MUSICA › NEGRA CHAGRA PRESENTA SU DISCO CON NOMBRE PROPIO, EN PISTA URBANA
Para su flamante álbum, la cantante salteña eligió catorce piezas dedicadas a algún personaje, de allí el título. “El trabajo fue conocer qué pasaba con la vida de cada uno, porque esto se traduce cuando se canta”, explica ella.
María Elena no se ubica mucho como tal. Hay que decirle “Negra” y después “Chagra” para que preste atención y diga “hola”, tal vez, o para que cuente por qué saca un disco cada tres, cuatro años. El fin, momentáneamente, es romper el silencio sobre su flamante trabajo Con nombre propio (Acqua), sucesor de Esta tierra es hermosa, publicado precisamente unos mil cuatrocientos días atrás: en 2012. Y lo justifica asegurando que no tiene un ritmo de edición, que tardó muchísimo en editar el que le siguió a un debut discográfico compartido con el Cuchi Leguizamón (el recordado cassette Pruebas al canto), por formar parte de agrupaciones como Quimera, la latinoamericanista Mensaje o el Sara Mamani Grupo. O por sus actuaciones con (para) Dino Saluzzi, el mismo Cuchi, Jaime Torres y Chavela Vargas, entre más. Que luego, cuando volvió a cantar sola, reflotó su ópera prima con fines de remasterización y reedición en CD “cuando todo eso era ultramoderno”, se ríe ella, y con una cadencia en la voz que delata su origen salteño. “Creo que tardo bastante en desarrollar y mostrar un disco porque en mi caso es como un trabajo artesanal”, sigue explicando, sobre la parte que le toca a su nuevo álbum, que presentará esta noche, y las de los dos primeros viernes de julio, a las 21.30 en Pista Urbana (Chacabuco 874).
–En principio, usted no es una artista del mainstream. No es como Los Nocheros o Jorge Rojas, que tienen que sacar un disco sí o sí, porque hay toda una industria alrededor. ¿O le gustaría estar en ese lugar?
–No, porque ya está. Una llega a una edad de determinada manera, casi por elección. Nunca me interesó lo otro, porque hubiera podido hacerlo en su momento. Pero no. Lo que hay es lo que tengo para dar, porque preferí una manera más relajada de hacer las cosas, por más que sea medio ansiosa.
–¿Ansiosa? No se nota. Además, esa cosa de la ansiedad parecería casi privativa de las personas de las grandes urbes…
–La verdad es que siempre he sido muy acelerada y, aunque sea muy salteña, me la paso haciendo esfuerzos para desacelerarme (risas).
En serio que no se nota. Ni cuando conversa, ni mucho menos cuando torna manifiestas esas sentidas interpretaciones que claramente parecen fruto de un lento proceso de maceración. De un devenir que no revela apuros ni ansiedades, sino el tiempo justo y preciso para conmover. Así sucede con las catorce piezas que pueblan su nueva criatura, casi todas dedicadas a un personaje, incluso el bonus que le robó al arcón del pasado: una versión inédita de “La Pomeña” (Leguizamón-Castilla), grabada con el mismo Cuchi al piano. “Igual, pese al acelere de esta ciudad en la que vivo hace treinta años, mi aspiración es poder disfrutar las cosas a cada momento”, baja un cambio Chagra para sintonizar mejor con el tempo de sus interpretaciones que van desde “Zamba a Julio Espinoza”, de Hugo Ovalle y César Isella, compartida con éste último, hasta una maravillosa relectura de “Angelita Huenumán”, de Víctor Jara. O desde la mansa y preciosa “Canto a la telesita” (Valladares-Moreno), hasta la no menos relajada “Zamba de Juan Panadero”, dedicada por el tándem Castilla-Leguizamón a don Juan Riera. “Es una zamba que conozco de toda la vida. Empecé a cantarla porque un día estaba con Landriscina en un cumpleaños de Isella y me empezó a insistir para que la cante. Lo hice y empecé a interiorizarme sobre la panadería de Riera. Me fui enterando que la tenía abierta para todos, en todo momento”, cuenta ella.
