MUSICA › OCTAFONIC PRESENTA MINI BUDA ESTA NOCHE EN EL TEATRO VORTERIX
El noneto liderado por Nicolás Sorín hace “un abuso de los géneros” que lo lleva a “un no-género”, pero donde caben desde guitarras funk y metaleras que se mezclan hasta programaciones y texturas. Y que descoloca pero atrapa al oyente casual.
› Por Leonardo Ferri
Uno de los efectos paralelos –deseado o no, quién sabe– de Mini Buda, el nuevo disco de Octafonic, es el hecho de obligar al oyente a una escucha completa, y de no limitarse a alguna canción aislada. Cuando un par de tracks invitan a adivinar a qué suena la banda, el siguiente llega para descolocar y preguntarse “¿qué es Octafonic?”. “Tomá, escuchalo”, dice Nicolás Sorín, cantante, compositor y tecladista de este noneto difícil. Saxos con más de Morphine que de rock barrial, guitarras funk y metaleras que se mezclan y recuerdan a Faith No More, programaciones y texturas propias de Nine Inch Nails: Octafonic hace uso de géneros, más que de referencias ya conocidas, para crear uno distinto, por no decir nuevo. Junto a cuatro de sus compañeros –Juan Manuel Alfaro (saxo), Mariano Bonadio (drumpad), Cirilo Fernández (bajo) y Hernán Rupolo (guitarra)– Sorín recibe a Página/12 y, sin adueñarse de la voz, ensaya una posible explicación para la criatura, con la que se presentará esta noche en el Teatro Vorterix (Lacroze y Alvarez Thomas): “Para mí es un abuso de géneros y, por ende, un no-género. Son tantas referencias y eso de ser libres con los rótulos que al final no es nada”.
–¿Y esa imposibilidad de encasillarlos les resulta simpática?
Hernán Rupolo: –Sí, aunque no sea el objetivo final.
Mariano Bonadio: –El uso de la variedad tiene que ver con el relato de la canción que se quiere, no con que no te puedan definir. El hecho de que no nos puedan definir es raro. Hay etiquetas tipo “new wave jazz for old people” que parecen demasiado específicas y lo nuestro claramente no lo es.
–Mini Buda, al igual que su debut Monster, tiene múltiples capas de sonidos, de lugares en la mezcla, de arreglos y cositas que aparecen y desaparecen. ¿Cuánto tiempo lleva hacer un disco así?
Nicolás Sorín: –Ya estaba todo más o menos planteado en una pre-producción. Se venía, se ensayaba y se maqueteaba. Habrán sido como seis meses…
M. B.: Fueron quince días de grabación neta y después vino la mezcla, que se hizo afuera, con Héctor Castillo.
N. S.: –Siempre es difícil encarar una mezcla con alguien que está afuera, pero por suerte con Héctor nos llevamos una buena sorpresa porque entendió el concepto de la banda. No tenía referencias, pero el tipo entendió todo.
–¿Y por qué encargarle la mezcla a una persona que no los conocía?
N. S.: –Por su piso técnico. Sin desmerecer lo que se hace acá, los laburos de él –desde Bowie hasta Björk– tienen un nivel técnico impecable. Para mí es como una cancha de fútbol de once, y nosotros necesitábamos eso para poder acomodar los sonidos y la cantidad de información que teníamos. Ese sonido 3D es súper importante. Otra persona hubiera metido capas y capas que no se hubieran podido apreciar.
–¿Trabajan en función de lograr que el disco pueda ser reproducido en vivo, o se graba independientemente de si eso sale igual sobre el escenario?
H. R.: –El chiste de que seamos nueve permite que eso suene en vivo como tiene que sonar. Eso no necesariamente significa que tenga que ser igual al disco, porque hay canciones que van cobrando otra personalidad en vivo.
N. S.: –Es un poco el reto, pero igualmente creo que el vivo tiene un picante extra. El disco está muy trabajado y en el escenario suceden cosas… Mientras la energía del vivo esté bien, pueden ocurrir cosas. Ahí hay un ímpetu, un brío que no tiene el disco, y eso me gusta, me divierte.
–El disco da la sensación de ser muy técnico, una máquina. ¿Es así?
N. S.: –No tanto, ¿eh? No vamos por el lado del virtuosismo. Desde la composición hay algo orquestal, texturas... Fue concebido así y quizás en eso es donde se percibe cierto virtuosismo, porque para escribir eso se necesita reorganizar las frecuencias de determinada manera, repartir información. El resto es bastante espontáneo y orgánico.
