MUSICA › A LOS 100 AÑOS, MURIO AYER EL MUSICO HORACIO SALGAN
Notable pianista, formidable compositor, arreglador y director, el autor de “A fuego lento” deja una marca para el futuro de la música popular argentina. Quedan sus grabaciones con Ubaldo de Lío y con el Quinteto Real, entre otras.
› Por Karina Micheletto
Ayer, a los 100 años, murió Horacio Salgán, la última gran figura de la época de oro del tango. Otra etapa, como sucede inexorablemente, lo sobrevive, en este caso con una fuerza creativa que hace augurar una vida larga y fértil, que seguirá sorprendiendo. Su obra fue asumida con especial respeto y dedicación por su hijo César Salgán, también destacado pianista y compositor: él sigue trabajando sobre los arreglos de su padre –increíblemente numerosos–, a quien considera “uno de esos genios musicales que aparecen cada tanto, como alguna vez existió un Mozart o un Beethoven”. Las nuevas generaciones de creadores del tango, mientras tanto, tienen en su obra un sorprendente mojón para seguir expandiéndose.
Pianista, compositor y director, de los 100 años que llegó a vivir Horacio Salgán, 94 los vivió ligado a la música. O tal vez más, porque cuenta su biografía que desde que nació, se quedaba escuchando a su padre tocar el piano en el salón de su casa, cerca del Mercado de Abasto. A los 13 ya era el mejor alumno del Conservatorio Municipal, donde tocaba obras de Bach, Beethoven, Chopin, Debussy, Ravel. Como muchos niños por aquellas décadas, comenzó muy pronto a trabajar. En tiempos de cine mudo, musicalizaba las películas al piano en las matinés de cine del barrio. Trabajó muchos años también como organista: en la iglesia de San Antonio de Devoto, en el Gran Cine Florida, recordaba. Por eso entre los chistes que contaba todo el tiempo, había uno que repetía: “yo era un gran organista… pero tuve que dejar de tocar porque se me murió el mono”.
A los 18 se sumó al plantel de Radio Belgrano y pronto fue convocado por otras radios como solista, acompañante de cantantes y miembro de orquestas de los más diversos géneros. Acompañó al fundacional dúo de folklore Martínez-Ledesma, relevando a dos pianistas que le antecedieron: el Mono Villegas y Carlos García. Fue Roberto Firpo el que “descubrió” a un joven Salgán de 20 años, y lo llevó para su orquesta. En ese mismo año de 1936, debutó como arreglador de la orquesta de Miguel Caló. Su primera orquesta, de 1944, duró tres años (en 1959 regresaría con una nueva orquesta) y ya entonces se marcaba que sonaba “rara”, con demasiadas disonancias y con un cantante acusado de “demasiado oscuro” en su voz. Era Edmundo Rivero, de quien Salgán se enorgullecía como un descubrimiento personal, reclutado a pesar de no encajar en los cánones de belleza y juventud que imponía por entonces la figura del cantor, galán de orquesta. También se computaba haber descubierto a otro cantor que dejó su trabajo de colectivero para ir a su orquesta: Roberto Goyeneche.
En 1950 grabó con un joven Astor Piazzolla Para fanáticos solamente, que en el Lado A incluía dos temas interpretados por Piazzolla y, en el Lado B, “A fuego lento”. Luego vino su encuentro con el guitarrista Ubaldo de Lío y después, en 1964, el Quinteto Real: Horacio Salgán al piano, Enrique Mario Francini en violín, Pedro Laurenz en bandoneón, De Lío en guitarra y Rafael Ferro en contrabajo, harían al reunirse historia en el género. Los de esta formación eran tangos instrumentales, más para escuchar que para bailar. Sin embargo Salgán siempre eludió aquella división del género entre “tango para bailar” y “tango para escuchar”, y lo hacía por una razón de peso: “Mi orquesta no era una orquesta fácil, es cierto. Pero no es que yo me proponga que mis tangos sean difíciles o fáciles, sino que he procurado ser absolutamente sincero en lo que hago, de manera de no estar pensando si voy a ganar mucha o poca plata”, explicaba.
“No he buscado ser popular o no popular: he querido ser honesto”, razonaba también. “Todos los arreglos que hice a través del tiempo tienen algo en común: no son fáciles. Tampoco lo son las composiciones que tengo para piano, son tan difíciles que en el momento de ponerme a tocarlas yo mismo debo ponerme a estudiar. Si Dios me dio un talento para manejarme dentro de la música, el día que vaya a encontrarme con él, y me pregunte: ¿qué hiciste con el talento que te di?, creo que a Dios no le va a gustar que le diga: lo comercialicé. De ahí que, por lo que yo siento, y por lo que yo debo, tengo que ser respetuoso en todos los órdenes.”