–“Cómo le iban a robar/ ni queriendo a don Juan Riera/ si a los pobres les dejaba/ de noche la puerta abierta”…
–Es que su panadería ha sido un lugar emblemático en las décadas del 50 y del 60 en Salta. Han pasado por ella el poeta León Felipe, el Che Guevara, y hay una anécdota genial que yo no conocía: el Cuchi contaba que Castilla iba a comprar el pan calentito hasta que un día lo echaron del diario El Intransigente, y no fue más, porque no le alcanzaba la plata. Entonces, don Riera se le apareció en la casa con el pan y sucedió un diálogo increíble: el poeta le dijo que no podía aceptarlo sin pagar, y Riera le contestó “cuando usted podía, venía y me compraba, ahora que no puede es mi obligación traérselo”. Me encantó eso y ahora la canto de otra manera, porque le suma emoción... o la renueva. Y esto es lo que he hecho con cada tema.
–Aunque siempre hay alguno que sobresale... ¿Cuál es el caso, esta vez?
–Hay un compositor a quien admiro mucho, Julio Espinosa, el autor de “Vidala para mi sombra”, y que ha sido un tipo olvidado. Yo siempre decía “¿cómo es que no hay una canción que hable de él?”. Empecé a taladrarle el cerebro a Ovalle para que escribiera algo sobre él, que había tenido una vida trágica: era alcohólico, estuvo en internado en un neuropsiquiátrico... horrible.
–Que podría vincularse a la impronta específica de esa canción tan profunda, dolida, que canta Mercedes Sosa: “A veces sigo a mi sombra/ a veces viene detrás/ pobrecita si me muero/ con quien va a andar”.
–La originalidad de escribirle a la sombra, ¿no? Lo cierto es que Hugo le escribió la letra, luego empecé a perseguir a Isella para que le ponga una música y la cantamos a dúo. Es una zamba carpera porque es tal la densidad de la letra que había que meterle un poco de alegría, si no te matás (risas). “Julio Espinosa y su sombra eran el mismo cansancio”, dice en algún momento.
–¿Por qué no se animó a componerle algo usted, ya que le conmueve tanto esa historia?
–No tengo capacidad para componer, sería muy mediocre. Pienso que si uno no sabe, no tiene que hacerlo.
–¿Pero lo intentó?
–Alguna vez sí, pero no me salió, y no se me ocurre forzar para que salga. Además, tengo otra función, que es la de poner mi voz al servicio de muchos autores que no se conocen. ¿Qué haría sin ellos?
–Si se toma cuatro años o más entre disco y disco, también podría pensarse que no graba a pedido, por más que venga alguien y le diga “Negra, grabe esta canción porque su voz le calza justo”.
–Grabo lo que siento, si no tendría que haber hecho un disco de tango, porque todo el mundo me ha dicho que tengo voz de tango. Por suerte puedo negarme, no tengo un productor encima que me esté diciendo “hacé esto porque vende más”. Mi circuito es acotado pero es el que elegí.
–Hablaba de disfrutar la vida a cada instante. ¿Cómo plasma tal deseo en este disco?
–Y… se llama como se llama porque cada tema es una historia con nombre y apellido, o nombre o apellido, o apodo, y siempre me ha pasado, aquí y afuera, que la gente en los recitales se copa con la historia del personaje. Y se copa mucho más cuando los llamás por su nombre. No sé bien qué es lo que pasa con estos temas como “Maturana”... Entonces, lo que hice fue buscar cómo era “Angelita Huenumán”, qué le pasaba, más allá de la canción y la fascinación de Jara por ella. El trabajo fue conocer qué pasaba con la vida de cada uno, porque esto se traduce cuando se canta. Hay que saber de qué se trata cada cosa, cada personaje, para poder trasmitir algo más que una canción. Y esto es parte de disfrutar de lo que hago a cada instante.
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