Manuel Alfaro: –Todo tiene que ver con la interpretación. Octafonic es la interpretación de ocho músicos del universo mental de Nico y de cómo él concibe la música. Eso fue interpretándose de una manera muy ecléctica y a lo largo de estos tres años la banda fue encontrando un lugar sonoro propio. Más allá de que Mini Buda se haya grabado así, la banda venía sonando de una manera, y los temas fueron tomando forma mucho más cerca de lo que él quería o imaginaba.
N.S.: –Lo que pasa es que Monster fue como un conejillo de indias, porque se armó la banda casi al mismo tiempo que se hizo el disco. Fue un proyecto más que una banda. Ahora ya sabíamos cómo tenía que sonar el disco.
M. B.: –Son canciones y por eso te hacen mover la pata, pero al mismo tiempo suena más fácil de lo que es tocarlo. Si no lo ensayás por dos semanas, se te va esa justeza que requiere.
–¿Y cómo les explica Sorín qué es lo que quiere que hagan?
N. S.: Maqueteo en la computadora y después los hago tocar como robots (risas). No, en serio: negociamos. Ellos le dan una naturalidad que no logro en la secuencia y está buenísimo, porque es la parte humana contra esa máquina perfecta. Es humanizar algo robótico, que no es fácil, pero a veces necesita que suene así. Lo que ocurre últimamente es que traen mejores ideas que las que se me hubiesen ocurrido a mí.
–Parece estar rodeado de las personas correctas…
N. S.: –Totalmente, es así. Creo que Octafonic es justamente eso y ahora que con este disco nos conocemos más, cada uno mantiene su personalidad. Dentro de la rigidez que pide la música, cada uno se desenvuelve libremente.
–¿Qué cosas les preocupan? ¿De qué habla Octafonic en su parte más lírica y no musical?
N. S.: –Monster habla un poco de todo, de una manera sarcástica. Hay temas apocalípticos, hay canciones que hablan del amor casi desde un costado científico, hay de todo. En cambio, Mini Buda tiene un hilo conductor, que son la muerte, la vida y Dios. Pero realmente tratamos de no ser muy explícitos ni muy literales, queremos que la gestualidad de la palabra sea lo que llegue, y un poco por eso también es que canto en inglés. Que cada palabra tenga un significado para la persona, que no sea tan evidente. La poesía justamente es eso, la capacidad de, con una palabra, hacer dos. O jugar con la manera de cantarla. Creo que eso es lo interesante y, de hecho, muchos de ellos no tienen ni la más puta idea de qué van las letras.
M. A.: –Yo suelo escuchar mucha música instrumental, y lo escucho a Nico decir esto y sé que es así. Muchas veces la letra va en función de la rítmica y la música, es un instrumento más que se cuela entre toda esa maraña, en ese engranaje melódico, rítmico y armónico.
H. R.: –Para contrarrestar un poco, yo que soy de prestarle atención a las letras, debo decir que hay una en especial que en una parte me pone la piel de gallina, lo que dice que definitivamente hay algo. Hay cosas interesantes.
N. S.: –Sí. Se escuchan o no. Elige tu propia aventura.
–¿Qué se puede esperar del show de presentación, además de más canciones y la locura habitual?
N. S.: –Estamos trabajando mucho más en la puesta, sobre todo de luces. Es una música súper programática y visual, y estamos tratando de que todo eso se acompañe. Vorterix es un lugar que se presta mucho para eso. Lejos estamos de ser Nine Inch Nails, pero queremos que cada canción tenga un color, un movimiento, un barrido, un atractivo… Creo que eso va a servir para darle una cosa más sensorial a la música. Y algún que otro invitado, claro.
–¿Cuál es la duración óptima para un show, como banda y como espectadores?
N. S.: –Una hora y media, no más de eso.
H. R.: –Lo mismo se aplica al disco. Me han dicho que es muy corto, pero a la vez es intenso, tiene muchas capas.
M. A.: –Hay muchas cosas para descubrir en cada escucha, así que hacer algo más largo me parece mucho, termina por arruinarte.
N. S.: –Me parece que depende de la información. Hay shows y discos más largos pero relajados, y hay discos y shows más intensos. Un disco es como un bebé: tiene las mismas piezas, las mismas articulaciones que un adulto, pero está comprimido. Como un Mini Buda.
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