MUSICA › OPINION
› Por Santiago Giordano
“Yo no cambié el tango. ¡Para qué quiero cambiar algo que me gusta tanto!”, dijo muchas veces y de distintas maneras Horacio Salgán. Como suele suceder con las aclaraciones necesarias, la afirmación traía implícito su contrario. Decididamente Salgán innovó en el tango y esas novedades fijaron nuevos parámetros para un género que, sin sacrificar sus atributos básicos, quedó enriquecido al incorporar su obra. Si en la composición Salgán se mantuvo dentro de los cánones conocidos, aun aportando perlas como “A fuego lento” y “Aquellos tangos camperos”, como arreglador y pianista abrió una brecha de avanzada hacia otras direcciones, por las que seguirían luego varias generaciones.
En esa avanzada hay momentos de gracia y refinamiento que más allá de los contornos de un género son patrimonio de una idea personal, de un estilo. De otra manera no se podría explicar la introducción en solo de piano que hace en la versión de “La casita de mis viejos” que grabó en Montevideo en 1957 con Edmundo Rivero –algunos años después de las desventuras de la primera orquesta–. Apenas una muestra entre tantas de ese estilo refinado, hecho de detalles, de gestos mínimos, que en todo caso se amplificaban con el maravilloso Quinteto Real, donde concentró los principios ejecutivos de la orquesta con la libertad de los solistas. O el dúo con Ubaldo De Lío, formaciones que sin rupturas traumáticas cambiaron sin duda el orden de las cosas. Una revolución acaso de terciopelo, de esas que impactan luego, cuando el barullo pasa y el sonido queda.
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