteto del Hot Club de Francia con Django Reinhardt– y el saxofonista Steve Lacy, Gubitsch acaba de editar un álbum por primera vez en Buenos Aires. 5, publicado por Acqua Records, es un doble que incluye un CD con nuevas grabaciones de su quinteto y un DVD con un registro de las actuaciones del año pasado. Y Gubitsch lo presentará en vivo hoy a las 21 y mañana a las 23 en La Trastienda (Balcarce 460), junto a Juanjo Mosalini en bandoneón, el pianista Gerardo Jerez Le Cam, Eric Chalan en contrabajo y, en violín, Iacob Machuka. La música, absolutamente personal, parece, en efecto, retomar una línea trunca. Hay algo de Piazzolla, por ejemplo, pero no esas referencias a la música clásica más canonizada –lo más débil de Piazzolla– que frecuentemente se imitan sino, más bien, esa especie de síncopa permanente sobre un bajo walking que el bandoneonista aprendió del cool jazz escuchado en los cincuenta en París. Hay bastante del gesto del rock, sobre todo en la búsqueda de los ataques punzantes y de un timbre duro. Y hay un aire al jazz rock de los setenta pero leído desde toda una historia posterior. “El tango es conflictivo y por eso me interesa”, dice Gubitsch. “Cuando era chico lo odiaba; era el símbolo de lo espantoso. Jamás hubiera supuesto, cuando empecé a tocar la guitarra, que trabajaría con Mederos. Pero él no sólo me enseñó mucho acerca de las posibilidades del tango, sino que me presentó a glorias como Balcarce, por ejemplo, que en cierta medida me apadrinaron. Cuando empecé a tocar con Spinetta, yo le hablé a él de Mederos como del tipo piola dentro del tango, al que yo le había hecho escuchar Yes y entendía. Y Rodolfo quería encontrar un camino propio que modernizara el tango. Había, en el momento de El jardín de los presentes, un espíritu de época. La revista Pelo empezó a hablar del acercamiento entre el rock y el tango. Yo estuve en alguna zapada con la gente de Alas. Ellos incorporaron bandoneones. Spinetta también. Y Piazzolla, por primera vez, dijo que en el rock podía haber algo atractivo. A mí lo que me interesa es la libertad rítmica en el tango. Eso que hace que sea la única gran música popular del siglo XX sin percusión pero en la cual los instrumentos tienen, en cambio, un papel casi percusivo: ese piano bartókiano, los ataques en las cuerdas. El bandoneón, en todo caso, es un pie en tierra. En tanto alcanza con que suene para que se piense en el tango, me permite irme mucho más lejos con la música.”
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