Si hay una idea que siempre acompañó a la música de Salgán como definición cercana, es la idea de “vanguardia”. Sin embargo en las notas periodísticas que concedió, él se ocupó de desmarcarse de esa idea, si es que estaba atada a una “ruptura” del género: no había nada que romper en el 40, cuando formó su primera orquesta, con Edmundo Rivero como cantor, ni en el 50, cuando formó una duradera sociedad artística con Ubaldo De Lío, ni en el 60, cuando creó el hoy mítico Quinteto Real. Ni en ese estilo que hacía que su orquesta fuera acusada de “difícil para bailar”, con esas disonancias, ni en esa concepción casi orquestal del piano, ni en hitos compositivos como “A fuego lento”. De lo que se trataba, simplemente, era de avanzar desde el tango, razonaba, en otras palabras.
Sin embargo esa idea de vanguardia sigue cobrando cuerpo al escuchar lo que Salgán creó e interpretó, porque su música sigue sonando un paso más allá. Sigue sorprendiendo no solo al repasar un repertorio vasto y diverso, abarcativo de los diferentes géneros musicales. También al repasar su trayectoria, eso que podría considerarse su “evolución” como músico, tal como marca su hijo César, que se ha ocupado de estudiar minuciosamente esta obra, y de la difícil tarea de seguir interpretándola al piano: “Prácticamente uno no puede descubrir qué es lo último y lo primero que escribió: es como si se hubiera formado de golpe, como un acto de generación espontánea”, advertía en diálogo con Página/12.
El dominio de Horacio Salgán sobre otros géneros –el folklore, la música brasileña, el jazz, la música española– es algo que también suena en su música, al punto que él no se consideraba a sí mismo un tanguero: “Tuve la suerte de poder tocar los distintos géneros, he escrito mucha música brasilera, folklore, jazz, valses peruanos, de todo. Y me ocurre una cosa curiosa, también para mi suerte: cada vez que estoy trabajando en un género determinado, estoy escribiendo y tengo la sensación de que toda mi vida no he hecho más que eso, de tan cómodo que me siento dentro de ese género”, explicaba a esta cronista. “¿Entonces usted no se define como tanguero?”, se le preguntaba. “Sí, puedo decirlo así: yo no soy un tanguero. Tengo la suerte de poder ser en un momento dado un tanguero. Y claro, me he manifestado ante el público con el tango, más que con cualquier otra expresión”, se definía, e insistía con que el tango es, ante todo, “un género misterioso”.
Desde que Salgán se retiró oficialmente –allá por 2003, tras míticas temporadas en el desaparecido Club del Vino– sólo volvió a presentarse en vivo en oportunidades como el festejo del Bicentenario en la 9 de Julio, en el marco de un gran seleccionado de tangueros, y por la misma época con Leopoldo Federico y Ubaldo De Lío, celebrando en ese entonces los 50 años del Quinteto Real, en conciertos que también hoy son históricos. En todos estos años, mientras tanto, César Salgán, que se formó primero como bajista y como bajista comenzó a formar parte del nuevo Quinteto Real, dedicó su carrera al piano y a seguir interpretando la obra de su padre, en una particular relación que muestra el muy recomendable documental Salgán & Salgán, de Caroline Neal, estrenado el año pasado. Una película que, aunque padre e hijo autorizaron y apoyaron en su lanzamiento, nunca fueron a ver.
En la trayectoria musical de Horacio Salgán aparece así la idea de talento y de genio creativo, y eso es algo que escribe su hijo tras dedicarse a trabajar sobre su obra: “El nivel de las ideas que él ha tenido, solamente lo tuvieron los grandes maestros. Es uno de los pocos músicos que a mí, en mi vida musical, me siguen sorprendiendo. Por lo general, cuando uno se interna en el mundo de un creador, ya sea de música clásica o de cualquier género, al poco tiempo de que uno se sumerge en la obra ya empieza a conocer ese mundo. Con mi padre no me pasó: me sigue sorprendiendo con arreglos que aparecen, cosas que no usó nunca en el resto del repertorio que yo conozco, que es muy amplio. Es como que siempre tiene un algo más, que yo no llegué a descubrir”, asegura.
No es esta la condición excluyente: hay otro condimento más y es el del trabajo, un trabajo arduo, constante y sostenido en el tiempo. Cuando dio su último gran concierto, en 2010, le contó a esta cronista que seguía escribiendo, y enumeraba: nuevos arreglos para el quinteto, arreglos para orquesta sinfónica, un arreglo de un aire de vidalita dedicado a su amigo Daniel Barenboim… Una idea de la magnitud de ese talento lo da el placard de su casa en una torre de Villa Crespo, que guardaba las partituras de más de cuatrocientos arreglos, según retrata la película Salgán & Salgán. Contaba después su hijo, que había pasado una parte de todo ese material a la computadora, para seguir trabajando con la orquesta: “Si yo tuviera que copiar todo lo que él escribió en la computadora, no llego en toda mi vida. Y estoy hablando de copiar, no crear. El dice que ahí hay unos cuatrocientos arreglos, y estamos hablando de calidad, no de cantidad. Esto también da a entender que, más allá de su talento, él le dedicó la vida a la música. Y por otro lado, que lo suyo no fue nada más que talento, sino una conjunción entre pasión, talento y trabajo”.
Hasta su pinta deja historia en el género: su porte distinguido, su bigotito finito, sus motas que mostraban su ascendencia afro, sus sacos crema con mocasines al tono. Como su música, no se presentaba así para “ser diferente”. Pero lo fue.
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