Mié 06.07.2016
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MUSICA › MURIó EL MúSICO HUGO GONZáLEZ NEIRA

Se quebró una voz histórica

› Por Cristian Vitale

Fue repentina. Tanto, que cuando Emilio del Guercio y Rodolfo García, sus ex compañeros de Aquelarre, lo evocaron en el show que dio el primero el último sábado en La Usina, poca idea tenían de tal proximidad. De tan maldita cercanía. Pero Hugo González Neira, tecladista y cantante de aquella estupenda banda de los estupendos setenta, se fue igual. Se le paró el corazón cuando, pese a los dos stents que le habían colocado días atrás, pocos lo esperaban. El consuelo, si es que llega a tal status, fue que el bajista y el baterista -uno explícita y el otro implícitamente- pudieron recordarlo en la tormentosa noche, justo antes de entrarle a la última canción: “Cruzando la calle”, imponente tema de Candiles (1972). También que ambas voces tuvieron –y pudieron– redoblar esfuerzos para que no se note tanto la carencia de la original… la de Neira, claro. La que portaba ese registro tan particular, tan raro que, más allá de sus habilidades con el órgano Hammond, el clavinet eléctrico e instrumentos afines –de esos que se lucen en “Canto Cetrino” (Siesta, 1975)–, lo había convertido en uno de los cantantes más llamativos del rock argentino de la época. Y tal vez de su historia. No era de esas brillantes, indiscutibles, como las de Juan Baglietto, Carlos Gardel o Luciana Jury, por tomar exponentes de diferentes géneros. No. La suya dividía aguas: estaban los que le bancaban la parada. Y estaban los que no. Pero no había tibios.

No había nadie que pudiera ser vomitado por Dios cuando la escuchaba, no solo en “Cruzando la calle”, sino en otras gemas aferradas a cierto imaginario ya encanecido. En “Iluminen la tierra”, por caso, cuando le pone los puntos a la rabia vital y carnicera de Héctor Starc –el Aquelarre que faltaba– con aquella frase apocalíptica y a su manera ecologista (“Sol, ese sol / dónde está, dónde va? / si se pierde / qué colores habrá?”). Sol que insiste en amanecer en su voz, y se torna introspectivo durante aquella pieza de intrincada intro bajo un nombre que dice casi todo: “Mirando adentro”. Es la que cierra Brumas, tal vez el mejor disco de la banda, cuya letra extirpa el casi: “Bebiendo luces de tu día de sol / mirando al río y piedras de su color / estás”. Sin embargo fue el primer disco de Aquelarre, el epónimo publicado en abril de 1972, donde Neira, que venía de tocar con Litto Nebbia, mostró las mejores dotes de sus cuerdas vocales. En la eléctrica “Movimiento”, por caso. También en la acústica “Cantemos tu nombre”, canción bucólica, linda, coral, bien jipona y en la sintomática “Aventura en el árbol” donde, además de tocar el clavicordio eléctrico –cosas del rock progresivo de la era– intenta dar vida a un tal Alberto que cae en desgracia: “Como hacer que el dolor / tenga tu misma voz / es que Alberto se cae / y se quiebra mi voz”… como si él pudiera presagiar en el protagonista del tema su propio devenir.

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