MUSICA › HERMETO PASCOAL Y SU GRUPO PASARON POR LA EXPERIENCIA PIAZZOLLA EN CIUDAD CULTURAL KONEX
Aunque la presencia del brasileño no tuviera ligazón aparente con un evento en el que se toma como punto de partida la obra de Astor Piazzolla, a nadie le importó: el concierto fue una muestra genial de lo formal y lo informal en el trance de hacer música.
› Por Santiago Giordano
Todos los sonidos conducen a Astor Piazzolla por estos días en Ciudad Cultural Konex. Experiencia Piazzolla se llama el evento que, si las apariencias no engañan, se trataría de un festival que en cada una de sus actividades toma como punto de partida una referencia a la obra o a la vida del más celebrado de los músicos argentinos. Un encuentro que propondrá hasta mañana una notable serie de actividades, desde conciertos hasta muestras, pasando por performances de danza y clínicas, entre otras cosas.
Todos los caminos conducen a Piazzolla. Sin embargo, la del jueves, la tercera noche del festival, fue distinta en la Gran Sala del complejo del barrio del Abasto. Hermeto Pascoal y su grupo movieron de lugar la referencia, con un concierto de más de dos horas en el que el brasileño desplegó su original manera de hacer música, que si bien llama “universal” tiene sólidas raíces en los materiales de su tierra y las dinámicas del jazz. En este caso, el anunciado homenaje a Piazzolla podría buscarse, en todo caso, en algún punto del espíritu, ya que en la materia resulta difícil encontrar correspondencias directas entre las músicas de Piazzolla y las de Pascoal. En el contexto de las músicas americanas de tradición popular, ambas corren por andariveles distintos. Sin ir más lejos, una se sostiene en la escritura y la otra en la improvisación. Piazzolla trazó su idea de concierto más cercano a los cánones de la tradición clásica europea, mientras que Hermeto se mueve en torno a la de performance y monta una especie de taller sobre el escenario. Pero son apenas detalles, que a la hora de celebrar la presencia de Pascoal en Buenos Aires, pierden sentido.
Así lo entendió el público que colmó la sala y explotó en aplausos cuando la figura menuda, de melena blanca contenida por un sombrero “de cowboy”, apareció en el escenario y se sentó al piano. Después de algunos acordes solo, Hermeto fue recibiendo a cada uno de sus músicos: Iteberé Zwarg (bajo), Fabio Pascoal (percusión), Ajurina Zwarg (batería), Joao Paulo Ramos Barbosa (saxos y flautas) y André Marques (piano) entraron a escena sucesivamente, soplando botellas de cerveza sobre los acompañamientos de Hermeto. Fue el primero de la larga serie de diálogos que articularían el concierto, y además fue toda una declaración de principios: lo formal y lo informal en el trance de hacer música.
“Brazil com Z” fue el inicio de un recorrido orientado por una manera de hacer música que más que un estilo y sus mecánicas posibles es un credo de múltiples afirmaciones. Hay mucho de mística –no misticismo– en esa dinámica con la que Hermeto ordena su música, y en la manera en que sus músicos la escuchan y la elaboran. Desde un costado, entrando y saliendo de escena, bailando o sencillamente saboreando vino tinto –en épocas pasadas incluso sabía encender un cigarrillo–, Pascoal intervenía como comentando lo que escuchaba, con breves toques sobre un teclado, o a partir de alguno de sus instrumentos informales: la pava, un cántaro, un chanchito de goma, un inflador de globos (con el que ofreció su versión del tango “Mano a mano”). También con su voz y su cuerpo. Y la flauta en sol, que manipuló de maneras poco convencionales y encantadoras, con la inocencia de quien busca el primer sonido y la sabiduría musical de quien ya está de vuelta. “Fazenda Nova”, “Jazzao”, “Frevo Novo”, entre otros temas, como más o menos elaboradas excusas para desarrollos desde la improvisación, fueron delineando el repertorio. En esa palestra, Pascoal fabricó su música, en plena sintonía con sus músicos, que se agigantaban en cada intervención solista.
Hacia el final del concierto, lo que no era posible contextualizar en sonidos, Hermeto lo hizo con palabras. Entonces recordó a Piazzolla: “Está más vivo que nunca. Su música es eterna y universal”, dijo, y enseguida mentó a Rodolfo Mederos y a Dino Saluzzi, como continuadores de la aventura iniciada por Piazzolla. Después invitó a subir al escenario a Laura Escalada, viuda y titular de la fundación que lleva el nombre del bandoneonista y que impulsó el festival, para regalarle un paño con su música estampada.
Tras la pausa social, más música, con Hermeto tocando ese pequeño acordeón que en su tierra llaman sanfona y enseguida abordando desde la pianica sus personalísimas versiones de “Invierno porteño” y “Libertango”, con la participación de Juampi Di Leone, notable flautista, como invitado. La música de Piazzolla sonaba al fin, o más bien resonaba desde territorios lejanos.
Al final, el aplauso, los bises, Hermeto jugando con el público y más bises con toda la banda. Y más aplausos, gritos y sonrisas para un personaje que en su ecuménica combinación de carácter e idea, performance y concepto, irreverencia y humor, con 80 años, alrededor de 40 discos y una historia que coincide con lo mejor de la historia de la música brasileña y americana, sigue encontrando su mejor definición en torno a lo asombroso.
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