MUSICA › CARLOS VILLALBA PRESENTA SU DISCO ROMA HOY EN CARAS Y CARETAS
Mientras varios colegas dejan caer elogios a su obra, el músico y escritor se relaja y disfruta el momento. Hoy, en Sarmiento 2037, actuará junto a la Orquesta Velázquez y el Ensamble Chancho a Cuerda.
› Por Cristian Vitale
Que Liliana Herrero hable de un disco precioso y finísimo, suena a punto a favor. Que a esos adjetivos se le sumen el de “soñado” que aportó el guitarrista Guillo Espel, el de “disfrutable”, que sostuvo el dramaturgo Mauricio Kartun; o el rótulo de “nueva estética del sur” que arriesgó el bandoneonista Daniel Binelli, es un conjunto de elogios muy difícil de sostener para el elogiado. “Yo no sé qué ven ellos, pero intuyo que ven escuchando”, es la primera reacción de Carlos Villalba, el elogiado, sobre algunas de las miradas que legitiman el valor estético de Roma, disco que presentará hoy a las 21 en Caras y Caretas (Sarmiento 2037), junto a la Orquesta Velázquez. “Por supuesto que me llena de orgullo que estos grandes artistas y bellas personas se tomen un tiempo para escuchar mis tardías canciones”, sigue reaccionando el músico, que también es escritor y gestor cultural.
–Tal vez estén pensando en algo “atípico” que emana de sus músicas.
–No lo sé. No me considero un músico sino un hacedor de canciones, y no puedo dar cuenta de lo que hago. Creo que son canciones convencionales, a veces sin un estribillo definido, con repeticiones de pequeñas alteraciones en sus melodías, y sobre todo en su lírica. Si bien las canciones de mi primer disco (Nomeolvides) y las de Roma tienen diferencias notables entre unas y otras, empiezan a definir una singularidad. Pero para ser preciso con la respuesta, no busco hacer algo atípico, solo hacer canciones.
Puede que no lo busque pero, vistas como un puñado, las diez canciones que pueblan el disco –arregladas por Alan Plachta– suenan soñadas, distintas, envolventes, como buscando y puliendo nuevas formas de adobar el viejo, “gastado” y eterno género canción. “Creo que es un disco para ser escuchado en su totalidad, en su orden. Si bien no es lo que habitualmente se entiende como un disco conceptual, hay un todo que revela finalmente a cada una de sus partes. Roma es el trabajo de una persona adulta, que lo trabajó durante seis años, que ha tomado conciencia de que va a morir mañana, pasado o dentro de treinta años. En el devenir del río, en ‘el tiempo a la deriva’, como dice ‘Silencio’, una de las canciones”, intenta descifrar Villalba, que compartirá escena con el Ensamble Chancho a Cuerda, y música con una variopinta big band conformada por Ismael Grossman en guitarra; Ignacio Varchausky en contrabajo; Mario Gusso en percusión; Martin Pantyrer en clarinete; Richard Nant en fliscornio; Franco Espíndola en trombón, Diego Schissi en piano, Guillermo Rubino en violín; Plachta en guitarras, Paula Pomeraniec en violoncello, Nico Rallis en voz y un recitado a cargo de Alberto Muñoz.
–¿A qué se debe ese título tan “imperialista” o “imperativo”?
–Roma se impuso por sí sola (risas). El disco se iba a llamar de otra forma, pero cuando Alan Plachta hizo el boceto del arreglo fue tan maravilloso, tan logrado que determinó el camino del disco. Y como usted dice, tanto por sus versos, como por la genial impronta rítmica que propone Mario Gusso, es imperativa, onírica y claustrofóbica. Es la idea de lo eterno de Roma en contraposición con nuestro devenir acuoso.
Al primer músico que nombra Villalba como faro y referencia es al mismo Alberto Muñoz. “Es mi maestro, desde hace más de treinta años, y yo soy su peor alumno, pero con una constancia que me parece que le enternece”, se ríe el músico. “Respecto de lo demás, soy un hijo dilecto de la cultura general. Mi madre escuchaba, y nos hacía escuchar, música clásica, The Beatles, folklore, un poco de tango, Almendra y Sui Generis con ardorosa pasión. Leía y lee, prácticamente desde que nació, todo tipo de literatura, lo mismo que mi padre. A mí, en cambio, sólo me interesaba el fútbol, mi única gran pasión. Pero era chico y no me di cuenta de que la vida pasa muy rápido y cuando quise ser profesional ya era viejo. Quisiera poder decir que tengo altas referencias, que he leído, que he estudiado música y que recito La Divina Comedia en italiano pero no, no es así. Me quedé en Julio Verne, y sí podría que fue mi faro.
–¿Qué lugar ocupa el Ensamble Chancho a Cuerda, con quienes va a compartir el concierto, entre sus referencias?
–Son geniales. Son los jóvenes más viejos del mundo (risas). Son independientes, comunistas, ensayan dos veces por semana ¡desde hace diez años! Y cada disco de ellos es cada vez mejor, más original. Son buenas personas, cultas… artistas. Son como una perfecta arma de guerra, porque todo lo que hacen merece un plan. Tienen una estética absolutamente propia, fuera de época y con miradas singulares que confluyen en un todo, que saben que es superior a cada una de sus partes. Poder compartir la presentación de Roma con ellos es una oportunidad única.
–¿Y su Orquesta Velázquez, la que lo acompaña, de qué va?
–Velázquez se llamaba el grupo de rock sinfónico que teníamos con mi hermano Juan Pablo hace treinta años. Una mezcla de admiración por el pintor y una forma elíptica de decir Villalba. Algunas de las canciones que hacíamos en esa época como “Bailando” y “Marruecos” fueron vueltas a la vida en mis discos. Me gusta la idea de la orquesta, me gusta Sinatra, me gustaría caminar y cantar por el escenario… será quizás para dentro de unos años.
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