MUSICA › NANO STERN MOSTRARA LAS CANCIONES DE MIL500 VUELTAS EN LA TRASTIENDA
El cantautor y multiinstrumentista chileno tiene apenas 31 años, en los cuales construyó una carrera asombrosa. En su último álbum consolida “un lenguaje personal” que cobija tanto la tradición de la música de su país como los sonidos y los decires actuales.
El DNI de Nano Stern dice que el músico tiene 31 años, pero un breve repaso por su trayectoria torna difícil de entender ese número. No dan las cuentas: el cantautor y multiinstrumentista chileno vivió en Alemania, estudió jazz en un conservatorio de Holanda, grabó seis discos en estudio y dos en vivo, compuso canciones junto a Inti-Illimani, fue convocado por la emblemática cantautora folk norteamericana y activista social Joan Baez para acompañarla durante una gira sudamericana, y referentes musicales como Pedro Aznar interpretan sus canciones. El joven músico es uno de los más destacados de su generación, la de la novísima canción chilena. Sin desentenderse de la tradición musical de su país y la región, Stern catapulta su canción más allá de las fronteras y su obra adopta un lenguaje universal. “No me planteo hablar de temas universales en las canciones, porque pierdo un poco la tierra, la conexión real con lo que estoy diciendo. Entonces, nace desde mi inquietud directa”, dice Stern. Y sigue: “Pero mi vida cotidiana sucede a una escala muy global. En la década del 90 se acuñaba la famosa frase en inglés think globally, act locally (pensá globalmente, actuá localmente). A mí me pasa un poco lo contrario. Me toca pensar local y actuar a una escala global, o sea, me toca estar en contacto directo con las comunidades pequeñas, grandes y medianas siempre. Ahora en Buenos Aires, pero la semana que viene estaré en Chile y luego en Estados Unidos”.
El músico chileno se encuentra de gira por el país para mostrar su sexto disco en estudio, Mil500 vueltas, en el que consolida “un lenguaje personal”, un estilo que cobija tanto la tradición de la música chilena como los sonidos y los decires actuales. Ya pasó por Rosario y Córdoba y hoy lo presentará a las 21 en La Trastienda (Balcarce 460), con invitados como Loli Molina, Juan Quintero, Chango Spasiuk y Manu Sija. Y mañana sábado tocará en Teatro Bar (calle 43 N° 632) de La Plata. “Las canciones son eclécticas porque abarcan tres años de mi vida, entonces hablan de muchas cosas distintas. Pero tienen como eje central la incertidumbre como elemento predominante por sobre la certeza, la consigna, los dogmas; la ilusión de que uno está afirmando cosas. Arranco el disco cantando ‘Me doy mil quinientas vueltas preguntándome qué hacer/ Me mareo y pierdo el rumbo cambiando de parecer/ Yo quisiera que la vida misma me muestre el camino’”, cuenta Stern, en alusión a la primera canción del disco, “Mil 500 vueltas”. “Y la canción que sigue, ‘Dando vueltas’, habla justamente que se derrumban las certezas y las dudas las destronan sin piedad. Una amiga una vez me dijo: ‘Una pregunta bien hecha quizá es mucho más potente que una afirmación’. Eso me enseñó a valorar las incertidumbres que llevo y no esconderlas”. En el disco, sobresale “Las venas”, a dúo con Joan Baez, que trata sobre la contaminación de la tierra; y “Ser pequeño”, que tiene como invitado a Jorge Drexler.
–Otra de las que se destaca es “Festejo de color”, en donde logró reunir a Pedro Aznar, la peruana Susana Baca y la colombiana Marta Gómez, ¿Cómo es la historia de esa canción?
–La canción habla de la inmigración. Cuando la escribí, hacía poco que había fallecido mi abuela, la última que estaba viva de mis abuelos; todos ellos fueron inmigrantes, refugiados en Chile después de la Segunda Guerra Mundial o durante. Y cuando ella enfermó, me tocó cuidarla, compartir mucho con ella y escuchar sus relatos sobre todo de esa época de su vida; de lo traumático y hermoso que había sido pasar de su hogar en Austria, adonde vivía, a Chile, un mundo completamente ajeno. Lo curioso es que las estrofas son en décimas y el coro es en coplas, hay una coincidencia de fondo y formas. Como hablaba de los migrantes y los refugiados, pensé: “En Chile las comunidades más grandes que tenemos de inmigrantes son argentinos, peruanos y colombianos”. Entonces, se me ocurrió que sería hermoso invitar a voces emblemáticas de esos países para que, cuando esos migrantes que viven en Chile escuchen este disco, se sientan también parte de esto. Los músicos grabaron sus partes desde sus países y me las enviaron, y eso es muy surreal. Pero el cariño que hay en cada una de esas notas no es menos, sino que es distinto. No sería posible sin todas las herramientas que tenemos hoy día, que hacen que nuestro mundo pareciera ser más pequeño que antes porque las distancias se acortan.
–Se acortan las distancias por la tecnología y los transportes, pero al mismo tiempo hay una crisis del contacto de los cuerpos, de los encuentros, porque hay un aparato que intermedia. ¿Qué le sucede con eso?
–Mi oficio esencialmente es tocar. Y tocar es hacerse el centro de un ritual que es social y físico. Es un ritual en el cual nos reunimos en torno al aire que vibra, que se está moviendo, a través del cual resonamos como comunidad y en comunión. Eso es lo más elemental de la música. La música es y seguirá siendo un acto de encuentro entre distintos individuos que se convierten en una comunidad y eso es muy hermoso. Trato de estar consciente siempre de eso y no dejarme llevar por la falsa inmediatez de los aparatos. Ni una sola vez me ha pasado que alguien me diga que le gustó más el disco que el concierto. En vivo es otra cosa. Y lamentablemente vivimos en una época en la cual es posible encontrarse con discos muy buenos hechos por gente que en un concierto no pasa nada. Hay una tremenda capacidad de mentir en el estudio. Aunque no vamos a renunciar a la tecnología, qué lindo sería experimentar para todos nosotros la época en la cual no se podía grabar la música.
–Suele practicar la técnica de meditación vipassana (retiro de silencio). ¿Qué lugar ocupa el silencio en su música?
–El silencio es el equivalente al papel en blanco de un escritor o un dibujante. Es una condición sin la cual no existe la música. No soy capaz de crear hasta que no alcanzo un cierto grado de silencio, ya sea físico o interior. Por eso, herramientas como el vipassana son súper esenciales en mi vida, aunque las practico mucho menos de lo que quisiera. Cada cierto tiempo me guardo. Llevo una vida muy intensa, de mucho estímulo, de muchos viajes, entonces necesito recluirme y el silencio es un elemento clave para eso. El silencio hoy es uno de los lujos más grandes que puede tener un hombre. Es maravilloso parar esa máquina y encontrarse a dialogar, a escuchar al otro. Muchas veces el “¿cómo estás?” es una muletilla.
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